miércoles, 3 de octubre de 2018

Españoles y franceses. Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro. Capítulo 26 de 26 (II)

 Manuel Valls tras la masacre de Charlie Hebdo (13-1-2015)


Jean Juan Palette-Cazajus

26. ¿Conclusión o prólogo? (2 de 2)

Pero de momento, algo tiene que quedar del «carácter» o de la «psicología nacional» española o francesa, puesto que algo parece quedar todavía de lo que hemos venido llamando durante siglos España y Francia. Ha llegado la hora de la coda para este paso a dos de varios siglos, algo torpe y tambaleante, que hemos tratado de orquestar a través de las miradas recíprocas. Tal vez, antes de concluir deberíamos volver, con algo de compunción, sobre un acontecimiento histórico del que no supimos sacar todas las consecuencias negativas para la historia posterior. La invasión napoleónica fue traumática, lo vimos en su momento (cap. 13), pero cabe pensar que la Francesada torció definitivamente la posibilidad de un tránsito apacible de España a la Modernidad que sin duda estaba en trance de encarrilamiento por la clase intelectual y política ilustrada. Arbitrariamente considerada como cómplice de los invasores, aquella élite «afrancesada», tan numerosa como competente, quedó definitivamente sospechosa y marginada. De tal suerte que, contra lo que era uno de sus pretextos iniciales, la funesta invasión desfibriló el corazón de una España senil y moribunda. Suscitó así la lobreguez fernandina, caspa y estolidez, perpetuada hasta 1833 gracias -se tiende a olvidarlo- a otra desastrosa Francesada, la de los Cien Mil Hijos de San Luis. Aquello contribuyó a ir sembrando en las cabezas de no pocos franceses la idea de que España era un país históricamente divergente y en la de no pocos españoles la idea de que las soluciones políticas para España tenían que ser premodernas cuando no antimodernas. No de otra manera se puede interpretar la actual emergencia de escritos berroqueños, tal que nacidos en las covachuelas escurialenses del Rey Prudente, que tras sacudirse el polvo de la secular travesía, creen oportuno venir a recordarnos que la esencia española sigue tributaria de una Fe, un Rey y un Estoque.

Un pueblo español: Olvera, Cádiz

Ciertamente los tiempos son difíciles, y ante las amenazas de mutilación, se puede comprender que  la ansiedad a que se ve sometido el organismo de la nación termine segregando este tipo de peligrosas toxinas. Pero nadie piense que es mejor la situación francesa. Primero porque debe considerarse la probabilidad de que el virus catalán termine contaminando a toda Europa. En pocos casos la teoría de la posible replicación de ciertos «módulos» culturales sobre el modelo de la de los genes, la llamada teoría de los «memes», desarrollada por Richard Dawkins, se muestra tan convincente como en el caso de los neonacionalismos interiores. Porque los «memes» son el vehículo ideal  para el pensamiento blando y rutinario que caracteriza la doxa. Me he referido en más de una ocasión a una clarividente máxima de Montaigne que resume esta situación y explica la viralidad con que se propagan los «memes» de la disgregación: «La semejanza une menos de lo que separa cualquier diferencia». Luego, al margen de este potencial problema que ya va mostrando síntomas inquietantes, Francia es víctima de un separatismo comunitario y religioso, difuso pero particularmente implacable. Manuel Valls pagó caro el valor que le permitió en su momento hablar de «enemigo interior».

 Richard Dawkins

Las naciones son casi tan transitorias como los humanos que las hacen y deshacen. Son biodegradables y acechadas por la descomposición. Como nosotros saben que tienen que morir y como nosotros prefieren vivir como si no lo supieran. Hubo un tiempo en que nuestras naciones no eran; un tiempo en que fueron sin saber que eran, ni tampoco qué cosa eran. Es probable que haya llegado el momento en que el flujo histórico está terminando de biodegradar aquellas configuraciones históricas y vitales, aquellos extraños productos de la historia, del azar y de la voluntad humana. Si lo que quisimos o creímos que eran nunca coincidió con lo que fueron en realidad, tampoco la manera con que irán desapareciendo coincidirá jamás con la idea que nos hacemos de su finitud.  Puede que ya estén deviniendo otra cosa. Puede que ya hayan dejado de ser. Ningún ser individual coincide nunca con el ser de la nación. Las naciones son exactamente como nosotros: poco a poco, inconscientemente, se van ausentando.

 Un pueblo francés. Estaing (Occitania) Estaing

Por qué no recordar, a modo de despedida, que el gentilicio «español», cuyo sufijo es ajeno a  la filología castellana, es de procedencia occitana o catalano/provenzal -«espanyol» sería su primera grafía-  apareciendo sin duda para designar al conjunto de los moradores de la Hispania cristiana al sur de los Pirineos. La palabra empezaría a difundirse en el norte de España a lo largo del siglo X, a través de los peregrinos «francos», como se decía entonces, que frecuentaban el Camino de Santiago, el futuro Camino «francés». Es probable que también contribuyera a su difusión la red de monasterios cluniacenses de procedencia ultrapirenaica a quienes había quedado encomendada la «gestión» del Camino francés y de la peregrinación. Inicialmente los españoles no se autodenominaron así. Tardarían varios siglos en hacerlo. Ya entrado el siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) relataba cómo preguntados unos recién arribados a Nueva España por quiénes eran, respondieron por este orden: «Cristianos somos, y vasallos del Emperador don Carlos, y españoles ». Y muchos siguieron anteponiendo el gentilicio de su provincia histórica o geográfica.

 Francia en 1180. En azul, el dominio real

Por qué no recordar el hermoso momento en que Roldán, el protagonista del cantar de gesta homónimo y brote primerizo de la literatura francesa, agoniza en Roncesvalles, «hacia España yaciendo» («devers Espaigne gist» dice el verso antiguo), mientras se viene acordando de «la dulce Francia». Lo que entonces se llamaba Francia -el manuscrito original se fecha hacia 1170- era el dominio real de los Capetos que abarcaba una superficie apenas superior a la de la actual Bélgica. No se consideraban franceses ni los normandos, ni los bretones, ni los gascones, ni los borgoñones, ni otros muchos feudos por más que varios fuesen más extensos que la llamada «Francia» y todos ellos vasallos de los Capetos. Según el dominio real, con el paso de los siglos, se fuera expandiendo de manera concéntrica, englobando los antiguos feudos y otras tierras, se extendió asimismo la palabra inicial con que se designaba. Se mantuvo el nombre de las antiguas provincias pero subordinado al genérico «Francia». La jerarquía feudal que estructuraba y entronizaba la «Francia» de los Capetos resultaba más laxa en el caso de los reinos hispanos. La estructuración histórica de España, en lugar de «concéntrica» y «jerárquica», se desarrollaría de forma  «excéntrica» y «aglomerativa». Resulta que el nombre de «España» no es el de ninguna de las entidades históricas que la constituyen. La palabra «España» no subordina; congrega. ¿Acaso amanecía el sino de los dos países en el nombre con que cada uno se designó? Decididamente, esta conclusión sólo podía ser una introducción.

Roldán agoniza, "hacia España yaciendo"