viernes, 21 de septiembre de 2018

Macbeth




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los politólogos de meñique han descubierto que Sánchez es “muy ambicioso”, y para ahuyentar los peligros que ese exceso presagia, nos recomiendan seguirle al loco la corriente de su fantasía llamándole “Doctor” (¡qué idea, qué idea!).
La mucha ambición viene a ser eso –dice el Séneca, todo lo contrario de un politólogo de meñique–: una falta de respeto a los claveles de nuestra maceta.
Un día de estos los politólogos de meñique descubren a Shakespeare y leen la tragedia de Macbeth, que es lo que tenemos en La Moncloa, donde se venden boletos para la rifa del papel de Duncan.
En La Moncloa, abierta ahora al público aficionado al teatro, hay, en efecto, un Macbeth. Y una Lady Macbeth. Y hasta brujas (mazo) de Macbeth (“¡Que hierva el caldero y la mezcla se espese!”), intraducibles, al decir de don Luis Astrana Marín, por el tipo de verso escogido por Shakespeare como “ritmo conveniente a los seres sobrenaturales”.
Macbeth teatrero, y por tanto morcillero, es el nuestro. Macbeth de culebrón venezolano, bien ajeno a lo que Santayana amaba de Grecia e Inglaterra, que era “los modales adecuados, la perfección y la simplicidad varoniles”. En este macbethato sanchista también el mañana y el mañana y el mañana avanzan a pequeños pasos (ahí están los zapatos tocineros de Sánchez), de día en día, hasta la última sombra del tiempo recordable. Y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte…

¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y grita durante su hora sobre la escena, y después no se le oye más… Un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!...
Porque Sánchez es “muy ambicioso”, queridos politólogos de meñique, lo ha escogido Don Dinero, que necesita un apaño en Cataluña para ganar diez o quince años (¡una generación cultural de las de Ortega!) de “Paz Social” para sus cosas, que no son las nuestras.

Un tipo presto a hacer… “lo necesario”.