sábado, 22 de septiembre de 2018

Triquiñuelas

J. D. Salinger


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Salinger, guardián del centeno, confesó haber estado siempre convencido de que el ratón que escapa de la trampa vuelve cojeando a casa con nuevos e infatigables planes para matar al gato. Entre nosotros, ese ratón son los políticos, y el gato, las leyes.

    –Hecha la ley, hecha la trampa –reza el “vivaz espíritu jurídico” que atribuye a los españoles Albornoz, quien, sin embargo, no acaba de explicarse el contraste entre nuestra “prolífica devoción legislativa” y nuestro “desdén por el cumplimiento de la ley”.

    La República advino por una pirula electoral (República de piruleros). Un descuido sindical preparó la Revolución de Asturias (Revolución de descuideros). Un fraude electoral aupó al Frente Popular (Régimen de malandros). Un birlibirloque constitucional dio a Azaña el sillón de Alcalá Zamora (Hamponato presidencial). Una triquiñuela legal (“de la ley a la ley”, cosa que ya obsesionara en Francia a Napoleón, cuando lo suyo) inauguró la Santa Transición. Ahora, Sánchez, con fama de ambicioso entre los politólogos (¡lo que se le escape a un politólogo!), apela al estado de necesidad para cerdear las leyes para su Presupuesto. Es la Teoría de las Circunstancias con que la historiografía golfa justificó los crímenes (“propios de caníbales” le parecieron a Saint-Just los de la Bastilla) de la Revolución francesa, y que a Sánchez le viene como un guante Varadé para dirigir su banda de jurisperitos (Marlascas, Delgados, Robles) en el templete de la picaresca política con libreto de Salas Barbadillo.
    
Estamos donde estamos, pero venimos de donde venimos. María Soraya, que presumía de abogacía del Estado, una cosa que impresionaba mucho a los generales, cuando la investidura de su Mariano estaba en el aire por un quítame allá esos plazos, habló públicamente de “vacío legal” en la Constitución (?), y llamó a los letrados de las Cortes a llenarlo, con lo cual convirtió a esos letrados (Méndez de Vigo, el del karaoke, sin ir más lejos)… ¡en poder constituyente! Y de postre, el 155.