José Ramón Márquez
La idea genial, como siempre, viene en manos de los Chinos, que por algo inventaron la pólvora, el papel y el spaghetti. La China milenaria, dispuesta y trabajadora, descubre un nuevo arte: el de teñir a los perros como si fuesen otro animal. Cogen un perro lobo o mistolobo, le dan unos brochazos con maña por aquí, otros por allá, y lo convierten en un cerdo ibérico. Perfecto. De otro perro, con unas rayitas y un poco de laca sacan un tigre. De otro, un perrillo chiquitito en este caso, con un poquillo de arte y otro poquillo de paciencia, sale un ratón o, si usan más el amarillo, sale Pikachu.
Y entre nosotros es que la gente no piensa, sólo embiste. Están todo el día dándole vueltas a la cumbre del toreo de Rafaelillo, que hay que ver cómo estuvo el tío a punto de liarla gorda y ni a los Choperón Father and Son, ni a su portamaletas Canis Mortis, que a fin de cuenta es veterinario, se les ha ocurrido la brillante idea de aplicar este nuevo arte de la pintura animal a los toros, y que simplemente pegándole unos brochazos de blanco entreverado a los Marqués de Domecq, para tirarlos un poco a cárdeno, y retocando con un poco de plastilina en los cuernos para ponerlos un poco asaltillados, con esas dos simples pinceladas habrían hecho pasar sin problemas la corrida del Marqués, pedazo de corrida, por puro Saltillo y Santa Coloma, que con lo que eso gusta en Madrid, se habían llevado a la plaza de calle y ellos tan contentos de hacer feliz a su amado público.
Y además que se habían evitado el enfado de las gentes del día de autos y los silbidos que tuvo que escuchar Rafaelillo, que hay que ver cómo estuvo el tío a punto de liarla gorda, y se habrían ahorrado además el trajín de idas y vueltas que se han traído con el pobre Fanático, número 45, que es que le daban las llaves del camión y el animal ya se sabía el camino de Arganda a Las Ventas y hasta metía el camión en la Plaza y todo de tanto ir y venir.
Además, que si cunde el ejemplo y esto se impone, tal y como sin duda tiene que suceder en ese mundo tan honesto y limpio como es el del toro, es que se abre un camino nuevo, insospechado y fecundo para un montón de gente como los padres de torero de sesenta arrobas, los veedores, los escofinos, los asesores y los reponedores.
Pongamos por caso que July en su I Año Triunfal quisiera hacer una importante gesta como afirmación de su dominio sobre el orbe taurino; pues con este sistema de los chinos la cosa a partir de ahora ya es bien fácil: cogemos al típico Cuvillejo, le damos unos golpes de color por aquí y otros por allá, le dejamos que pierda un poco de grasa corporal y ya tenemos casi sin esfuerzo el clásico salinero de Miura, y así sucesivamente se transforman los seis Cuvis en seis Mius y la gesta ya está servida en bandeja de plata para que la gente se vaya a su casa tan feliz de haber sido testigo y haber podido vivir el correspondiente momento único, histórico e irrepetible de esa semana.
La idea genial, como siempre, viene en manos de los Chinos, que por algo inventaron la pólvora, el papel y el spaghetti. La China milenaria, dispuesta y trabajadora, descubre un nuevo arte: el de teñir a los perros como si fuesen otro animal. Cogen un perro lobo o mistolobo, le dan unos brochazos con maña por aquí, otros por allá, y lo convierten en un cerdo ibérico. Perfecto. De otro perro, con unas rayitas y un poco de laca sacan un tigre. De otro, un perrillo chiquitito en este caso, con un poquillo de arte y otro poquillo de paciencia, sale un ratón o, si usan más el amarillo, sale Pikachu.
Y entre nosotros es que la gente no piensa, sólo embiste. Están todo el día dándole vueltas a la cumbre del toreo de Rafaelillo, que hay que ver cómo estuvo el tío a punto de liarla gorda y ni a los Choperón Father and Son, ni a su portamaletas Canis Mortis, que a fin de cuenta es veterinario, se les ha ocurrido la brillante idea de aplicar este nuevo arte de la pintura animal a los toros, y que simplemente pegándole unos brochazos de blanco entreverado a los Marqués de Domecq, para tirarlos un poco a cárdeno, y retocando con un poco de plastilina en los cuernos para ponerlos un poco asaltillados, con esas dos simples pinceladas habrían hecho pasar sin problemas la corrida del Marqués, pedazo de corrida, por puro Saltillo y Santa Coloma, que con lo que eso gusta en Madrid, se habían llevado a la plaza de calle y ellos tan contentos de hacer feliz a su amado público.
Y además que se habían evitado el enfado de las gentes del día de autos y los silbidos que tuvo que escuchar Rafaelillo, que hay que ver cómo estuvo el tío a punto de liarla gorda, y se habrían ahorrado además el trajín de idas y vueltas que se han traído con el pobre Fanático, número 45, que es que le daban las llaves del camión y el animal ya se sabía el camino de Arganda a Las Ventas y hasta metía el camión en la Plaza y todo de tanto ir y venir.
Además, que si cunde el ejemplo y esto se impone, tal y como sin duda tiene que suceder en ese mundo tan honesto y limpio como es el del toro, es que se abre un camino nuevo, insospechado y fecundo para un montón de gente como los padres de torero de sesenta arrobas, los veedores, los escofinos, los asesores y los reponedores.
Pongamos por caso que July en su I Año Triunfal quisiera hacer una importante gesta como afirmación de su dominio sobre el orbe taurino; pues con este sistema de los chinos la cosa a partir de ahora ya es bien fácil: cogemos al típico Cuvillejo, le damos unos golpes de color por aquí y otros por allá, le dejamos que pierda un poco de grasa corporal y ya tenemos casi sin esfuerzo el clásico salinero de Miura, y así sucesivamente se transforman los seis Cuvis en seis Mius y la gesta ya está servida en bandeja de plata para que la gente se vaya a su casa tan feliz de haber sido testigo y haber podido vivir el correspondiente momento único, histórico e irrepetible de esa semana.