Hughes
Abc
Desde que salió a la luz el vídeo en el que Trump, en una conversación privada y sin conocimiento de ser grabado, decía el ya célebre “grab them by the pussy”, las reacciones han sido masivas. Ha cambiado estrategias. Clinton ha encarrilado su nixoniana campaña por ahí, sacando mujeres y más mujeres de las que el, así llamado, “magnate” (como si fuera el Tío Gilito) habría abusado (entre la campaña de Clinton y un programa de Telecinco hay pocas diferencias). Metido en el fango, Trump respondió con las denunciantes de Clinton, y esto hay que explicarlo: no se trata aquí del pasado sexual de Clinton, sino de la actitud de la muy feminista Hillary. Sus argumentos, modos, estilos de defensas y sus palabras (sus carcajadas) en otra grabación “liqueada”.
Igual que la hipocresía no es tanto la diferencia entre el comportamiento público y privado como la distancia entre lo exigido a los demás y lo practicado por uno. ¿Cómo decirlo para que se entienda? La injusta distribución de la moralidad.
Esta grabación, obviamente, la han escuchado pocos. En un país como España es casi clandestina. El trumpismo se está convirtiendo, efectivamente, en una categoría muy subterránea del porno. Se disfruta como llegar a una web de tríos de trillizas albinas.
La expresión “grab them by the pussy” se convirtió en portada de los diarios, unos diarios que han decidido defender la democracia y occidente antes que contar la verdad, y se traduce como “agarrarlas por el coño”. Me atrevo, estando peor de inglés que el traductor de Trump en el último debate, a traducirla incluso como “cogerlas por el coño”. Coger es un verbo cuya acepción sexual americana nos es conocida.
Este asunto ha tenido dos efectos curiosos. Uno allí y otro aquí. Allí se ha visto en algunas encuestas. Ha afectado más en la intención de voto entre los hombres que entre las mujeres. O sea, se han sentido peor ellos que ellas.
En el consumo doméstico, ha habido decenas de comentarios indignadísimos de políticos, politólogos, tertulianos y periodistas (por no entrar en los opinadores civiles) resumibles en algo así: “Cómo votar a un hombre que dice que a las mujeres se las agarra por el coño”. Es decir, se acogían indignados, “su indignación” se acogía, se agarraba a la literalidad. Molestaba el espíritu, pero también esas concretas palabras.
Y aquí es donde quiero, sin ánimo alguno de polémica, preguntarme… ¿por dónde agarran a las mujeres exactamente todos estos individuos? ¿Porque las agarrarán en algún momento?
En sus palabras robadas, Trump, en plan exagerado y “milhomes”, no niega el consentimiento, al contrario, precisamente celebra la facilidad.
¿Cómo reaccionarían estos hombres sin prensilidad (¡incomprensiles!) a las palabras en la intimidad de una mujer que pidiese que le hicieran daño, o más fuerza, o un recio y muy femenino “agárrame bien, moreno”?
Me imagino que ya que no hacen distinción alguno entre lo público y lo privado -con las palabras de Trump no lo han hecho- saldrían escandalizados, completamente despavoridos, horrorizados.
¿Cómo y por dónde ha de cogerse a una mujer para que estos hombres meramente acariciadores no se escandalicen?