Rubén Gallo
Orlando Luis Pardo Lazo
A mediados de los años 70 del siglo pasado, Susan Sontag le dio su buena patada por los ovarios a la intelectualidad de izquierda norteamericana, gracias a un panfletico que hoy constituye (o debería de constituir) todo un clásico, cuando en realidad es, por desgracia, un ensayo en fase terminal de extinción. El título de aquel libelo olvidado de la Sontag era "Fascinante fascismo" o, si se prefiere, "Fascismo fascinador".
Salvando las distancias (y lo insulsa al punto de lo indecente que resulta hoy la academia norteamericana), los cubanos por fin contamos con una obra que bien podría pasar por unas Crónicas de Indias del Parque Temático de la Revolución, ese género de larga data que comenzó incluso antes del triunfo de la susodicha Revolución, cuando en 1957 Herbert Matthews del New York Times se inventó a un Robin Hood con más barba que balas en las estribaciones del Pico Turquino.
A medio camino entre un blog de chismes y una novela amateur, diletante del deseo entre el diario y el descaro, en Teoría y práctica de La Habana, el libro escrito por Rubén Gallo durante una temporada sabática como profesor de Literatura en la Universidad de Princeton, cristaliza la joya conceptual más concreta del sentido oculto de la política del presidente Barack Obama hacia Cuba. Más que Fascinación por Fidel o Complicidad con el Castrismo, al parecer el obamato se trataba, tan apolítica como pornográficamente, de una Fidelidad del Falo. De un gallinero de plumas revueltas, puntualmente de vuelta a la Revolución marxista de los machos, por los machos, y para los machos: un paraíso proletario bajo las estrellas, sin #MeToo y sin Alt-Right, sin FoxNews y sin Title IX.
Escrito con ipso facta impunidad LGBTQQIP2SAA* (es decir, incapaz de cometer pedofilia, prostitución, acoso, violación, y demás maleficios exclusivos de la masculinidad tóxica), nuestro Gallo en La Habana nos ha legado, con su prosa imitativa de otros autores de verdad, una obrita menor pero que, más temprano que tarde, también debería de constituir un clásico. O por lo menos fundar un género (uno más, de los 1959 géneros de los que consta la genitalia humana en el Primer Mundo): la etnografía del espermatozoide. En otros términos, una antropología del ano. Y, en general, literatura mitad de lecturas y mitad de lechazos. Poesía después de La Habanauschwitz.
Viajero a la dictadura más duradera de las Américas, Gallo invisibiliza inmediatamente a las víctimas y desaparece definitivamente a los desaparecidos cubanos. Le encanta el exotismo de una ciudad en ruinas, pero mucho más vital (y retroviral) que la mediocridad aséptica norteamericana.
Y hace muy bien el autor al ejecutar, sin tabúes ni tapujitos de clase, esta operación ostentosamente orientalista, porque, con las décadas y la decadencia, el sujeto de nuestra Isla en clave de Castro ha devenido precisamente eso, una especie de negro sureño con pingón inmenso pero infantil: un promiscuo castigador de culos, a la par que un cándido ciudadano sumiso; un ente elemental que, oprimido bajo el paternalismo, ya solo se dedica a "luchar" y a "matar la jugada" en la cama, a cambio de unos dólares de los turistas del enemigo; un siervo civil que sobrevive en la fiesta facinerosa más que fascinante de estar siempre "jugándole cabeza" a la policía y al Estado, valga la redundancia.
La Revolución de los Gallos sería, pues, el lugar donde le han matado cualquier atisbo de espíritu revolucionario al pueblo cubano. Somos un carnaval de la carne. Y la pregunta por los cadáveres queda de paso pendiente para el día después de la Transición (si bien los académicos de Estados Unidos trabajan heroicamente para posponer ese mal momento). La Revolución de los Gays, por otra parte, ahora con Artículo 68 y todo en la misma Constitución comunista que secuestra los derechos políticos de los homosexuales, constaría apenas de cierto cinismo culturoso, tan propio del cucurrucucú camp, que se autofagocita aquí como teoría y práctica de un gallinero o casa de citas sin ningún potencial explosivo contra el sistema.
Salvando las distancias (y lo insulsa al punto de lo indecente que resulta hoy la academia norteamericana), los cubanos por fin contamos con una obra que bien podría pasar por unas Crónicas de Indias del Parque Temático de la Revolución, ese género de larga data que comenzó incluso antes del triunfo de la susodicha Revolución, cuando en 1957 Herbert Matthews del New York Times se inventó a un Robin Hood con más barba que balas en las estribaciones del Pico Turquino.
A medio camino entre un blog de chismes y una novela amateur, diletante del deseo entre el diario y el descaro, en Teoría y práctica de La Habana, el libro escrito por Rubén Gallo durante una temporada sabática como profesor de Literatura en la Universidad de Princeton, cristaliza la joya conceptual más concreta del sentido oculto de la política del presidente Barack Obama hacia Cuba. Más que Fascinación por Fidel o Complicidad con el Castrismo, al parecer el obamato se trataba, tan apolítica como pornográficamente, de una Fidelidad del Falo. De un gallinero de plumas revueltas, puntualmente de vuelta a la Revolución marxista de los machos, por los machos, y para los machos: un paraíso proletario bajo las estrellas, sin #MeToo y sin Alt-Right, sin FoxNews y sin Title IX.
Escrito con ipso facta impunidad LGBTQQIP2SAA* (es decir, incapaz de cometer pedofilia, prostitución, acoso, violación, y demás maleficios exclusivos de la masculinidad tóxica), nuestro Gallo en La Habana nos ha legado, con su prosa imitativa de otros autores de verdad, una obrita menor pero que, más temprano que tarde, también debería de constituir un clásico. O por lo menos fundar un género (uno más, de los 1959 géneros de los que consta la genitalia humana en el Primer Mundo): la etnografía del espermatozoide. En otros términos, una antropología del ano. Y, en general, literatura mitad de lecturas y mitad de lechazos. Poesía después de La Habanauschwitz.
Viajero a la dictadura más duradera de las Américas, Gallo invisibiliza inmediatamente a las víctimas y desaparece definitivamente a los desaparecidos cubanos. Le encanta el exotismo de una ciudad en ruinas, pero mucho más vital (y retroviral) que la mediocridad aséptica norteamericana.
Y hace muy bien el autor al ejecutar, sin tabúes ni tapujitos de clase, esta operación ostentosamente orientalista, porque, con las décadas y la decadencia, el sujeto de nuestra Isla en clave de Castro ha devenido precisamente eso, una especie de negro sureño con pingón inmenso pero infantil: un promiscuo castigador de culos, a la par que un cándido ciudadano sumiso; un ente elemental que, oprimido bajo el paternalismo, ya solo se dedica a "luchar" y a "matar la jugada" en la cama, a cambio de unos dólares de los turistas del enemigo; un siervo civil que sobrevive en la fiesta facinerosa más que fascinante de estar siempre "jugándole cabeza" a la policía y al Estado, valga la redundancia.
La Revolución de los Gallos sería, pues, el lugar donde le han matado cualquier atisbo de espíritu revolucionario al pueblo cubano. Somos un carnaval de la carne. Y la pregunta por los cadáveres queda de paso pendiente para el día después de la Transición (si bien los académicos de Estados Unidos trabajan heroicamente para posponer ese mal momento). La Revolución de los Gays, por otra parte, ahora con Artículo 68 y todo en la misma Constitución comunista que secuestra los derechos políticos de los homosexuales, constaría apenas de cierto cinismo culturoso, tan propio del cucurrucucú camp, que se autofagocita aquí como teoría y práctica de un gallinero o casa de citas sin ningún potencial explosivo contra el sistema.
Seguir leyendo: Click