domingo, 30 de octubre de 2016

Suna a las cuatro



Una ortegada me intrigó más de la cuenta una vez: la de que en el perro doméstico se desarrolló el cerebro anterior, mientras en el salvaje el desarrollo fue el del exterior. Y que la misma relación se da entre el cráneo del homo primigenius y el europeo actual. El ladrido, desde luego, no es natural al perro (los perros salvajes no ladran: aúllan). El primer perro doméstico era mudo, y con grande sorpresa anotó Colón que los perros antillanos no ladraban. Suna, sí. Porque Suna no era antillana. ¡Cualquiera sabe lo que era Suna! Ladraba por los codos, como una ideal tertuliana gitana. Luego, bajo los aspersores, era como un grillo parlante. Decía Jenofonte que el hombre es un animal hablante. Suna era una señorita-grillo parlante. Y con la alegría, una parpayuela. El darwinismo (Huxley llevaba razón) no explica el origen del lenguaje. Y tampoco explica que Suna, para expresar a lo loco su alegría (aquella su alegría matinal de estar estrenando la vida), rompiese en un monólogo delirante como los de Antonio Ozores con pausas inteligentes a lo Louis CK. Y te morías de risa, con el farfullar (¡el logos!) de Suna.