viernes, 15 de agosto de 2014

Gases



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Discuto en un bar rumano (“rumanu”) de Asturias con un alemán de Düsseldorf (donde se las echan de pijos) por las fabes, que él condena por “gasísticas”, como diría un periodista, o por “guasíferas” (contenedoras de guasa), como diría un paisano del Séneca.

    La fabada, más que un plato, es una gastronomía fundante. La mejor del mundo en 2014 la sirve la sidrería Bedriñana, en Villaviciosa, dato que escapa a la fenomenología del espíritu de mi alemán, que al luchar contra la fabe cree hacerlo en defensa del “medio ambiente”, cuyo descubrimiento (él no lo sabe) tuvo lugar el 22 de abril de 1915 en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, cuando los alemanes, “violando todas las leyes de la guerra”, lanzaron su primer ataque con gases, si bien su doctor Bacterio, el profesor Fritz Haber, arguyó cínicamente que el cloro está compuesto de substancias irritantes, pero no venenosas, eludiendo así el artículo 23-a de la Convención de Guerra de La Haya.

    –El siglo veinte será la época cuya idea de la guerra ya no es apuntar al cuerpo del enemigo, sino a su medio ambiente –concluye Peter Sloterdijk en sus “Temblores de aire”, escrito entre la voladura de los rascacielos neoyorquinos (“introducción de dos aviones en las Torres Gemelas”, en tropo crujiente de Monedero) y el secuestro checheno de los espectadores de un teatro de Moscú.

    De la obsesión alemana con el gas (Putin aparte) valga este apunte de Ernst Jünger en su “Diario parisino” a propósito de la “guerra de los judíos”, de Josefo:
    
De nuevo encontré el pasaje del comienzo de los disturbios de Jerusalén. Mientras los judíos se reunían para la fiesta de los panes, los romanos dispusieron una cohorte sobre la sala de columnas del templo para observar. Uno de ellos se subió la túnica, volvió el trasero hacia los judíos con una inclinación burlona y dejó escapar el indecente sonido de su posición. Costó diez mil vidas: fue el pedo más funesto de la historia.