lunes, 3 de octubre de 2016

Ni El Cid es El Cid ni Adolfo es Adolfo ni Las Ven tas son Las Ventas

 Adiós a la Feria

José Ramón Márquez

Por la mañana un novillero del que ignoro su nombre hizo el paseíllo de rodillas. Dicen que fue por una promesa, que no nos importa, pero un tío tuvo la ocurrencia de hacer el paseíllo de hinojos, como los peregrinos que ves en Méjico llegando a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, como los que ves en Lourdes, y nadie hubo que le indicase que en Las Ventas los paseíllos se hacen estando erguido y que las promesas se hacen en Jesús de Medinaceli. Anteayer un señor vestido con un traje azul se arrojó al ruedo a cuerpo limpio a hacer un quite a Curro Díaz, habiendo en la Plaza nueve peones de brega y dos matadores de alternativa, y cuando se anuncia que se le va a sancionar al del traje por lo antirreglamentario de su acción salta un coro de plañideras con que si eso es injusto y desproporcionado, en vez de clamar contra los once de luces que nada hicieron. En Las Ventas también. El otro día un novillero que quiso brindar su toro al doctor que le intervino de urgencia tras una fortísima cornada, en vez de irse hacia la puerta de la enfermería se fue al burladero del 5 e hizo salir al ruedo, sin ton ni son, al galeno vestido con su americana azul, sus pantalones beige y sus zapatos negros. En Las Ventas. Tres cosas tomadas al azar en estos últimos días de la Feria de Otoño en las que apenas reconocemos nuestra Plaza, estas Ventas que cada vez van siendo menos Ventas olvidadas del rito, de la liturgia, de los usos y de las costumbres y travestida de manera ostensible en bulliciosa Plaza aldeana con las gentes comiendo pipas a dos carrillos y atronándose a cubatas. Las Ventas no son Las Ventas.

Fernández, el de la Cifu
Cada Mochuelo en su olivo

Para cerrar la Feria anunciaron una de Adolfo Martín. En esta temporada que ahora termina Adolfo habrá lidiado unas siete u ocho corridas de toros, lo que es un número significativo, de las cuales dos en Madrid, la de San Isidro, que no dijo nada, y ésta de hoy, que lo mismo. Si las señas de identidad de los cárdenos albaserradas han sido la fiereza, la casta, el peligro o la inteligencia y la emoción que esas cosas traen a la Plaza, bien podemos decir que desde aquel Baratero del San Isidro de 2015 no vemos en la Monumental un toro de Adolfo que se mueva en el registro de lo que más nos gusta de esta vacada. Adolfo ha traído a Madrid este año doce toros de los que no se queda recuerdo alguno. 

Las dos corridas de Adolfo Martín en Madrid han estado compuestas por toros a los que nadie hubiese hecho caso de no venir avalados por la divisa verde y encarnada y por el hierro de la uve en un panal. El primero era una máquina de embestir sin intención ninguna: un toro para hacer el toreo bonito; el segundo en seguida dobla las manos y adolece de una palmaria falta de fuerzas; el tercero blando y descompuesto; el cuarto es el que más está en la onda que se espera de la casa, se para, mira y se cuela llegando a veces al tendido la sensación de peligro; el quinto, un cinqueño pasado, más que terciado en la cosa anatómica, bastante tontorrón; el sexto embiste sin casta con la cara a media altura. Magra cosecha la de Adolfo y morrocotuda decepción de la cátedra, que se queda con las cambiantes condiciones de los del Puerto del día anterior antes que con la sosería de estos Adolfos light.  Adolfo no es Adolfo.

Cuando Manuel Jesús El Cid comienza su trasteo a Sombrerillo, número 8, parece que a lo mejor la cosa va a funcionar en el registro mejor del de Salteras, pero cuando empieza a tirar de oficio para armar una faena a base de líneas, sin arriesgar un alamar, cuando proclama la seguridad de su técnica sin dotarla del alma que nace de la adecuada colocación, cuando la sucesión de los muletazos templados no es capaz de levantar a las gentes de sus asientos es evidente que su toreo no encandila y cuando echa mano del recurso de las cercanías, él, que es torero de distancias, va quedando patente poco a poco la falta de pasión con que el torero ha planteado la totalidad de su faena al Adolfo. Y luego, en su segundo, Murcianito, número 38, pone la miel en los labios con un inicio de faena en que hace galopar al toro para en seguida caer en la misma reiteración de argumentos que en el anterior, queriendo armar su labor sobre la base del oficio, de la innegable solvencia que le dan sus dieciséis años de alternativa y de su capacidad para templar, sin comprender que eso no sirve para tapar el carácter mecánico, frío y falto de alma de su  trasteo en el que deliberadamente se ausenta del sitio donde el toreo se hace grande, sitio que él conoce perfectamente. El Cid no es el Cid.


El resto de la corrida fue Rafaelillo y Morenito de Aranda. De Rafaelillo hay que decir que se encontró con un toro totalmente a contraestilo que fue el primero. El tal Carpintero, número 16, era, como antes se dijo, la máquina de embestir, la Adolfo's Charge Machine, un domingohernández cárdeno para entendernos, sin una mala mirada ni un gesto desagradable, y como se podía esperar, eso es lo más inconveniente que podía ocurrirle a Rafaelillo, que se desenvuelve infinitamente mucho mejor en los toros complicados, que se revuelven y buscan que en los que acuden al cite, humillan y meten la cara. Anduvo el hombre como pudo medio tratando de justificar su falta de arte con el que hacerle a Carpintero un mueble a medida de sus condiciones, y cuando el murciano se deshizo del toro tras una estocada y un golpe de descabello las gentes subrayaron el arrastre del toro con una ovación. En su segundo la cosa rodó de manera más acorde a los intereses y a las capacidades de Rafael Rubio pues el toro, que fue el más adolfo de los seis, provocó el susto de alguna colada, tuvo su peligro y siempre dio la impresión de saber por dónde se andaba el torero, que tiró del valor que tiene hartamente demostrado para acabar metido entre los pitones y dejar una efectiva estocada hasta la gamuza de efecto inmediato, tras haber pinchado antes.

Y luego Morenito de Aranda. Podemos hacer como suele hacer la crítica seria y echar las culpas de todos los males a los toros, que si el peor lote, que si el toro tercero tenía la embestida descompuesta, que si el sexto era áspero y se rajó, pero el caso es que a lo largo de la vida de aficionados hemos visto todo tipo de faenas a toros rajados, a toros parados, a mansos de carreta o a galafates como para no saber bien que cuando no embiste el toro, entonces le toca embestir al torero, y Morenito no parece estar precisamente en trance de comerse el mundo. Pasó por Madrid como un espectro y nada hay de reseñable en sus dos actuaciones.

Volveremos sobre el primero de la tarde, Carpintero, que acudió por tres veces al penco en el que iba subido Juan José Esquivel. En el segundo encuentro el toro desequilibra al picador que se desestriba y comienza literalmente a escurrirse, como un reloj de Dalí, por el lado derecho del caballo hacia donde está el toro entretenido con los faldones. De pronto el capote de José Mora atrae la atención del Adolfo y libra del peligro al piquero sacando al toro de debajo del caballo y llevándolo suave y limpiamente hasta el tercio, donde lo deja a disposición de su matador.


Geometría venteña