miércoles, 2 de junio de 2010

Segunda de feria. La originalidad de don Fernanddo

¿Conde?

José Ramón Márquez

Hoy el Vellosino. No el vellocino de oro de Jasón, sino el Vellosino de Juan Pedro. Y lo primero, una alucinación fugaz, porque el hierro de este Vellosino juampedritis es igual que el de Isaías y Tulio Vázquez a falta de una raya. Ahí va eso. Un simple guión es la diferencia entre los Pedrajas de Valdevacas, que se conoce que no tienen corrida para Madrid desde hace quince años o más, y las ganas enormes que tenemos de volver a verlos, y estos Vellosinos que vaya usted a saber de qué covachuela de juampedro habrán salido y qué vaca los parió. Y digo lo de juampedro no porque lo parecieran, sino porque lo ponía en el programa, porque los toros eran una escalera -de color, valga el chiste- formada por el grande, el más pequeño, el de los pitoncitos hacia arriba, el de las sienecitas y carita de buen chico, el de las patas zancudas y el bobito; si acaso llegan a decir en el programa que la procedencia era de los bueyes de Gerión, pues también nos lo tragamos.

Eran lo mismo que los siete enanitos, cada uno con su personalidad: huidito, coceador, descastadito, tontobabita... pero en seis y, eso sí, procedencia juampedro, y con unos pesos estratosféricos, que estos sí que dan bien en la báscula y no esas birrias de adolfos, de palhas, de doloresaguirres, que los veterinarios no tienen más remedio que echarlos porque es que se cargan la seriedad de Madrid; y menos mal que aquí están los Vellosinos, procedencia juampedro, que pasa enterita, para demostrar la seriedad de Madrid y hacer ver que el equipo veterinario no se casa con nadie, hombre, ¡como debe ser!

En esta corrida hubo algunas cosas interesantes. Hubo retazos del pasado, como cuando Juan Mora sale a hacer sus dos faenas con el estoque de verdad y no con ese ridículo utensilio que llevan ya todos los toreros menos Juan Mora, que simula una espadita y que sirve para que no se les canse el brazo derecho, base esencial del toreo moderno y contemporáneo.

Hubo también dos caídas de picador propias de otros tiempos, de las que llamaban ‘de latiguillo’ los antiguos revisteros, y que son aquellas en las que el picador sale disparado por la tabla del pescuezo del aleluya y se pega el batacazo en el suelo desde la altura de la alzada del rocín. Ese lance de la lidia, curiosamente, fue el único que dibujó una sonrisa en la cara de un niño de corta edad que andaba por la andanada.

Luego, como es preceptivo, hubo una ración de toreo moderno, de éste de todas las tardes, a base del pico, de echar la pata atrás y de marear al toro antes de arrearle el ‘obligado’, pero con un matiz, y es que los tres matadores de hoy, cada uno a su manera, representaban una personalidad propia, y cada cual se podrá quedar con la que prefiera, pero es justo reconocer que cada uno de los tres estaban realmente lejos del adocenamiento de tantos toreritos de escuela tan aburridos, previsibles y prescindibles como vemos cada tarde.

Por mi parte Curro Díaz cumplió con los detalles que uno esperaba de él; en este caso, esa hermosa forma de salirse al tercio con muletazos por bajo con esa planta de torero bueno y caro. La pena es que al final de la faena se quisiera poner solemne, cosa que no le va nada, pues su forma es fresca y espontánea.

Conde, por su parte, tiene una personalidad extravagante y hoy la ha vuelto a mostrar, pero es seguro que todos los que no recuerdan una sola cosa de ayer de Tendero -es el que tengo a mano, no es que le tenga manía- recordarán dentro de un mes esas formas entre proféticas o iluminadas y algo ridículas del malagueño. No es torero, pero es espectáculo, como Fandila.

Y Mora, a su manera, también marcó una forma de estar ante el toro, que ya no es la usual, buscando a veces el medio pecho y proponiendo otra forma de estar diferente de la que se lleva. Ninguno de los tres hizo nada realmente estimable, pero la tarde fue curiosa y variada.

Y luego hubo más cosas: un culto señor con sombrero, americana, camisa y camiseta llamado Don Fernando aplaudió en el arrastre del tercero, el castañito llamado Pesado, número 15, él solo entre veinte mil. Otros aplaudieron a Montoliú por un par en el que tomó el olivo, cosa que jamás le vi hacer a su padre, y otros ovacionaron una estocada en la que el espada tiró la muleta a la cara del toro. Cosas antiguas y cosas modernas que se vieron en otra tarde más.

Abanicos

Jorge Laverón


Los Vellosinos ¿de don Wifredo el Piloso?


Botero, con los kilos exigidos para algunos
por los veterinarios de Madrid

Amorós


Un culto señor con sombrero


Un buen amigo con merienda


La tentadora manzana de Eva

Estampida