miércoles, 22 de agosto de 2018

ESPAÑOLES Y FRANCESES: Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro


CAPÍTULO 3 (de 26)

[Este trabajo constituye la refundición de un artículo publicado en 2015
 en el N.º 28 de la revista «Encuentros en Catay»
 
 Identidad nacional
¿Sentimiento o realidad?


Jean Juan Palette-Cazajus


3. De la identidad a la «incertidumbre cuántica»

El tipo de enfoque que busca el rigor científico en la definición de sus conceptos sufre de una evidente debilidad cuando se aplica a objetos culturales, a configuraciones mentales básicamente subjetivas. Los resultados de este método de «desconstrucción» pueden ser muy coherentes y difícilmente controvertibles, el problema es que yerran en su objetivo y dejan intocada la raíz del problema. Determinar y conocer la composición química de los ingredientes de una exquisita preparación culinaria no nos dice nada sobre la naturaleza de la preparación ni sobre su sabor, que es lo que aquí nos interesa. Son particularmente difíciles de aprehender científicamente entidades tan etéreas como el sentimiento, la convicción o la voluntad, de sentirse parte de una comunidad nacional o, al revés, de rechazar toda adscripción. Asimismo el corolario de lo anterior, el sentimiento de diferir de otras comunidades, es previo e indiferente a la posible verdad o falsedad de las representaciones que alimentan este sentimiento de diferencia. Pero en todos los casos, trátese de un sentimiento de identidad o de un sentimiento de diferencia ¡resulta que estos sentimientos existen! Aquí, lo que realmente importa es el hecho fundacional de compartir tales representaciones. La realidad y la fuerza de cualquier sentimiento comunitario, étnico, nacional o religioso no residen pues en la verdad verificable de sus ingredientes históricos o ideológicos sino en el simple hecho de que existan y como tales son compartidos  por muchas personas. De alguna manera nos vemos obligados a concluir: ¡Esto es lo que hay! Y no le podemos dar la espalda.
 Identités nationales

No se trata de un asunto objetivo sino de una cuestión de subjetividades. No creo por otra parte, que sea necesario recordar que la expresión de «identidad nacional» denota a las claras su novedad histórica. La noción de identidad nacional es un producto derivado de las modernas prácticas etnológicas, sociológicas o sicológicas, y del asimismo moderno deseo de enfrentarse al esclarecimiento de los contenidos del espíritu, el de los individuos como el de los colectivos étnicos y culturales. El concepto de identidad resulta tremendamente occidental en su formulación, ya que entendemos fácilmente que presupone la previa existencia de las nociones de individuo y de sujeto por no hablar del protoconcepto de nuestra filosofía, la idea del «ser». Como tendremos ocasión de comentarlo, Francia, particularmente en su dimensión post  revolucionaria y republicana, fue probablemente la primera nación moderna en constituirse y muchas veces autodefinirse en tanto que persona. Actitud que, posteriormente, se ha hecho extensiva a otras naciones modernas.

Pero las nociones de individuo autónomo y de sujeto, cuya realidad parece evidente para la mayoría de los occidentales, han sido largo tiempo ignoradas por muchos pueblos y culturas y sigue siendo muy fuerte su cuestionamiento por parte de determinados ámbitos culturales, y sobre todo religiosos. Para muchos musulmanes la preocupación por la identidad nacional es poco menos que «haram», ilícita, ya que se interpone entre el creyente y su necesaria adhesión a la verdadera comunidad que no es la nacional sino la de los creyentes, la «Umma». De las sociedades tradicionales que constituyen el objeto de estudio del etnólogo, decía Levi Strauss que muchas no «suelen considerar adquirida ninguna identidad sustancial. Sino que la trocean en una multitud de elementos...cuya síntesis...en cada caso constituye un problema». Añadía el prestigioso etnólogo que «la identidad consiste menos en postularla o en afirmarla que en rehacerla y reconstruirla. Cualquier uso de la noción de identidad debe empezar por una crítica de semejante noción». Creo que la cita del gran etnólogo adquiere singular resonancia en las circunstancias actuales.

 Lévi-Strauss, 97 años, escenificado en 2005 por la Generalitat

Zanjemos el problema ahora: cuando los europeos hablamos de nuestras identidades nacionales damos por supuesto que se trata de un sentimiento cuya naturaleza y complejidad superan los simples tribalismos étnicos y le deben casi todo a la Historia. Sugiero que podríamos encontrar ayuda recurriendo a ciertos razonamientos de la física moderna cuando utiliza los principios de la llamada «incertidumbre cuántica»: del mismo modo en que resulta imposible determinar al mismo tiempo la posición de ciertas partículas y su velocidad, en el caso que nos ocupa, somos incapaces de determinar a un tiempo la naturaleza de la identidad y el fluir de su modificación en el tiempo. Todo el pensamiento occidental, en sus objetos y conceptos, es un pensamiento estático cuando la historia es flujo. Tenemos unas dificultades trágicas en aprehender la realidad líquida del flujo temporal. Ciertamente, la inmediata experiencia cotidiana nos muestra que existen especificidades y diferencias nacionales en los más variados aspectos, pero basta con que intentemos inmovilizar el flujo de su historia y nos propongamos -como si fuéramos entomólogos ante una mariposa-  clavar con alfiler el objeto de nuestro estudio en la platina del microscopio, para que la realidad se nos escurra entre los dedos y nos quedemos escudriñando objetos inertes. Cabría afirmar que la identidad es una paradoja donde la realidad de su existencia es inseparable de la conciencia de su inestabilidad.

Nuevo punto para acabar de complicar las cosas: este fluir de las sociedades humanas y de sus especificidades sicológicas se rige asimismo por un ritmo evolutivo próximo a la teoría de los equilibrios puntuados  defendida por Stephen Jay Gould y sus discípulos: no se discute el carácter gradual del cambio evolutivo, sino que se niega la uniformidad de su ritmo. Las mutaciones históricas y sociales pueden así acelerar el proceso de cambio de las sociedades y las naciones de forma tan rápida y brutal que dejan de parecerse a lo que eran con anterioridad. El caso canónico fue el de la Francia post revolucionaria que tendremos oportunidad de comentar, y, probablemente, el de la España posfranquista. Las grandes naciones europeas serían hoy, en todos los aspectos, muy distintas de lo que son sin el trauma de las dos guerras mundiales. François Jullien, un conocido y polémico sinólogo francés, repite desde hace años que el Maoísmo y la Revolución Cultural poco menos que acabaron con el legado de la sabiduría china tradicional y con los hombres que la vehiculaban y transmitían. De modo que la ruptura de la China actual con la del pasado es total, por más que ellos también se esfuercen ahora por tratar de reinventar, como sea, el pasado que destruyeron. Es decir que, imitando la de los seres biológicos, la «especiación» de las identidades, puede dar “saltos” que engendran cambios considerables.

 Revolución Cultural
Del pasado hay que hacer añicos

Sirva al menos la aridez de esta larga introducción para mostrar la manera con que la petición de mi amigo me dejó «a los pies de los caballos». Las dificultades son tan enormes que cuesta resistir la tentación de «jeter le bebé avec l’eau du bain», como dice una popular amén de extraña expresión francesa, o sea, la tentación de «tirar el bebé con el agua de bañarlo». Dicho de otra manera, arrojar el problema por la borda, renunciando a separar la hojarasca de lo positivo, lo inútil de lo aprovechable. Es lo que han hecho las ideologías de lo políticamente correcto durante los últimos decenios, ignorando o incluso negando dimensiones esenciales de la madeja de la realidad, antes que enfrentar la dificultad de desenmarañarla. Vemos la benevolencia con que los sectores que se autodesignan como «progresistas» acogen la publicación de cualquier obra que se precie de demostrar la dimensión mítica y ficticia de todo lo relacionado con el concepto de identidad nacional. Poca gente se atreve, en cambio, a enfrentar el reto de superar la complicada incertidumbre cuántica.

Jeter le bebé avec l’eau du bain