jueves, 20 de septiembre de 2018

Españoles y Franceses: Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro. Capítulo 25 de 26


 Don Quijote y el vizcaíno

Jean Juan Palette-Cazajus

25. Antes de concluir: confesión epilogal

                                             «A lo cual replicó el vizcaíno:
                     -¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. 
                     Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás
                     que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, 
                     hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dice cosa».
                                                      (Don Quijote, Capítulo 8, Parte I)

Tengo perfecta conciencia de las profundas insuficiencias de este ensayo de ensayo. Al menos sobre esta base cabe la posibilidad de construir algo más sustancioso. Acabo de hablar del carácter eminentemente literario del sentimiento de identidad nacional y de las  psicologías aferentes. Sin duda tenía que haber insistido en el carácter imaginario, además de literario, que las consecuencias del invento de la imprenta infundieron a los sentimientos  colectivos o nacionales. Me estoy acordando, como muchos habrán entendido, de las tesis de Benedict Anderson sobre las «Comunidades imaginadas». No cabe la menor duda de que el sentimiento nacional tal como lo entendemos todavía es el producto de la alfabetización generalizada que se extendió a partir de la segunda mitad del siglo XIX y la «ideología escolar» así transmitida fue construyendo el imaginario nacional que hemos heredado. Es una representación en extremo reciente.


 Mapa de gallinas autonómicas

Pero mi trabajo adolece además de otra carencia, sin duda la más importante, que no me queda más remedio que tratar de justificar: en ningún momento he abordado el papel de las complejas identidades «periféricas» en la articulación del «carácter nacional» español. Cualquier pretexto vale para las ideologías victimistas, pero el reproche de haber identificado España con el más tradicional "castellanocentrismo"  no carecerá, aquí, de ciertos fundamentos. Creo que el tono general de este trabajo es el temor y la incertidumbre. La necesidad de integrar otras facetas «diferenciales» en este marco forzosamente limitado, habría resultado de tan difícil manejo que la dificultad del morlaco solo podía disuadirme de cualquier intento lidiador. 

Pero no desconocía, por citar alguno de los muchos autores que han abordado el tema, los comentarios de Cadalso en la «Carta Marrueca» n° II: «Aun dentro de la nación española, hay variedad increíble en el carácter de sus provincias. Un andaluz en nada se parece a un vizcaíno; un catalán es totalmente distinto de un gallego; y lo mismo sucede entre un valenciano y un montañés. Esta península, dividida tantos siglos en diferentes reinos, ha tenido siempre variedad de trajes, leyes, idiomas y moneda. De esto inferirás lo que te dije en mi última carta sobre la ligereza de los que por cortas observaciones propias, o tal vez sin haber hecho alguna, y sólo por la relación de viajeros poco especulativos, han hablado de España.». No sé si darme por aludido por esta última frase.


Mapa español de estereotipos

Ni tampoco ignoraba las lacerantes observaciones de Barthélémy Joly, consejero y limosnero del Rey de Francia, que viajó largamente por España entre 1603 y 1604: «Entre ellos los españoles se devoran, prefiriendo cada uno su provincia a la de su compañero, y haciendo por deseo extremado de singularidad muchas más diferencias de naciones que nosotros en Francia, picándose por ese asunto los unos con los otros y reprochándose el aragonés, el valenciano, catalán, vizcaíno, gallego, portugués los vicios y desgracias de sus provincias; es su conversación ordinaria. Y si aparece un castellano entre ellos, vedles ya de acuerdo para lanzarse todos juntos sobre él, como dogos cuando ven al lobo.

[...] Se quejan [de los castellanos], a sabiendas de ser tiranizados por ellos, mal tratados en la distribución de los honores y recompensas, tanto civiles como militares»

Podrían multiplicarse las citas. Tampoco desconocía, ya mucho más cerca de nosotros, las lúcidas y premonitorias palabras de Ángel Ganivet, poco antes de suicidarse en 1898, recogidas en una larga y fascinante carta dirigida a Unamuno: «Yo soy regionalista del único modo que se debe serlo en nuestro país, esto es, sin aceptar las regiones. No obstante el historicismo que usted me atribuye, no acepto ninguna categoría histórica tal como existió, porque esto me parece dar saltos atrás. A docenas se me ocurren los argumentos contra las regiones, sea que se las reorganice bajo la monarquía representativa o bajo la república federal, sea bajo esta o aquella componenda debajo del actual régimen; encuentro demasiado borrosos los linderos de las antiguas regiones, y no veo justificado que se los marque de nuevo, ni que se dé suelta otra vez a las querellas latentes entre las localidades de cada región, ni que se sustituya la centralización actual por ocho o diez centralizaciones provechosas a ciertas capitales de provincia».

En la misma carta proseguía un poco más adelante: «He estado tres veces en Cataluña, y después de alegrarme la prosperidad de que goza, me ha disgustado la ingratitud con que juzga a España la juventud intelectual nacida en este período de renacimiento; a algunos les he oído negar a España. Y, sin embargo, el renacimiento catalán ha sido obra no sólo de los catalanes, sino de España entera, que ha secundado gustosamente sus esfuerzos. En las Vascongadas sólo he estado de paso; pero he conocido a muchos vascongados; los más han sido bilbaínos, capitanes de buque, y éstos son gente chapada a la antigua, con la que da gusto hablar; los que son casi intratables son los modernos, los enriquecidos con los negocios de minas, que no sólo niegan a España y hablan de ella con desprecio, sino que desprecian también a Bilbao y prefieren vivir en Inglaterra. El motivo de estos desplantes no puede ser más español».


Granada recupera los restos de Ganivet


Y era precisamente Miguel de Unamuno el que publicaba el 25 de diciembre de 1905, en la revista «Nuestro Tiempo» un largo y sobrecogedor artículo, tan obsoleto en algunas cosas como rabiosamente actual en otras, titulado «La crisis actual del patriotismo español» donde comentaba los sucesos del mes anterior, en Barcelona, cuando un grupo de oficiales asaltara las redacciones del semanario satírico catalanista «Cu-Cut» y del diario «La veu de Catalunya». El acontecimiento, considerado por los historiadores como un primer intento de militarización de la vida pública española, aceleró el éxito del catalanismo y propició su victoria en las Elecciones Generales de 1907.  Una entre decenas de citas posibles:

- «En el fondo del catalanismo, de lo que en mi país vasco se llama biszkaitarrismo y del regionalismo gallego, no hay sino anticastellanismo, una profunda aversión al espíritu castellano y a sus manifestaciones. Esta es la verdad y es menester decirla. Por lo demás, la aversión es, dígase lo que se quiera, mutua […] Aunque todos hayan podido participar legalmente de la gobernación del estado, todo se ha hecho a la castellana […] Y de tal modo es así, que cuantas descripciones del español corren por Europa, apenas pueden aplicarse sino al castellano».

Pero también:

- «Y la nación española es una casa que nos ha cobijado a todos y a cuyo amparo nos hemos hecho lo que somos cuantos pueblos hoy la constituimos».

¡Nihil novum sub sole Hispaniae! 

Unamuno posando para López Mezquita