"Será mejor entrenador que futbolista" vaticinó Ismael Fernández,
uno de tantos incomprendidos
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Desde que Luis Enrique diera la primera lista de futbolistas para la selección, el periodismo nacional no deja de “sorprenderse” ante la ausencia de Jordi Alba. Disimulan reporteros y locutores sus ansias por revivir los viejos tiempos de Clemente y Sarabia y los no tan viejos de Mourinho y Casillas sin saber aún de qué lado ponerse, pero eso sí, entusiasmados por abrigarse con los chalecos de una falsa guerra en estos tiempos de siempre en los que nada es lo que parece.
Seguro que los periodistas acabarán en el lado bueno, pero creo, cada vez más escéptico en la polémica, que Luis Enrique tiene razones que seguro hay periodistas que conocen, nosotros no, para olvidarse de uno de los mejores laterales zurdos del mundo. “El fuerte carácter de ambos los enfrentó en el Barça y los hizo incompatibles por los siglos de los siglos”, dicen y será verdad. Si es así, hace bien el seleccionador en evitar tensas convivencias que son las que debilitan los grupos cuando cada uno es de un padre y una madre.
Los jugadores de la selección no son una plantilla. Son los mejores futbolistas de un país y presumidos como suelen parecernos casi todos, necesitan de alguien que transmita autoridad. No un entrenador que mande como los sargentos chusqueros de nuestra mili sino alguien con jerarquía y conocimiento. Creo que Luis Enrique, a pesar de los detractores agazapados a la espera de ya se sabe qué, de sus extravagantes andamios y de sus polémicos prontos es uno de nuestros mejores entrenadores y probablemente el único acierto del presidente Rubiales. A mí particularmente me gustaría ver a Jordi Alba en la selección porque creo que hay pocos como él, pero me parece mejor la firmeza del míster en busca de la armonía de un grupo que en el Mundial nos pareció tan decadente desde una insólita altanería.
Creo que dirigir una selección con buenos futbolistas, como la española, es un chollo, siempre que se observe un mínimo de autoexigencia: colocación de los futbolistas, transmitir intensidad en cada partido y sobre todo convivir “en armonía” como cuando Kubala: “los chicos bien, moral alta...”. Luego los chicos no estaban en sus habitaciones, pero aquélla era una época sin delatores. No sabe Lopetegui lo que ha perdido. ¡Con lo bien que iba todo y lo satisfecho que parecía de camino a Rusia!