Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En 1934, Steiner tenía cinco años. Hubo en Francia un gran escándalo financiero y los antisemitas se echaron a la calle al grito de “¡Muerte a los judíos!” Steiner recuerda a su mamá bajando las persianas, y a su papá gritando: “¡Sube las persianas!”, tomándole de la mano para mirar. Entonces le dijo algo que marcaría su vida:
–No debes tener miedo nunca: lo que ves se llama historia.
(Que es la versión bien educada de la paliza que a Cellini, con cinco años, le propinó su padre cuando apareció una salamandra en el fuego, para que jamás olvidara tan extraordinaria visión.)
En América, el vicepresidente Joe Biden, que tiene cara de Paquito Esplá y que cree que África es un país e Iraq una democracia suiza, ha colocado a su chiquillo de cobrador del gas ucraniano en lo que bombardea Mesopotamia.
Porque, para la historia, los políticos no tienen hijos; tienen chiquillos, que luego se casan (o no) con las chiquillas que tienen las Marías de los Costus.
Aquí, el chiquillo de Suárez mataba toros. El chiquillo de Gonzalón se dejó coleta (no nos cansaremos de señalar el origen filipesco-cantinflesco de Pablemos). El chiquillo de Aznar tasaba la obra de Gerardo Rueda para Blesa, que era más de perdices que de collages. Las chiquillas de Zapatero asustaron a Obama (“lo que ves se llama historia”, debió de decirle Michelle). El chiquillo de Rajoy perdió al fútbol, con sus padres delante, 23-3 ante el equipo “Libertad Constituyente” patrocinado por Trevijano. Y los chiquillos de Pujol…
Emilia Landaluce nos contaba el domingo las habilidades (muy de la psicología de Uday o Qusay Hussein) que un pujolín, con las yemas de los dedos (que tampoco serán las de Warren Beatty) ensalivadas, hizo con los canapés en un cocktail con el Príncipe de Asturias. “Fill meu!” Deditos escribiendo en el hojaldre de un canapé lo que los dedos bíblicos en la cal de la pared en el festín de Baltasar:
– Mené, téquel, fares. (“Comptat, pesat, dividit”)