Guillermo El Chato Velásquez
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si alguien quiere saber cómo va España, que lea el último artículo de fondo de Iturralde para los obreros del “As”.
Yo, desde ahora, en señores de negro tengo dos ídolos: el Chato Velásquez, el árbitro colombiano que expulsó a Pelé, e Iturralde, el árbitro vizcaíno que derribó a Canales y susurra a Schopenhauer:
–Cuando oigo hablar del error arbitral –escribe–, recuerdo lo que decía Shopenhauer: “Se amparan mutuamente la debilidad de nuestro entendimiento y lo torcido de nuestra voluntad”.
Del Chato Velásquez supe por la entrevista de Alberto Salcedo Ramos: Pelé fue expulsado por reclamar un penalti. Entonces, de 28 personas que tenía la delegación brasileña, “me agredieron 25: los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”.
Boxeador antes de meterse a árbitro (vocación de la infancia: cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón), El Chato estima que “la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y tiene más vínculos con la política que con la ley”. Por eso cuenta en su haber cinco futbolistas noqueados.
–Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos, pero cuando había que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber reaccionado como hombre cuando me provocaron.
Y resume guapamente su doctrina de la falibilidad: “Lo mejor de todo es que puedo jurar ante el país que nunca me torcí. Cuando me equivoqué, me equivoqué de verdad y no me hice el equivocado. Mi orgullo no me permitía quedar como un chambón”.
El Chato Velásquez no conoce a Schopenhauer (quien, por cierto, noqueó a una vecina vieja a la que hubo de pasarle una pensión de por vida), que basó su teoría de la cortesía en un cuento de puercoespines que se juntaron para combatir el frío, y, como se pinchaban, se separaron, y el frío volvió a juntarlos, etcétera, hasta que dieron con la distancia perfecta, es decir, con la cortesía.
La doctrina de la falibilidad de Iturralde se reduce a que “errar es de humanos y el árbitro es humano” y apela a “una máxima del saber popular” (¡Juan!) que dice que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
–Pero, siendo abiertamente agnóstico, nunca he logrado zafarme de la expectativa de perfección propia de algún dios –remata Iturralde con gramática post-divina de Cebrián.
“Agnóstico” es la forma socialdemócrata de decirse “ateo”. No creo que haya nada, pero… ¿y si hubiera algo? Un pasteleo a lo padre Ángel.
Cuenta por ahí el hijo de Boyer que el padre Ángel le refirió en el tanatorio, con el ex ministro de cuerpo presente, que había conocido a Isabel Preysler en Filipinas y que luego, siendo invitado suyo en su casa de Madrid, ella le dijo: “Mira, Ángel, el problema de Miguel no es que sea agnóstico, sino que es ateo”.
El problema de Iturralde no es que sea ateo, sino que es agnóstico, que en el fútbol es decir culé, pues el agnóstico suspende el juicio, aduciendo que no existen pruebas suficientes para la afirmación como para la negación, con lo cual uno se hace el camarón que duerme y que se lo lleve la corriente del sistema.
Creo que Iturralde tiene el récord de penaltis pitados (a favor del Barcelona, uno le recuerda varios). El Chato, por su lado, cuenta con el récord de mayor número de partidos ganados por los equipos chicos.
–Y de visitantes –añade.
JAMES Y CAZORLA
El periodismo “engagé” lo puso en la diana y James, que no se ha metido con nadie, recibe ya amenazas de muerte. A Ruano, por meterse con Prieto, lo amenazaron de muerte las juventudes socialistas, y contrató, a diez pesetas diarias, un guardaespaldas, Cazorla, chulo de chirlatas de juego con fama de león. “Un perro a su lado es lo que soy yo. Sólo tiene que darme el hierro”. O sea, una Astra. Un día, en Cuatro Caminos, unos obreros gritaron “¡Ese cochino fascista!” Ruano se volvió y no vio a Cazorla. Había desaparecido. “El hierro, don César, el hierro. Que soy un miserable. Tengo empeñado el hierro e iba detrás de usted sólo con la cara.”