viernes, 11 de junio de 2010

The queue

ARDE LA TALANQUERA


¡¡¡FALTA UN DÍA!!!


El amo del rabo

LA COLA

Julio Camba

Los Tribunales han condenado la cola del Palladium. Yo no sé si tienen ustedes idea de lo que son estas colas que se forman en Londres a la puerta de los teatros. Un señor dice hoy muy serio en el Dayly News que the queue -la cola- representa la civilización inglesa. Representa desde luego el orden y la disciplina. El principio de la cola de un teatro -me refiero al principio moral- es éste: First comed, first served, en oposición al de every man for himself. En la cola de un teatro inglés no vale ser fuerte, inteligente ni "vivo". Lo único que vale es llegar temprano. Un tullido que tome puesto en la cola primero que un huérfano, entra en el teatro antes que él. La cola inglesa no tiene comparación posible en España más que en los puestos por escalafón, donde no se recompensa al más bruto, como opinan algunos, sino al más antiguo. Para el buen orden de la cola inglesa se sacrifican todos los méritos individuales. Realmente, aquí no se reconoce más que un mérito individual, que es el de tener dinero. Se supone que el que tiene dinero compra una localidad cara, y todos los que no tienen dinero para tomar una localidad cara, pues todos son iguales en la cola.

Por estas razones, dice el comunicante del Daily News que la cola es la civilización inglesa. Si no es la civilización precisamente, es la cola de la civilización inglesa. Las gentes verdaderamente civilizadas tienen sus asientos reservados en los teatros y entran cuando quieren.

Por lo que respecta a la cola de Palladium, las autoridades no han hecho más que condenarla en beneficio del tránsito y atendiendo a quejas del comercio; pero sin que esta condena ataña en lo más mínimo a la filosofía de la cola en sí. Han condenado la cola del Palladium por circunstancias especiales; pero la cola de los teatros en general, la cola como representanción de los principios morales ingleses, ésa permanece sagrada. Porque la cola tiene un sentido filosófico y un aspecto pintoresco. Artistas callejeros, que no pueden trabajar para el público en los teatros, se ponen a trabajar para la cola. El público de la cola está más horas formando cola que viendo la función; así es que no le basta el espectáculo teatral, sino que necesita también un espectáculo como cola. Para subvenir a esta necesidad vienen los artistas ambulantes: un tío que toca el acordeón, una vieja que canta romanzas, un acróbata, un escocés con una gaita, un negro de hollín, medio desteñido por la lluvia, que baila el cakewalk; una adivinadora, un tenor italiano... Durante dos o tres horas se arma en la calle una algarabía terrible. Los comercios no pueden vender. Los artistas, de cuando en cuando, hacen una colecta más o menos fructuosa. La cola goza lo indecible, hasta el punto de que yo creo que muchos no hacen cola para entrar en el teatro, sino simplemente por el placer de hacer cola, que es un placer muy dentro del gusto inglés.

Y aunque yo no esté conforme con la filosofía de la cola, yo adoro su aspecto pintoresco. Por eso siento la desaparcición de la cola del Palladium, que era, tal vez, la más típica de todas.