El Señor dijo a Moisés: "Talla dos tablas de piedra
iguales a las primeras, y yo escribiré en ellas las
mismas palabras que estaban escritas en las que tú rompiste.”
Éxodo, 34. 1
José Ramón Márquez
Un libro de bibliófilo a mayor gloria del dios. Un libro de piedra para poemas compuestos por poetas de carne y puestos allí para la alabanza del dios de piedra. Un libro donde se toman las palabras de Sassone y de Carrère, Gallito y Franco. Letras prestadas que se hacen piedra, que se usan para glosar al mito berroqueño. Edición numerada con números de piedra el I, el II, el III, el IV… como en las galerías vaticanas donde guardan las piedras que figuran a Marco Bruto, a Germánico, a Cicerón, a Decio, romanos inmóviles de piedra caliza.
Y también las imágenes hechas de piedra, litografías de capotes alados pintados por Arnás.
Toros de piedra piconada, como sacados de las rocas de Altamira, para alabar a la piedra mediante la piedra, a la pétrea deidad, a Dios hecho piedra.
Escorial del toreo, retratado en sillares de granito y, como marcas del cantero, las palabras de roca que enaltecen al ídolo, los grabados de piedra que le figuran al mismo tiempo lítico y angélico, imposible comunión. Y al fin, tiempo pétreo sin memoria ni transcurso, detenido, muerto y dejado en un sepulcro de granito.
La gracia y el donaire, la fiesta y la alegría transmutadas en maldita maldición de grave, fría, altiva, piedra.
iguales a las primeras, y yo escribiré en ellas las
mismas palabras que estaban escritas en las que tú rompiste.”
Éxodo, 34. 1
José Ramón Márquez
Un libro de bibliófilo a mayor gloria del dios. Un libro de piedra para poemas compuestos por poetas de carne y puestos allí para la alabanza del dios de piedra. Un libro donde se toman las palabras de Sassone y de Carrère, Gallito y Franco. Letras prestadas que se hacen piedra, que se usan para glosar al mito berroqueño. Edición numerada con números de piedra el I, el II, el III, el IV… como en las galerías vaticanas donde guardan las piedras que figuran a Marco Bruto, a Germánico, a Cicerón, a Decio, romanos inmóviles de piedra caliza.
Y también las imágenes hechas de piedra, litografías de capotes alados pintados por Arnás.
Toros de piedra piconada, como sacados de las rocas de Altamira, para alabar a la piedra mediante la piedra, a la pétrea deidad, a Dios hecho piedra.
Escorial del toreo, retratado en sillares de granito y, como marcas del cantero, las palabras de roca que enaltecen al ídolo, los grabados de piedra que le figuran al mismo tiempo lítico y angélico, imposible comunión. Y al fin, tiempo pétreo sin memoria ni transcurso, detenido, muerto y dejado en un sepulcro de granito.
La gracia y el donaire, la fiesta y la alegría transmutadas en maldita maldición de grave, fría, altiva, piedra.