Hasta el rabo todo es toro
Al palha, que podía pasar por osborne, lo banderillearon en el rabo
José Ramón Márquez
No creo que nadie se llegase a enfadar el pasado día 12 porque se suspendiera la corrida que había programada y por que la retrasaran hasta el domingo 16. Muchos de los que se habían bajado hasta Ventas, sin hacer caso de lo desapacible de la tarde, aprovecharon para que les reintegrasen el importe de la localidad y poner punto final a la temporada con un ingreso, otros nos quedamos con la entrada para no perdernos este último acto de la grey Choperon's en nuestra Plaza, corrida de Palha para poner punto final a diez años de gestión de Las Ventas, seis toros portugueses con el hierro del "horror, terror y pavor" de nuestros abuelos estaban en los chiqueros de Las Ventas esperando a vérselas con Fernando Robleño, Arturo Macías y Alberto Aguilar.
Los toros de Palha tienen varias cosas que nadie puede quitarles, una es el mérito de llevar un siglo y medio en las manos de la misma familia, otra es lo incierto de su procedencia real, otra es la indefinición de su tipo zoomórfico. Creo que no hay nadie, incluido el propio ganadero, que sea capaz de definir el tipo de los Palha. Nadie será tan osado. Hay quien piensa que Palha tiene a sus toros a la antigua usanza, todos juntos y revueltos y que por ahí andan las vacas que vienen de Miura o de Concha y Sierra con las de Torrealta y las de Oliveira Irmaos, lo de Isaías y Tulio Vázquez con lo de Ibán y lo de Veragua y Trespalacios o lo de Domingo Ortega con lo de Belmonte y Pinto Barreiros... lo mismo que don Vicente José Vázquez hizo después de la guerra napoleónica, pero en la actualidad. Luego, el día que toca, se van a herrar los becerros con esos números imposibles: el 592, el 397, el 575 y luego les ponen la fecha de nacimiento por aproximación, a lo que salga. Sin ir más lejos los seis de hoy eran nacidos en el año 11, alguno en agosto del 11, y llevaban en la paletilla el guarismo 2. Curiosidades de las viejas vacadas que hacen que nadie se aburra, porque cada toro que va saliendo por chiqueros es una pura incertidumbre sobre su tipo, su capa o su conformación física. Son ésas las cosas que hacen que el aficionado espere con ganas cada corrida de Palha y que no se le ocurra irse a la taquilla a por los 8,90€ de la entrada a la primera de cambio; vamos, que aquí estamos dispuestos a soportar chuzos de punta a cambio de ver la incertidumbre de Palha, salgan como salgan. Y hoy salieron de dulce, la verdad. Hoy, tres toros para liarla y otro más que también. Y los otros dos con sus cosas en cuanto a dificultades, pero también la mar de accesibles, nada de fieras rabiosas, pero nada de tontos de solemnidad. Tres de ellos despedidos en el arrastre con ovación y dos con palmas no es mala cosecha.
Lo primero que hay que decir es que los Palha han cobrado hoy más con los del castoreño y el penco camilla que lo que haya recibido toda la camada de Daniel Ruiz en toda la temporada. Daba cosa ver a esos hombretones desde la impunidad de sus cabalgaduras enfangarse a lanzazos con los espaldares de los touros y luego cambiar la puya por otra, por si se había perdido algo de filo, y volver con brío a la tarea de mechar la carne. A cambio los Palha ni abrieron sus bocas, ni se vinieron abajo, como debe ser para contento de la cátedra; pusieron sus dificultades a los banderilleros, demostraron su personalidad atendiendo a los capotes según y cómo y regalaron caras embestidas, de las que son capaces de poner a un tío en circulación si sabe aprovecharlas.
Como se dijo más arriba hubo tres de ovación. El primero, que le tocó a Robleño, fue uno de ellos. Al hombre no se le ocurrió otra cosa que irse a porta gayola y ahí, estado arrodillado, el toro le enganchó por la axila. El torero se despojó de su chaquetilla y se desabotonó el chaleco para estar más cómodo y de esa guisa tan poco torera se dispuso al trasteo de Saltillo II, número 592. El toro, exigente, no le dio facilidades y Robleño no estaba nada convencido de pisar el terreno que el toro le marcaba. Así la faena fue un tour-de-force entre el "aquí te espero" del animal y el "ahí no voy" del matador. Tan sólo hubo un momento fugaz, tres redondos casi al final de la faena en que se puede decir que Robleño toreó con verdad. Palmas para el toro en el arrastre y poco unánime aplauso en la vuelta al ruedo del matador, que dejó una estocada desprendida de buena ejecución.
El segundo, Saltillo I, número 587 le cayó en suerte a Arturo Macías. Lo de "suerte" no sé cómo se debe interpretar, porque el toreo basado en la testosterona y el valor de Macías no podía encontrarse con algo menos apropiado para él que esa terca manera de embestir humilladamente que trajo Saltillo I. La cosa es que a medida que avanzaba el trasteo más iban quedando en evidencia las carencias de Macías para hacer el toreo. Poco a poco se fue viendo a las claras que el toro se iba sin torear y que la voluntad y los arrestos aquí no servían para suplir lo que había que hacer: dar la distancia, citar adelante, cargar la suerte, traer al toro toreado, despedirle atrás y ligar con el siguiente. El toro estaba totalmente dispuesto a echar una mano con su bonita y vibrante embestida, nada tonta. Difícil ecuación, por lo visto, la que se le planteó al azteca. Este segundo también fue de ovación en el arrastre.
El tercero, un toro de gran trapío de sólo 466 kilos, fue recibido con ovación. Éste es el que le habría venido bien a Macías, pues era un toro con complicaciones ante el que había que juzgar otros aspectos distintos del trazo largo del muletazo e incluso de la colocación; el típico toro que les da buenos réditos a la mayoría de los toreros a cambio de que se atrevan a aguantar el chaparrón. Lo mismo que le habría servido al valor de Macías le sirvió a la tauromaquia deslavazada de Alberto Aguilar, que tapó su poco halagüeña actuación gracias a los derrotes, miradas y parones de Yegüero, número 575.
El cuarto, Cardinillo, número 384, tenía la capa característica de los Veragua de principios del siglo XX; en hechuras no era ni parecido a ninguno de los cinco restantes. Se fue corriendo hacia el picador que hacía puerta y allí se le picó, luego anduvo correteando sin hacer demasiado caso a los capotes, después le pusieron las banderillas de aquella manera, quedando una enredada en el bordón de la cola durante un buen rato. El momento estelar ocurrió cuando al fin se soltó de tan curioso lugar, que muchas personas aplaudieron la caída del rehilete más que si hubiesen visto a Sánchez Mejías poner uno de aquellos pares suyos por los adentros. El toro cambió de manera radical al llegar al último tercio y allí Robleño tiró de oficio y lo despachó de una estocada casi entera algo caída.
Cuando salió Bojador, número 397, Macías debía ya haber rumiado el toro que había dejado escapar anteriormente. Las condiciones de este quinto eran acaso más acordes a lo que es su manera de ser torero, pues la embestida fuerte del toro podía poner en valor las habilidades del matador. El toro pedía mucho mando y mucha colocación. Digamos que era toro para Marcial Lalanda o para Domingo Ortega más que para estas tauromaquias light de principios del siglo XXI en las que ni se puede ni se manda. Como el toro tiene su personalidad bien acusada y el torero no es capaz de imponerse al toro, de nuevo Macías anda aperreado.
En sexto lugar salió Quita-sustos, número 375. Fue objeto de una primorosa brega por parte de Iván García, saludada por la afición con la más rotunda ovación de la tarde, en la que acaso Alberto Aguilar haya descubierto la óptima condición del toro por el pitón izquierdo. Sin dudarlo se va al toro y comienza su trasteo por la zurda guiando sus largas embestidas; Aguilar vuelve a no estar bien colocado y a pasarse el toro lejos, pero el torero deja la muleta en la cara y consigue ir enhebrando los pases unos con otros. El animal no cesa de acudir y así se va componiendo una faenita de poca entidad hecha bastante sobre la ventaja; lo intenta brevísimamente por la derecha, donde hay que trabajar más y, en seguida, vuelve a la zurda hasta que el Aguilar consigue enganchar una buena serie de tres, bien colocado, el medio pecho, la pata adelantada y a continuación un torerísimo pase del desprecio de pura inspiración. Ahí tenía que haber acabado su faena -faena netamente a mas hasta ahí-, pero le indican que siga, emborrona lo anterior con más de lo del principio y se atasca con el verduguillo después de una estocada trasera de esas que parten el libro y el cuajar y que si llegan a matar lo hacen de septicemia. Poca cabeza y poco sentido escénico del torero y poco seso el de los apuntadores. El toro se fue al desolladero acompañado de la ovación del respetable.
Con esta interesante corrida se pone punto final a la época de los Choperita, para nosotros los Choperon's Father & Son, en Madrid. Tomaron la Plaza con 20.000 abonos, la sueltan con 6.000 menos: esa dilapidación de lo recibido debería ser lo suficiente para juzgarles. No han sido unos buenos empresarios para Madrid. Vayan con viento fresco y, por favor, no vuelvan a la Calle de Alcalá número 237 más que como espectadores.
Los toros de Palha tienen varias cosas que nadie puede quitarles, una es el mérito de llevar un siglo y medio en las manos de la misma familia, otra es lo incierto de su procedencia real, otra es la indefinición de su tipo zoomórfico. Creo que no hay nadie, incluido el propio ganadero, que sea capaz de definir el tipo de los Palha. Nadie será tan osado. Hay quien piensa que Palha tiene a sus toros a la antigua usanza, todos juntos y revueltos y que por ahí andan las vacas que vienen de Miura o de Concha y Sierra con las de Torrealta y las de Oliveira Irmaos, lo de Isaías y Tulio Vázquez con lo de Ibán y lo de Veragua y Trespalacios o lo de Domingo Ortega con lo de Belmonte y Pinto Barreiros... lo mismo que don Vicente José Vázquez hizo después de la guerra napoleónica, pero en la actualidad. Luego, el día que toca, se van a herrar los becerros con esos números imposibles: el 592, el 397, el 575 y luego les ponen la fecha de nacimiento por aproximación, a lo que salga. Sin ir más lejos los seis de hoy eran nacidos en el año 11, alguno en agosto del 11, y llevaban en la paletilla el guarismo 2. Curiosidades de las viejas vacadas que hacen que nadie se aburra, porque cada toro que va saliendo por chiqueros es una pura incertidumbre sobre su tipo, su capa o su conformación física. Son ésas las cosas que hacen que el aficionado espere con ganas cada corrida de Palha y que no se le ocurra irse a la taquilla a por los 8,90€ de la entrada a la primera de cambio; vamos, que aquí estamos dispuestos a soportar chuzos de punta a cambio de ver la incertidumbre de Palha, salgan como salgan. Y hoy salieron de dulce, la verdad. Hoy, tres toros para liarla y otro más que también. Y los otros dos con sus cosas en cuanto a dificultades, pero también la mar de accesibles, nada de fieras rabiosas, pero nada de tontos de solemnidad. Tres de ellos despedidos en el arrastre con ovación y dos con palmas no es mala cosecha.
Lo primero que hay que decir es que los Palha han cobrado hoy más con los del castoreño y el penco camilla que lo que haya recibido toda la camada de Daniel Ruiz en toda la temporada. Daba cosa ver a esos hombretones desde la impunidad de sus cabalgaduras enfangarse a lanzazos con los espaldares de los touros y luego cambiar la puya por otra, por si se había perdido algo de filo, y volver con brío a la tarea de mechar la carne. A cambio los Palha ni abrieron sus bocas, ni se vinieron abajo, como debe ser para contento de la cátedra; pusieron sus dificultades a los banderilleros, demostraron su personalidad atendiendo a los capotes según y cómo y regalaron caras embestidas, de las que son capaces de poner a un tío en circulación si sabe aprovecharlas.
Como se dijo más arriba hubo tres de ovación. El primero, que le tocó a Robleño, fue uno de ellos. Al hombre no se le ocurrió otra cosa que irse a porta gayola y ahí, estado arrodillado, el toro le enganchó por la axila. El torero se despojó de su chaquetilla y se desabotonó el chaleco para estar más cómodo y de esa guisa tan poco torera se dispuso al trasteo de Saltillo II, número 592. El toro, exigente, no le dio facilidades y Robleño no estaba nada convencido de pisar el terreno que el toro le marcaba. Así la faena fue un tour-de-force entre el "aquí te espero" del animal y el "ahí no voy" del matador. Tan sólo hubo un momento fugaz, tres redondos casi al final de la faena en que se puede decir que Robleño toreó con verdad. Palmas para el toro en el arrastre y poco unánime aplauso en la vuelta al ruedo del matador, que dejó una estocada desprendida de buena ejecución.
El segundo, Saltillo I, número 587 le cayó en suerte a Arturo Macías. Lo de "suerte" no sé cómo se debe interpretar, porque el toreo basado en la testosterona y el valor de Macías no podía encontrarse con algo menos apropiado para él que esa terca manera de embestir humilladamente que trajo Saltillo I. La cosa es que a medida que avanzaba el trasteo más iban quedando en evidencia las carencias de Macías para hacer el toreo. Poco a poco se fue viendo a las claras que el toro se iba sin torear y que la voluntad y los arrestos aquí no servían para suplir lo que había que hacer: dar la distancia, citar adelante, cargar la suerte, traer al toro toreado, despedirle atrás y ligar con el siguiente. El toro estaba totalmente dispuesto a echar una mano con su bonita y vibrante embestida, nada tonta. Difícil ecuación, por lo visto, la que se le planteó al azteca. Este segundo también fue de ovación en el arrastre.
El tercero, un toro de gran trapío de sólo 466 kilos, fue recibido con ovación. Éste es el que le habría venido bien a Macías, pues era un toro con complicaciones ante el que había que juzgar otros aspectos distintos del trazo largo del muletazo e incluso de la colocación; el típico toro que les da buenos réditos a la mayoría de los toreros a cambio de que se atrevan a aguantar el chaparrón. Lo mismo que le habría servido al valor de Macías le sirvió a la tauromaquia deslavazada de Alberto Aguilar, que tapó su poco halagüeña actuación gracias a los derrotes, miradas y parones de Yegüero, número 575.
El cuarto, Cardinillo, número 384, tenía la capa característica de los Veragua de principios del siglo XX; en hechuras no era ni parecido a ninguno de los cinco restantes. Se fue corriendo hacia el picador que hacía puerta y allí se le picó, luego anduvo correteando sin hacer demasiado caso a los capotes, después le pusieron las banderillas de aquella manera, quedando una enredada en el bordón de la cola durante un buen rato. El momento estelar ocurrió cuando al fin se soltó de tan curioso lugar, que muchas personas aplaudieron la caída del rehilete más que si hubiesen visto a Sánchez Mejías poner uno de aquellos pares suyos por los adentros. El toro cambió de manera radical al llegar al último tercio y allí Robleño tiró de oficio y lo despachó de una estocada casi entera algo caída.
Cuando salió Bojador, número 397, Macías debía ya haber rumiado el toro que había dejado escapar anteriormente. Las condiciones de este quinto eran acaso más acordes a lo que es su manera de ser torero, pues la embestida fuerte del toro podía poner en valor las habilidades del matador. El toro pedía mucho mando y mucha colocación. Digamos que era toro para Marcial Lalanda o para Domingo Ortega más que para estas tauromaquias light de principios del siglo XXI en las que ni se puede ni se manda. Como el toro tiene su personalidad bien acusada y el torero no es capaz de imponerse al toro, de nuevo Macías anda aperreado.
En sexto lugar salió Quita-sustos, número 375. Fue objeto de una primorosa brega por parte de Iván García, saludada por la afición con la más rotunda ovación de la tarde, en la que acaso Alberto Aguilar haya descubierto la óptima condición del toro por el pitón izquierdo. Sin dudarlo se va al toro y comienza su trasteo por la zurda guiando sus largas embestidas; Aguilar vuelve a no estar bien colocado y a pasarse el toro lejos, pero el torero deja la muleta en la cara y consigue ir enhebrando los pases unos con otros. El animal no cesa de acudir y así se va componiendo una faenita de poca entidad hecha bastante sobre la ventaja; lo intenta brevísimamente por la derecha, donde hay que trabajar más y, en seguida, vuelve a la zurda hasta que el Aguilar consigue enganchar una buena serie de tres, bien colocado, el medio pecho, la pata adelantada y a continuación un torerísimo pase del desprecio de pura inspiración. Ahí tenía que haber acabado su faena -faena netamente a mas hasta ahí-, pero le indican que siga, emborrona lo anterior con más de lo del principio y se atasca con el verduguillo después de una estocada trasera de esas que parten el libro y el cuajar y que si llegan a matar lo hacen de septicemia. Poca cabeza y poco sentido escénico del torero y poco seso el de los apuntadores. El toro se fue al desolladero acompañado de la ovación del respetable.
Con esta interesante corrida se pone punto final a la época de los Choperita, para nosotros los Choperon's Father & Son, en Madrid. Tomaron la Plaza con 20.000 abonos, la sueltan con 6.000 menos: esa dilapidación de lo recibido debería ser lo suficiente para juzgarles. No han sido unos buenos empresarios para Madrid. Vayan con viento fresco y, por favor, no vuelvan a la Calle de Alcalá número 237 más que como espectadores.
La redada de Palha
Crania ibérica
La cátedra
La vuelta al ruedo por el morro
Robleño a porta gayola
El embroque
El atropello
Benlliure palhatino
Adiós Madrid