-¡Rousseau, Rousseau! -exclama Hume-. ¡Qué de cosas podría decir yo de este hombre! ¡Es tan fatuo que prefiere sentirse perseguido que ignorado! ¡Pero no me tiréis de la lengua, que después Voltaire me estira a mí de las orejas y quizás tenga razón al regañarme por haber sido demasiado severo con él! Añadiré sólo una cosa: fue capaz de aparecer en público vestido de armenio para que no lo reconocieran, cuando si de verdad quería ser invisible no tenía más que haber ido de Rousseau.