sábado, 15 de septiembre de 2018

Plagios



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Si la partidocracia va a profanar tumbas (¡profanaciones de Estado!), ¿qué hay de malo en que haya profanado textos?

El plagio, decía el mejicano Julio Torri, es el absurdo a que conducen los apologistas de la personalidad.

Es el desconocimiento de la comunidad espiritual de la especie. Se necesitaba el advenimiento del reino de los abogados para que se colocaran cotos en el dominio del espíritu.
El Diccionario de Jurisprudencia de don Joaquín Escriche llama plagiarios a “los que se dan por autores de los escritos ajenos y los publican a su nombre atribuyéndose la gloria y la utilidad”.
¿Viene dándose Sánchez, presidente del gobierno, por autor de un truño universitario de Ocaña, economista del Real Madrid, para hacerse pasar por fundador de la diplomacia económica? Bueno, para hacerse pasar por padre de la “gran abstracción”, Kandinsky dató falsamente en 1910 su acuarela del Museo de Arte Moderno de París.

En la comunidad espiritual del sanchismo, que es la enfermedad adolescente del izquierdismo (un leninismo cani con aro de baloncesto para el bote de las propinas), el plagio es una “nacionalización cultural”. Racionero, cuando lo suyo, al ser liberal, lo llamó “intertextualización”, sin éxito, pues el éxito de la prosa en las partidocracias (sociedades del “como si”) sólo lo garantiza el Estado, y el Estado no garantiza más prosa que la del gobierno.

Brecht, al que Adorno acusó de ensuciarse con tierra las uñas para parecer obrero, cultivó mucho la “nacionalización cultural”, pero a beneficio del proletariado, que era él (no tenía sino que mostrar las uñas). Aquí, un profesor de Murcia le ganó en los 80 el juicio de plagio a Vázquez Montalbán por una traducción del “Julio César” de Shakespeare para el Centro Dramático Nacional (siempre el Estado). Y Cristina Morales fue premio Injuve (Estado) en el 13 con una novela sobre el 15-M con textos plagiados de Ramiro Ledesma, el de la Conquista del Estado.
Los puse como trampa literaria –explicó.