jueves, 6 de octubre de 2016

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Pintada en Madrid

Hughes
Abc

El fiscal del caso de las “black” va a ganarse el sueldo las próximas semanas. Que le abuchearan por llamarlas precisamente así, “blacks”, es lo menos que se puede esperar de los acusados. Ya vimos el comportamiento de Rato. No se sienta en el banquillo a declarar, se sienta a dar una master class. “Es que está prejuzgando”, dijo uno. Es que es el fiscal. Lo suyo sería que empezara concediendo que eran una simple retribución para, al final del juicio, no sólo reintegrarles lo devuelto, sino darles todas las cuberterías, microondas, y tablets promocionales devengadas en el proceso. Veríamos a Spottorno salir del juzgado con el honor restituido y siete pantallas planas. Qué menos.

Pretender que a las black no les llamen black, cuando es el término que usa todo el país, es legítimo, pero dice mucho del talante de estas personas. Lo demostró Spottorno cuando pidió que los agentes callaran a los cuatro preferentistas por no llamarle presunto. De nuevo, legítimo, pero… casi abusivo. 

Desde luego, no tienen que declararse culpables, ni disfrutar el pequeño calvario que padecen. Pero tienen menos sensibilidad social que un perchero. Una cosa es el populismo y otra es esto, este extremo de peripuesta altanería.

El fiscal empezó cediendo y los acusados, constituidos en grada, a partir de ahora podrán hacerle lo que a Piqué. O lo que a los porteros: “Uuuuuuuuh, ¡fiscal!”.

No es descartable que acaben teniendo razón jurídica, pero en el proceso van a hacer una exhibición de desfachatez de la que no se van a recuperar.

Ni siquiera están ahí por el perjuicio al accionista, cliente o contribuyente. Están de chivos expiatorios del sistema financiero. Las tarjetas no son su retribución. Son el chocolate del loro. Lo eran entonces y ahora: el aliño, el riego, la lubricación. La alegría, en una palabra. Como genialmente dijo Rato: “Un instrumento de liquidez”. Cuando te pagan el sueldo no te insisten en que te lo gastes. Esto sí.

Alguien llegó a decir que las tarjetas cubrían los gastos de las bodas a las que no asistiría si no estuviese en el Consejo. Poco menos que la entidad indemnizaba a los consejeros por el suplicio de cada acto social. Habían inventado incluso el “plus nupcial”.

La opacidad fiscal, comprenderán, llegados a este punto es lo de menos.