lunes, 31 de octubre de 2016

El fútbol es sufrir


 Boris Grushenko


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Con el fútbol pasa lo mismo que con la democracia, que todos estamos ayunos de lo que es y ahítos de lo que lo parece.

    Zidane, que es feliz porque los dioses le han concedido la gracia de poder vivir de lo que ama, que es el fútbol, dijo en Vitoria: “El fútbol es sufrir”.

    De la teología balcánica a la metafísica argelina: en la escala del pensamiento balompédico, “el fútbol es sufrir” de Zidane va un peldaño por delante del “fútbol es fútbol” de Boskov.
    
O sea, que al fútbol vamos para darnos con un canto en los dientes y gozar cuando fallamos –resume el pipero de guardia.
    
Zidane es un tipo hábil: dado que del partido en Vitoria no había nada que contar, contó a la peña la de Woody Allen en “La última noche de Boris Grushenko”:

    –Jugar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe jugar, pero entonces se sufre por no jugar, de modo que jugar es sufrir y no jugar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que jugar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto para ser infeliz uno debe jugar o jugar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.
    
De lo insufrible del fútbol de toque y posesión (da más espectáculo un limpiaparabrisas) deducimos el amor que las masas (pagar por sufrir) le profesan.

    Mi vecino se enteró de que el Alavés (otro equipo que vuelve al sistema antiguo) estaba en Primera cuando el sábado encendió el televisor para ver el “Groundhog Day” de la investidura en el Congreso y se encontró con Kiko Femenía merendándole la cena al Real Madrid, que parecía, de entrada, un Celedonio.

    –¿Este partido es de Liga?
    
La verdad es que todos nos habíamos quedado en aquel Alavés de Carmona, Jordi Cruyff y Javi Moreno peleándole la Uefa al Liverpool de Gerrard, McAlister y Owen. Entonces llegaron los penaltis a favor, que en el Madrid llegan siempre con el otoño, como las setas, y los aspavientos de un público que cualquiera que los viera podía pensar que a aquella gente le estaban arrebatando el chacolí, cuya denominación de origen se disputan vascos y mirandeses del Ebro.

    A los vitorianos, de carácter generalmente templado (¡Zubizarreta!, ¡Karanka!), uno sólo los había visto airados dos veces, y las dos en los toros: la tarde en que a Paquirri se le puso entre ceja y ceja poner banderillas gules y gualda, y la tarde en que al Cid se le ocurrió brindar a María San Gil, que venía del infierno.

    Sulfurarse por unos penaltis en contra revela la igualación a la baja que el fútbol ha obrado en las masas, que todavía no sabían (Zidane habló después del partido) que el fútbol es sufrir, y en Mendizorroza sufrieron todos: los de casa, por los penaltis en contra, y los de fuera, por empeñarse en ganar sin jugar.

    También el Barcelona sufrió (¡eso es el fútbol!) para ganar al Granada de Alcaraz, con lo fácil que hubiera sido golear al Granada de Paco Jémez, famoso por su disposición para jugar como nunca y perder como siempre.

    Con Madrid y Barcelona sufriendo, aquí hay fútbol para rato. Menos con Benzema, claro, que ni sufre ni padece.



JUEGO COLECTIVO

    Arsène Wenger, el San Luis (“¡Más bonito que un San Luis!”) de los piperos, no se muestra partidario del Balón de Oro porque… “el fútbol es un deporte colectivo”, lo que pasa es que luego unos cobran más que otros, lo cual, tratándose de un ejercicio colectivo, carece de explicación racional. Si Wenger fuera fiel a la socialdemocracia de alpargata que vende, establecería en el Arsenal un sistema de retribuciones orientado al fomento del colectivismo acorde con su modo de pensar, de manera que el utillero cobrara los mismos euros que él, y él, los mismos que Cazorlita. Y así. En el Madrid, para entendernos, Cristiano, el cisne, debe compartir sus oros con Danilo, el pato feo. Ahí os quiero ver, igualitaristas del pan “pringao”.