Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Una cosa que dijo Juan Belmonte cuando su hijo Juanito, hijo del Fenómeno y la costurera de Triana (“yo he sido hijo natural hasta los dieciséis años”), hizo saber a su padre que quería ser torero:
–Mira, hijo, de torero a sinvergüenza no hay más que un paso. Así que ten cuidado de no darlo.
En los árboles de la Milla de Oro madrileña han colgado este cartel: “Paupérrimo, también de salud, aceptaría 500 euros para cumplir última voluntad”. Y el teléfono. ¿Qué tenemos aquí, un torero de la vida o un sinvergüenza de la publicidad?
Por si lo primero, uno quiere sentir, como Ruano, respeto por el suicida: inquietud filosófica y terror católico. “El suicidio también es un accidente de la voluntad”, diría Ruano del de Hemingway, con quien había alternado en Ronda, donde el gringo “tenía físicamente algo de droguero en vacaciones”.
–Siempre me ha sorprendido que todo el mundo siga viviendo –dice Kirillov, el suicida de Dostoyevski en “Los demonios”, la biblia del nihilismo. (Hay que ser un Sánchez para sentarse a escribir “novelas modernas”, teniendo a Dostoyevski en la estantería).
Kirillov cree que si no hay Dios, entonces él es Dios. Si Dios existe, todo es Su Voluntad y uno no puede hacer nada contra Su Voluntad. Si no existe, todo es mi voluntad y estoy obligado a ponerla de manifiesto. Kirillov quiere manifestar su voluntad, aunque sea el único que lo haga.
–Estoy obligado a pegarme un tiro porque el nivel más alto de mi voluntad es matarme. Soy el único que lo hace sin motivo alguno, por pura voluntad. Todo lo que el hombre ha hecho es inventar a Dios para vivir y no tener que matarse: en eso consiste hasta ahora la historia universal.
Ahora, contra el nihilismo de Kirillov, una multinacional de las zapatillas propone la fe de Kaepernick, el futbolista americano que en el estadio puso de moda, “contra el racismo”, hacer “un Zapatero” al himno y la bandera de los Estados Unidos. Su lema: “Cree en algo. Incluso si significa sacrificar todo”.