DOS NIÑOS TOREROS
José Ramón Márquez
A lo mejor solamente hace falta un justo para redimir al resto. Jehová demandaba hallar cincuenta dentro de los muros de Sodoma para no tomar medidas contra la ciudad impía, y quizás a nosotros nos valga con encontrar uno y que él redima a los perversos que ahora están tan interesados en prohibir –siempre prohibir- las corridas de toros. ¿Y qué será lo próximo? A lo mejor es Miguel Ángel Martínez, que vive en Hospitalet de Llobregat y que a sus once años quiere ser torero, la limpia voz que faltaba en todo este coro de grillos para reivindicar su derecho a ser lo que él quiera sin que nadie se cruce en su camino para prohibírselo.
Debe saber Miguel Ángel, que tiene sólo 11 años, que hace un poco más de un siglo, en 1908 y con algo menos de 13 años de edad, se presentó en Jerez de la Frontera para matar unos becerros otro niño, que se llamaba José Gómez Ortega, quien, según la inicua ley actual, no habría podido ir a la plaza ni como espectador. Recuerdo otras prohibiciones. Mi abuelo y yo nos quedamos cierto día en la puerta de la plaza de Vista Alegre, chasqueados e intentando revender los boletos, porque el señor Arias Navarro estimaba que los niños no debían entrar a los toros. ¿Quién era ese meticón para decidir aquello sobre la opinión de mi abuelo? A la postre, aquí está mi afición por encima de la estupidez administrativa y reglamentista del señor Arias Navarro. Y ahí está, cuarenta años después, el pequeño Miguel Ángel para enfrentarse al encanallamiento de los que hacen lo mismo que Arias Navarro aupados a una urnita de metacrilato.