lunes, 21 de junio de 2010

Feria de Torrejón. La soberana izquierda de El Cid



José Ramón Márquez

Corrida de toros en Torrejón de Ardoz con motivo de las ‘Fiestas Populares’ (¿las habrá Impopulares acaso?): Cid, Talavante e Ismael López con toros de Carmen Segovia, Torrestrellas de Guadalix.

La plaza está llena, y eso es una noticia en los tiempos que corren. Hacía muchísimos años que yo no iba a los toros en Torrejón, desde la cornada fuerte de mi amigo Juanjo Cercadillo en una novillada picada en la plaza portátil. Hoy hay una plaza nueva, cuidada, limpia y cómoda.

El cuarto toro, Quisquillo, número 58, castaño bragado y botinero ha sido el instrumento que ha utilizado El Cid para dictar una clase magistral de toreo desde que lo ha recibido con suaves verónicas, siguiendo por el orden de lidia de su espléndida cuadrilla, la gran cuadrilla de un gran torero, y de una faena maciza, extraordinaria, en la que ha puesto sobre la mesa las bases esenciales del toreo clásico, parando, mandando, templando, llevando al toro toreado hasta el final del muletazo y dejándolo colocado perfectamente con un movimiento de la muñeca para ligar las series sin descomponerse, sin carreritas ni pasitos de pato, quedándose colocado y ganándole el terreno al toro en una faena que se recuerda como una obra de orfebrería de toreo grande, de tiempos medidos, de unidad de concepto y de enorme hondura y clasicismo.

Comenzó El Cid por la mano derecha en una templadísima serie en la que, pensando muchísimo en el toro, lo ahormó sin un golpe, sin un tirón, sin un enganchón. A continuación dictó tres soberbias series con la mano zurda perfectas de colocación, invadiendo el terreno del toro en cada muletazo y resolviendo con dos pases de pecho, y con su clásico farol, series cortas y de muchísimo dominio, trazadas desde delante hasta bien atrás. Un pase de trinchera de una suavidad de terciopelo dio paso a un pequeño ‘show’ para la galería, fase necesaria en corridas pueblerinas para caldear el ambiente, y remató la obra con otra serie por la derecha perfecta de temple, de poder y de hondura. Para ser fiel a él mismo, recetó a Quisquillo media estocada tendida y dos golpes de descabello. En resumen, la mejor faena que uno ha visto en lo que llevamos de temporada.

Como es natural en estos casos, al toro lo aplaudieron en el arrastre, pues se suele confundir el trabajo espléndido del torero con la clase del toro, que habría que haberlo visto en otras manos; los aplausos del toro, por mi parte los contabilizo como propiedad del torero por la importancia y el respeto que le dio al difunto Quisquillo.
Podríamos ahora empezar a decir que si le robaron la segunda oreja, que si el torero está en un hoyo, que si tal o que si cual. Subterfugios estúpidos, lugares comunes, forraje de prensa de chicha y nabo que se resuelven en dos grandes verdades: la primera es que sólo cambia la moneda quien la tiene, y es evidente que El Cid la tiene. La segunda, que ante el toreo serio y clásico, ante el toreo de verdad todo el mundo se rinde y no es necesario que venga ningún coro de plañideras a explicar por activa y pasiva lo bueno que es tal torero y la manía que le tienen los presidentes de las plazas de toda España, confabulados con unos aguafiestas de Madrid que no tienen ni idea de toros.

¿Estuvo importante El Cid hoy? No. Estuvo como están los toreros buenos, como muchos no estarán jamás, ni en sueños; lo de la importancia se queda para las patatas.
¡Ah! Talavante y López bien, gracias.


Los Javieres de la madrileña Andana del 9, en Torrejón

Talavante, López y Cid



El Cid dictó una clase magistral con Quisquillo