lunes, 7 de junio de 2010

Quinta de feria. Puerta Grande a la francesa



José Ramón Márquez
Fotos: Antonio Pérez Cucho

Ayer fue la ocasión para ver una corrida por la TV. Aprovechando la hospitalidad de C. regalamos la entrada, tal y como hicieron miles de abonados, y nos fuimos al campo. A las siete decidimos encender el receptor y ver qué es eso de los toros por televisión. Bueno, pues vayamos por partes, porque eso de los toros retransmitidos, que yo no sé si el Dr. Zaius lo hace mejor, me parece a mí que es un espectáculo que realmente apenas tiene algo que ver con la fiesta de los toros ni con la tauromaquia. Más bien parece que es una ocasión para echar el rato viendo bonitos colores y muchísimos primeros planos de las caras de todos los que salen, de los matadores, del presidente, de los peones, del padre de un torero, de los toros, del picador y de su penco, de una señora estupenda que se sienta en el tendido, de un arenero... y también primeros planos del bordado magnífico del vestido de Arturo Macías, del cogote del Niño de Santa Rita y de la tablilla con los datos del toro.

Si nos ponemos a comparar, yo creo que antes se hacía bastante mejor. Por ejemplo, ahí están las inmortales imágenes de Gallito en la tarde de los toros de Martínez en la Plaza Vieja. Como entonces no habían inventado aún los teleobjetivos, ni el zoom, y además los operadores tenían que estar dando vueltas a un manubrio, pues no podían hacer otra cosa que filmar una imagen completa en la que se ve, con una apropiada distancia, al toro y al torero; gracias a eso podemos disfrutar hoy en día de la perfección técnica del Coloso de Gelves en una impresionante serie de naturales de factura totalmente contemporánea. Si el operador aquél hubiese tenido a mano el ominoso zoom, seguro que a estas alturas nos recrearíamos con la sonrisa de Gallito o con la filigrana del bordado de su vestido, pero sus naturales estarían tan perdidos como las faenas que se hicieron ayer en La Talanquera del Puente de Ventas, retransmitidas en palcolor.

Y es que ese espectáculo, como decíamos más arriba, poco o nada tiene que ver con la fiesta de los toros. Nunca sabes en qué sitio están ni el toro ni el torero. Pongamos por caso que la faena comienza en el nueve y termina en el seis, y uno que lo ve en la TV no se entera del periplo que han hecho por tres tendidos el animal y su matador. Que el hombre se pone a citar de mala manera o perfectamente, pues tampoco te enteras, porque la imagen que ofrecen es la que a ellos les conviene en cada momento para que su retransmisión quede bonita o para que tenga ‘ritmo’, pero en esas necesidades de quien dirige la realización sucumben los elementos de juicio necesarios para el aficionado, que tiene que guiarse por indicios o pistas para orientarse y poder juzgar malamente sobre lo que está viendo.

Además, parece que la selección de los planos y de los encuadres vaya más orientada a componer cuadros que a permitir que el espectador tenga auténticos puntos de vista útiles para establecer su juicio. Tan sólo hubo un momento en el que un plano picado mostró, por única vez en toda la corrida, las posiciones de toro y torero, de una forma cercana a como se ve en la plaza. ¿Y el toro? ¿Es grande o es chico? No hay un medio para poder saber cómo es el toro, y cuando lo sacan de cerca parece muy grande, pero luego lo ves corretear y te da la sensación de que es un novillote. En suma, en la TV se ve lo que ellos quieren mostrar, y de la forma que quieren mostrarlo en aras a un espectáculo que apenas se parece a una corrida de toros.
La otra cosa que es muy empobrecedora es la labor del comentarista. No sólo por la cantidad de sandeces que dice, lugares comunes, cosas de perogrullo e invenciones, sino por su obstinado afán triunfalista y acrítico. Hubo cien perlas en la retransmisión para componer una antología del disparate, aunque me quedo con una que retrata bien el asunto cuando uno de los comentaristas le atribuye la paternidad del galleo a Rafael El Gallo.

Realmente puedo decir que no me enteré de nada de lo que pasó en la Plaza, aunque mi impresión era que lo que se veía y lo que explicaban era una cosa y lo que pasaba en el ruedo era otra: en resumidas cuentas, el Juan Bautista se llevó dos orejillas, que falta le harán; yo me quedo tan contento de no haber ido a la plaza, más talanquera que nunca por lo que me cuentan los que estuvieron, y creo que voy a dejar pasar otros veinte años hasta que vuelva a ver otra corrida por televisión. Mira, en eso de no dejar que le retransmitieran, José Tomás llevaba toda la razón.









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