sábado, 5 de junio de 2010

Cuarta de feria. Rebelión en la talanquera


José Ramón Márquez

Los toros y los toreros y el pueblo soberano en sus escaños. ¡Vaya tarde nos dieron! Se trajeron desde Tarifa los toros cocacoleros de esa pulcra ganadería de La Palmosilla para que fuesen rechazados y, al final, repescar cuatro que eran como una escalera, más feos que pegar a un padre y cada uno en su forma y manera, pero todos por mi parte los podían haber tirado al mar despeñándolos en los acantilados de Roche, por cutres y por feos. El remiendo venía de la parte del difunto Manuel -Manolo en sus épocas de boyantía- Prado y Colón de Carvajal. Los toros que más veces han estado en el Domingo de Resurrección de Sevilla, los toros de tantas tardes de Curro Romero, anunciados en Madrid como remiendos de una extravagante corrida del escrupuloso ganadero de La Palmosilla.

Y a propósito de los Torrealta, una curiosidad en ese primer toro, Pocabulla, número 88, cuya capa fue etiquetada por la ciencia veterinaria como ‘Flor de Gamón’, novedosa descripción que abre paso a las cosas estupendas y creativas; que en este mundo tan viejo y anquilosado conviene ir abriéndose a las tendencias y empezar a mover el nomenclátor, que la gente ya se cansa de lo de castaño, colorado, negro zaíno, jabonero, sardo, salinero o melocotón y ahí tenemos el mundo de la botánica para ir explorando nuevos nombres.

Hoy era el día prefijado para la eclosión como torero de arte, a ver si a la segunda sale, del buenazo de Rafaelillo. Han intentado pasarle de matar Dolores Aguirre o Miuras a torear las excrecencias de Marqués de Domecq o de la infausta Palmosilla del remiendo, y, aunque le hayan querido convencer de que él también tiene un fondo de artista y de gran torero de época y no sólo de gladiador temerario, la injusta y reincidente verdad es que este torero todo lo que tiene que decir en esta vida es frente a un toro que le quiera arrrancar la cabeza, porque es evidente que Dios no le ha llamado por los senderos del arte contemporáneo, ni falta que le hace, si fuese listo. Lo que le hace realmente falta es que la gente que está a su alrededor no le engañe y que él vuelva cuanto antes a su labor, para la que está cualificado, y siga ganándose el respeto de los aficionados matando esos toros a los que el pobrecillo de Cayetano tildó en cierta ocasión de ‘una ordinariez’.

El Fandi vino hoy a Madrid a hacer buena la frase de que cuanto te bajas a la plaza de toros, hay que dejar todos los prejuicios en casa. Hoy he visto al mejor Fandi, haciendo, por momentos, un soberano esfuerzo por quedarse colocado y por no ceder la posición. En sus dos toros ha sorprendido a quien le mirase sin prejuicios, planteando unas faenas de muchísimo más calado que las que le han cantado al Playmobil July o de la que le valió la injusta oreja a Rafaelillo la remota tarde de los Dolores Aguirre. No quiero decir que Fandila haya bordado el toreo, ni mucho menos, pero se vio en él una disposición a hacer las cosas bien, a él que está harto de encandilar con cualquier cosa en los pueblos, que le honra como torero y dice bastante de él como persona. Muy justa la fuerte división de opiniones que hubo a la muerte de su primero, porque retrata bien los altibajos de una faena que ha estado dominada por una gran lucha interior del torero.

De Matías Tejela baste decir que se torea como se es.

***
La talanquera se rebeló, al fin, en la andanada. Y como no podía ser menos no lo hizo contra los culpables de este abuso de tres ferias que llevamos como tres cruces al Gólgota de la afición; no se rebelaron contra el tedioso estilo de destoreo que cada tarde se nos ofrece, no se rebeló contra las basuras de torillos impresentables, cucarachas o escarabajos pastueños y ‘toreables’; se rebeló contra quien desde el conocimiento y la afición reclama en vano y a todos por igual la pureza del toreo. Como un inmundo eructo y siguiendo las consignas que emanan de los púlpitos audiovisuales, la masa vociferante e ignara reclamó ‘respeto para el que se juega la vida’, que para ellos no es el toro -quien estadísticamente siempre la pierde- sino el inane vestido de luces que cada tarde mancilla con sus posturas achuladas y ridículas y con su falta de verdad y de razón el nombre y el oficio de matador de toros.




La sensatez de Tomás M. en esa Tómbola sin Mariñas
que es la talanquera venteña, ávida de orejas ("¡Otra de oreja!")
y gritona de una cosa que haría sonrojar al mismísimo empresario:
"¡Las protestas al final!"