jueves, 27 de octubre de 2016

El sufragio

Posada Herrera

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El asco mediático por el llamado populismo no es más que el asco español (y europeo, claro) por el sufragio universal. El español (el europeo) no es demócrata, y se le nota; es socialdemócrata, y quien no lo sea, es populista, y no de los de Boulanger.

Vale que, de palabra, todos seamos iguales, pero luego, de obra, resulta que unos somos más iguales que otros y no nos gusta que los demás voten lo que no votamos nosotros.

El sufragio se impuso aquí con Posada Herrera, padre del administrativismo, un ismo industrial cada vez más próspero, y, en confidencia a Silvela, Posada Herrera pensaba del sufragio que el Parlamento lo sobrellevaría, pero que en los Ayuntamientos de las grandes ciudades supondría su ruina.

Yo no he tomado apunte ninguno ni sé por dónde ando al hablar –dijo en la tribuna–. Tengo, además, cierta necesidad, que tenemos todos los mortales que de generación en generación hemos acostumbrado a comer; no puedo entrar ya en más detalles, y, por consiguiente, me siento.
Posada Herrera era un chisgarabís de la política, ora allá, ora acá. Pero Sagasta era un progresista como la copa de un pino (ya no se oye lo de la copa del pino), y en la cuestión batallona del sufragio presidía el Congreso: para él, “el sufragio universal es una organización armada contra los altos poderes del Estado”. ¿Qué iba a decir Cánovas, que era el conservador? Pues que el sufragio universal era “antirracional y anticientífico”, y atentatorio contra el “sano concepto” de soberanía, que, por cierto, todavía en España, por lo que hay que oír y leer, no se entiende qué sea.

Soberano, en la definición schmittiana, es quien decide sobre el estado de excepción. La soberanía no puede basarse en una pluralidad de sujetos soberanos, pues se perdería la autoridad del Estado. Pero a lo mejor se trata de eso, cuando los politólogos de guardia insisten en que la soberanía, aquí, es cosa de todos, así que marcho a decretar un estado de excepción.