viernes, 12 de febrero de 2010

LA LEYENDA ARTÚRICA


-¿Arturo? ¿Qué Arturo?
-El de los huevos duros

DEL ACERVO POPULAR


José Ramón Márquez

Hubo una época en que, para almorzar, solía encontrarme con JV, AV y MA en el Tiro de Cantoblanco. Nos venía bien a los cuatro llegar allí desde nuestros respectivos trabajos y nunca había problemas de apreturas. El sitio es muy tranquilo, el comedor es confortable, con un aire delicioso de los años 70, con madera y moqueta verde y, además, tiene unas amplias cristaleras por las que se ve un bonito paisaje de encinas y retamas con Madrid al fondo. A veces se oyen los disparos de las escopetas de los que practican el tiro al plato. En ese ambiente es donde conocí de veras la gastronomía de Arturo, de la que podemos decir que el del Tiro, el Tirito para nosotros, es el buque insignia, la seña de identidad del llamado Grupo Cantoblanco, dedicado a la restauración, en el sentido de dar de comer, aunque lo mismo podían dedicarse a restaurar muebles.

La primera vez que fuimos allí nos entregaron la carta y ordenamos platos de la misma. Ahí, ya ese primer día, nos dimos cuenta de que algo fallaba. El marco era, como se suele poner en los escritos, incomparable, pero la comida era deplorable.
Persistimos muchas veces en almorzar allí, por la comodidad ya descrita más arriba, pero tomamos la decisión de ya siempre pedir el menú del día. Puedo decir que recorrimos todas las propuestas gastronómicas del bueno de Arturo: carnes, pescados, ensaladas, pasta, migas, arroz, huevos fritos, guarniciones… puedo decir también que no encontramos absolutamente nada que estuviese realmente bueno. Ni siquiera las aceitunas que te traían de cortesía, que eran inusitadamente blandas. Lo único aceptable era aquello en lo que Arturo no actuaba más que como intermediario, es decir, el vino de la casa y las copas que tomábamos después de almorzar: un Jack Daniels con dos hielos, dos gin tonic de MG y un Cacique con Cocacola.

Ignoro si en el par de años que frecuentamos aquel restaurante hubo uno solo o varios cocineros. Daba la impresión de que la penosa resolución de los platos parecía obedecer a un plan preconcebido, a una transmisión de conocimiento dirigida a que nada estuviese bueno. Parecía que en los cocineros aquellos se hubiese reencarnado el espíritu del viejo chef del comedor del Instituto Ramiro de Maeztu de los años sesenta.

A raíz de aquello comencé a fijarme en la marca Arturo y me di cuenta de que, inexplicablemente, Arturo poblaba todo mi Madrid. Que ibas a la ópera, allí estaba Arturo. Que ibas a la Universidad, allí estaba Arturo. Que ibas al Edelweiss, allí estaba Arturo. Que ibas a La Nicolasa, allí estaba Arturo. Que despegabas de Barajas, ahí estaba el hotel Arturo. Arturo por todo Madrid, desde la República Argentina hasta los Bulevares, Arturo, Arturo, Arturo. Aún hoy me sigo preguntando cuál podrá ser el inconcebible secreto de su éxito.

***

El otro día, en la inauguración de Barceló en el centro cultural de la Caixa de Pensions per a la Vellesa i d'Estalvis de Catalunya i Balears, vulgo Caixa Forum, entremedias de los ricachones y de la cohorte de aduladores y pelotas de Fainé y de Ansó, del modista Montesinos y de la Koplowitz de los pies pequeños –no sé si también ligeros-, de la típica artista de televisión que aparece en todos los saraos, del futuro Duque de Alba y del propio artista, éste con los pelos de punta y quizás un poco achispado o aturdido por la emoción, mariposeaban los camareros de Arturo con sus bandejas llenas de croquetas Findus, con el queso hecho de plástico y curado al sol, con el zumo marca Tang, que produce más sed que la que quita. Siguiendo la norma de la casa, las únicas cosas de calidad eran aquellas en las que las huestes del prolífico restaurador no influían: el jamón que ya viene hecho de origen y las servilletas, que también.
Esta vez, sin embargo, estimé a Arturo por su igualitarismo al ver que no sólo se empeña en doblegar el estómago de unos pobretones como nosotros, carne de cañón y trabajadores por cuenta ajena, sino que también da el mismo trato a personas importantes y de valía a los que Arturo, al menos por un día, ha bajado de sus lujosos pedestales gastronómicos hechos de espumas, deconstrucciones y chefs estrella, para mostrarles lo que es hincar el diente a los congelados y tragar zumo de polvos con colorantes autorizados, muchos colorantes autorizados.