lunes, 6 de junio de 2016

Vigésimosexta de mi Feria. Y va el presidente y nos cambia un Miura de "La Lidia" por un Fraile gordinflón de "El Motín"


 Verde y negro

José Ramón Márquez

Y al final, la A. La letra que asemeja a un buey y que en fenicio se llama aleph: buey. La A con corona anteayer y la A con asas hoy. Los “bueyes bravos” de Miura una vez más en Madrid, ni se sabe las veces desde 1849, trayendo en sus lomos y en las descomunales mazorcas de su cuerna la evocación del toro de lidia como patrimonio familiar, como ininterrumpida continuidad ganadera que nos conecta a los espectadores del siglo XXI con la afición de nuestros tatarabuelos. Bien es verdad que hay muchos que son osados e irrespetuosos y que se ponen a mirar a Miura como si fuese el ganado prescindible de un ladrillero de los de “eliminando lo anterior”. Acaso no se dan cuenta de que lo que hoy nos lleva a la Plaza es Miura y lo que se quiere ver es una corrida de Miura entera, aunque le fallen las patas, que nos da lo mismo, y que aquí no hay equidistancia que valga. Nadie va a dejarse los cuartos en una taquilla porque se anuncie una de Parladé, de Victoriano del Río, de Vellosino o de Jandilla, que ahí las gentes irán sólo por ver a la clase de toreros que se anuncian con ellas, pero con Miura se va nada más que por Miura, por la divisa verde y negra, sea quien sea el torero. Bien es verdad que si el torero fuese Pepe Luis Vázquez o Domingo Valderrama la cosa pintaría de maravilla, pues es sabido que ahí no va a estar nunca ninguno de los que ya nos podemos imaginar. Ponce, sin ir más lejos, sólo tiene en su haber una de Miura, en Linares, y el Julián, Carnicerito de San Blas, tiene el honor de haber llegado a anunciarse una vez en Sevilla con los de Lora del Río, aunque luego las circunstancias de la vida hicieron que su sitio lo tomase finalmente Manuel Escribano.
Bueno, pues ni por ésas, que como el primero, Tablillero, número 25, dio ciertos síntomas de debilidad,  se juntaron los de la equidistancia por un lado y los de la mala baba por el otro y se confabularon a ver a ver si conseguían poner al de Zahariche camino de los corrales. Y luego el Presidente del festejo, don Jesús María Gómez Marín, con las cosas que llevamos vistas que han mantenido en el ruedo, va el inocente y se saca el pañuelico verde, que tampoco es que el de Miura se hubiese derrengado, como un soufflé que se viene abajo, y que, por si alguien se fijó en ello,  llevaba además dos surtidores en la espalda producidos por la acción destructiva de Agustín Collado, por los que vertía sangre a borbotones. Nadie echó cuentas de cómo estos miuras se vienen arriba en su fortaleza y al señor Gómez le faltó el tiempo para echarlo al averno de Florito. Un bonito toro, una estampa de La Lidia pintada por Perea, cárdeno salpicado, puro trapío, tirado a la basura. Y en el pecado, la penitencia, que el sobrero era un tonel de grasa de... ¡Valdefresno! Si, señor. Un lisarnasio que se tenían ahí, guardado en la manga, que llevamos veintitantos entre toros, novillos y sobreros de la peste de los Fraile y hoy, para la última de la Feria, se habían traído de matute the last of the lisarnasios. Ver salir al lorzas de Cordobán, número 75, era como ver a un  luchador de sumo de esos japoneses. Al lado de los tipos antiguos y tan característicos de lo de Miura, ver al adefesio del lisarnasio, que llevaba la cabeza pegada directamente al tronco, con una ausencia total de pescuezo era deleznable, máxime que además la bola de sebo se pegó dos o tres planchazos de categoría, pero el quasimodo había salido para quedarse y para que el público le viese rodar espanzurrado con un sablazo. Más no merecía, aunque lo suyo era haber ido de cabeza desde la ganadería al matadero de Béjar y que no hubiésemos tenido nunca que verle.

Los cinco Miura que se lidiaron presentaron diversos grados de su tradicional mansedumbre encastada, esa mágica ecuación, e incluso hubo uno, el cuarto, que finalmente se lidió en primer lugar, Tabernero, número 17, que se salió de la tónica general: se trajo de Sevilla un pitón izquierdo de los de encumbrar a un tío, acudió al caballo con gallardía, cumplió en varas y fue despedido con una fuerte ovación. En cuanto a las varas, el que mejor impresión dejó fue el sexto, Ojeador, número 11, que se arrancó por tres veces al caballo cada vez de más lejos, aunque bien es verdad que sin apretar contra el kevlar más que en el primer encuentro. Lo picó deficientemente Francisco Vallejo, poniendo la puya en la paletilla y luego rectificando y moviendo de pena el caballo, pero como ya se ve que las gentes a lo que van a los sitios es a aplaudir, le pegaron una ovación al piquero absolutamente injusta e inmerecida. El segundo, el tercero y el quinto no rayaron a gran altura en el primer tercio, aunque desarrollaron peligro e inteligencia a lo largo de sus lidias. De  todos ellos, el menos interesante fue el tercero, Tahonero, número 22.
Para acabar con la de Miura, donde nunca jamás veremos ponerse “incorpóreo” a Manzanares, se trajeron a Rafaelillo, Javier Castaño y Pérez Mota. Y la elección vino a darnos la razón una vez más en cuanto a que hay toreros que su única posibilidad de lucimiento es con los toros que meten miedo y que cavilan y ponen a cavilar.

Rafaelillo tiene perfectamente tomada la horma al zapato del toro difícil, que es donde él habita. Su primero, el que corrió turno por el que echaron sin ton ni son, no tenía un pase por el derecho, o al menos así nos lo quiso mostrar el matador. O acaso es que era tal la calidad de su embestida por el izquierdo que Rafaelillo no quiso perder el tiempo en toques y probaturas. Decían los antiguos que en el pase regular o natural la suerte está siempre cargada y aquí vino Rafaelillo a demostrar que eso no es así ni mucho menos, que se colocó tan por fuera como cualquiera de los que más hayamos censurado aquí y planteó su trasteo con el noble Tabernero basándose en la ventaja. El toro es de los que encumbran a un tío, tenía una embestida rotunda, con todo el cuerpo, en la que estaba contenida la promesa de algo grande; se venía de largo, aunque en esa distancia no lo quiso el matador, y si protestó alguna vez fue por la colocación del torero o por el deficiente uso de la muleta. Al final de la faena, consigue Rafaelillo sacarle dos naturales de frente donde se demuestran perfectamente, por si alguien no se había dado cuenta, las insuperables condiciones del toro. Labor muy apreciada por los tendidos, diríamos que sobre la base de la bula madrileña de Rafaelillo, y constatación más que patente de que el toro se le va sin torear. Y es que, como decíamos aquí hace justamente una semana, hasta para ser toro hay que tener suerte. Su segundo fue el tonel de Valdefresno, que era un sonajas bobo y sonso, ideal para “incorporeidades”, que, como todo el  mundo sabe, no es ni mucho menos el registro en el que se mueve Rafaelillo.

Castaño es él y su cuadrilla, de donde echamos de menos al buen picador y jinete que es Tito Sandoval y a ese enorme peón que es David Adalid, que aún estamos estremecidos de la belleza del par que puso al de Moreno Silva. El que más le sirvió para vender su mercancía fue su segundo, al que fue acortando las distancias para llegar al ¡ay! que tanto conmueve. El toro no era franco ni muchísimo menos, más bien se enteraba de lo que ocurría y ahí estuvo Castaño aguantando el tipo cuando el animal levantaba la cara o se quedaba frenado. Castaño concibe una faena de valor para conmover a las gentes y si llega a matar de manera certera habría llegado a haber una buena petición.

El tercero demandaba por parte de Pérez  Mota un planteamiento de mucha claridad de ideas: machetear al animal, pases de poder, intentar someter de manera violenta, intentar sacar dos derechazos o, mejor aún, dos naturales y una estocada arriba. Eso en Madrid es de oreja. No lo hizo. En el sexto tampoco consiguió encandilar a la parroquia y tuvo toro para ello, pero aún no domina los resortes del espectáculo del ¡ay! con la solvencia de, pongamos, un Rafaelillo. Debe perseverar porque ahí hay un “nicho de mercado”.

En cualquier caso, como siempre, el máximo respeto para todos los toreros que se anuncian con las corridas de respeto.

 Paseo

 Programa

 Miura

 La sombra de Miura

 El tajo

 Andrés controlando el palco
Ese presidente con aire de Ibáñez, el de Mortadelo y Filemón, cometió la humorada
 de cambiarnos un Miura de "La Lidia" por un frailón de "El Motín" anticlerical de José Nakens

 Sánchez

 Vis a vis

 Versalles

 Desbandada de los Ben-Hur

 Genealogía

 Sánchez

 A con asas

 Carpintería

 Tercio de varas

 Hasta el rabo todo es Miura

 Despedida

 Final

Hasta el domingo
(Hasta entonces, a reírnos con los premios isidriles de la Empresa)