(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
Voy a escribir sobre feminismo.
–Bueno, voy recogiendo tus cosas.
Este es el diálogo normal en Occidente entre un columnista y su editor, a menos que el columnista sea Sostres. Si un columnista al uso decide escribir sobre feminismo, primero llama a sus padres, se despide también de su novia y baja al chino y al contenedor de la obra a aprovisionarse de cerveza y sacos terreros, si bien también podría aprovisionarse de sacos terreros en el chino y de cerveza en la obra.
El feminismo meramente discursivo es tan exitoso que apenas ha dejado sensibilidad sin colonizar. Es posible que el feminismo profesado y la mujer real mezclen como el agua y el aceite, pero eso es lo de menos. Lo que vengo a decir es que afortunadamente pertenezco a la raza de los hombres que sí amaban a las mujeres, pero también a la de los que aborrecen los salvoconductos bobos de la corrección política. Hoy basta con proclamar una condena cómoda de León de la Riva para ganar un debate y la proporción de mujeres que critican los cargos por cuota es mínima o inaudible. Yo pienso que León de la Riva, como el comunista Diego Valderas y su predilección por las tetas gordas, pertenecen a una fase anticuada –y peor– de la vida pública española, y su cuñadismo declarativo es desde luego intolerable. Ambos son votados por un buen número de mujeres que reputan veniales sus exabruptos; otras urnas cantarían si su política derivara del rincón freudiano de su mente, espero. Por otro lado, que levante la mano el o la que puede presentar una inmaculada hoja de servicios antisexistas, e incluyo las despedidas de soltero/a. La hipocresía pública en este asunto es colosalmente proporcional a su delicadeza íntima.
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