domingo, 5 de junio de 2016

"OH LA LA, MON DIEU!" (En el centenario de Verdun)



Jean Palette-Cazajus

El 21 de Febrero de 1916, a las 7H15 de la mañana, empezó a caer sobre las líneas francesas el más infernal bombardeo de artillería conocido hasta la fecha. Comenzaba la batalla de Verdún. Se considera que terminó el 19 de Diciembre del mismo año. Fueron 10 meses de un infierno bélico profusamente adjetivado, sobre todo por aquellos que no estuvieron, puesto que los actores se repartieron esencialmente entre quienes murieron y quienes vieron que no hay palabras para hablar del infierno. La fase más recordada en Francia es la primera, que termina el 20 de marzo y se corresponde con el máximo esfuerzo alemán por romper el frente. Es la más sangrienta para los galos, a punto de verse sumergidos antes de conseguir estabilizar el frente. Del 21 de Octubre al 2 de Diciembre el contrataque francés recupera el terreno perdido al principio de la batalla. El frente ya no se moverá hasta el final de la guerra.

Murieron 163.000 franceses y 143.000 alemanes. 216.000 franceses y 200.000 alemanes resultaron heridos, es decir, para la mayoría, definitivamente mutilados o desfigurados. Porque conviene recordar que el 80 % de las bajas durante la 1a Guerra Mundial fueron causadas por una artillería ya muy moderna, mientras el adjetivo todavía les venía grande a la medicina y a la cirugía. Al final, pues, un resultado estrátegicamente nulo.

«Lunar» es el calificativo tópico adosado al campo de batalla de Verdún. En Francia la hagiografía de la batalla siempre ha exaltado el heroismo excepcional de aquellos, muy pocos, que sobrevivieron al bombardeo inicial y, sonados, traumatizados, enloquecidos, lograron abortar el ataque de la infantería germana. De hecho los obuses habían destrozado y removido de tal manera lo que era un apacible paisaje arbolado del noreste de Francia que hacía casi imposible la progresión de la infantería.

El 22 de Febrero, el bosque llamado «des Caures», un pañuelo de algo más de 1 km2, recibió 80.000 obuses entre las 7 de la mañana y las 3 de la tarde. Al mando del sector estaba el teniente coronel Driant, muy conocido antes de la guerra por sus exitosas novelas de aventuras y anticipación. Fue de los pocos que supieron anticipar el ataque alemán y prepararse para ello reforzando al máximo sus posiciones. Pese a ello, de sus dos batallones de cazadores que sumaban 1.300 combatientes, sobrevivían 300 cuando la noche decidió por fin taparse los ojos. Momentos antes, sobre las 7 de la tarde, Driant había exclamado, a fuer de buen francés, «¡Oh la la, mon Dieu !». Acababa de recibir en la sien la bala mortal.

Hoy el paisaje de Verdún de nuevo es verde, agreste y arbolado. Pero un siglo después siguen visibles las tremendas cicatrices en forma de cráteres, trincheras a medio colmar y vestigios defensivos de hierro oxidado y cemento roto. Es dificil que pasen semanas sin que afloren esqueletos, huesos, botas, armas, herramientas. Se considera que la mitad de los muertos sigue allí sepultada sin identificar.
Dos años y medio antes de Verdún, solo un año antes del estallido del conflicto, en Junio y Julio de 1913, se libró la segunda Guerra Balcánica. El asesinato del heredero del trono austrohúngaro por Gavrilo Princip, un ultranacionalista serbio, se considera la chispa que incendió Europa, cuando no era más que un fleco de aquella guerra que acababa de enfrentar a búlgaros, primero contra serbios y griegos, finalmente contra los rumanos. Los agregados militares franceses presentes en el frente, sobre todo al lado del aliado serbio, pudieron comprobar el coste sangriento de los ataques de infantería en campo abierto frente a la eficacia mortífera de las nuevas ametralladoras, así como los tremendos destrozos causados por la artillería pesada.

De nada sirvieron aquellos informes para que el Alto Estado Mayor francés revisara sus planteamientos tácticos basados en la llamada «ofensiva a ultranza», es decir masivos ataques de infantería, calada la bayoneta, apoyados por el cañon de campaña calibre 75, muy usado, 20 años más tarde, en la Guerra Civil española. Sorprendidos por la maniobra envolvente de los alemanes que habían violado la neutralidad de Bélgica, sin casi artillería pesada considerada como un lastre en la perspectiva de la descerebrada «ofensiva a ultranza», los franceses, ataviados con pantalon rojo y guerrera azul, sable y guantes blancos para los oficiales, frívolos, petulantes, anacrónicos, se atusaron el bigote y sacaron a bailar a la muerte. En un pueblo del sur de Bélgica mal llamado Rossignol, es decir «ruiseñor», el 22 de Agosto de 1914, día ahora conocido como el más sangriento de la historia de Francia, murieron en pocas horas 27.000 soldados de las tropas de élite, segados por las ametralladoras y machacados por los cañones Krupp de largo alcance.

El avance alemán fue tan rápido y confiado que propició el contrataque de los días 6 al 13 de Septiembre, hoy conocido como Batalla del Marne, donde el estado de agotamiento de las tropas francesas evitó a los alemanes un desastre tal vez definitivo. Pronto los ejércitos se iban a enterrar en las trincheras y el frente a estabilizarse hasta Julio de 1918. Entretanto, Francia había perdido en 5 semanas 313.000 soldados -¡el doble que en Verdún!-, tenía a 10 departamentos del noreste destruidos y brutalmente ocupados por el enemigo y se iba a sentir durante 4 años amenazada en el propio ser.

De modo que el lugar especial ocupado por Verdún en la memoria francesa se debe a que, en aquella ocasión, y retórica patriotera aparte, Francia sintió que le iba literalmente el alma. Stefan Zweig consideraba con razón que Europa murió en las trincheras de 14-18. Personalmente considero que la Francia histórica finó efectivamente en Verdún, en Craonne, en el Camino de las Damas. Entre barro, sangre y hierro, la Vieja Francia dejó de cabalgar. Después de 1918, se convirtió en la primera nación posmoderna.

Hoy en día, todas las viejas naciones europeas son naciones posmodernas. En posible definición, breve y sencilla para tema harto complejo, la nación posmoderna sería la que por un lado ha renunciado a la voluntad de dominación agresiva sobre las demás, pero también a la voluntad de defenderse y de garantizar su propia continuidad. El primer punto es sin duda positivo. Da vergüenza recordar que la «ofensiva a ultranza» preconizada por el estado Mayor en Agosto 1914, se argumentaba en la «evidente» superioridad moral del soldado francés. Enfrente, aquellos alemanes, contemporáneos de Einstein, de Max Planck y de Thomas Mann, sólo podían ser unos soplagaitas.

En 1918, Francia, toda ella, civiles y excombatientes, creyó pasar página: no era «racionalmente» posible que fuese a repetirse semejante carnicería. Pero, desde los escritos de Herder, había una Alemania dispuesta a construirse contra la «Razón francesa» y hubo que esperar a 1945 para que vencida y arrasada no tuviera más remedio que convertirse, a su vez, en nación posmoderna. No reaccionó frente a la derrota militar sino frente a la ruina de su ser como nación.

La tardanza alemana tiene muchas explicaciones. No padeció la primera guerra sobre su territorio y sin embargo la perdió. Pudieron más el rencor y las ganas de revancha que el sufrimiento. Por lo demás, fuese o no nietzscheana, la voluntad de poder caracterizó la energía juvenil y la irresponsabilidad adolescente de la Alemania moderna, frescamente unificada en 1871. Mientras «Paris era una Fiesta», Berlín desfilaba entre masas geometrizadas y ladridos colectivos. La impreparación militar de Francia en 1940 muestra que las cabezas de los políticos como las de los militares, eran ya posmodernas y totalmente reacias a creer lo que, sin embargo, veían y sabían.
Después de Verdún y la Primera Guerra Mundial con sus 10 millones de bajas militares entre muertos y heridos, 9 millones entre los civiles, después de la Segunda, con 25 millones de bajas militares y probablemente más de 50 millones entre los civiles, más que nunca resulta «racionalmente» imposible concebir que semejantes desastres vuelvan a suceder.

Racionalmente, y esta vez sin comillas, debemos considerar que volverán a suceder. Es posible que no tengan el aspecto masivo y colectivo de las dos Guerras Mundiales. Aunque, personalmente, no descarto nada. Todos parecen haber olvidado el asesinato de 800.000 Tutsis en Ruanda, en 1994. ¡En 100 días y a machetazos! Nuestra posmodernidad valora lo artesanal.

La tendencia claramente revelada por las dos guerras mundiales, hoy se ha desbocado. En adelante, la inmensa mayoría de las bajas serán civiles. Lo vemos ya en Iraq, en Siria. Los primeros zarpazos de un tipo de terrorismo con vocación de masivo nos están anticipando lo que nos espera. Nuestro universo de mónadas aisladas y egoístas se expone a una muerte aislada y egoísta. Los cazadores del teniente coronel Driant murieron fraternales y profundamente motivados. Solidarios dirían algunos. Los asesinados del Bataclán murieron juntos, pero solitarios. Desgraciadamente, algunos o muchos de nosotros, en los próximos años, morirán, a buen seguro, con motivo de muchos pequeños Verdún, portátiles, personales y "customizados".

 La Vieja Francia dejó de cabalgar

Después de 1918, se convirtió en la primera nación posmoderna

Los cazadores del teniente coronel Driant murieron fraternales y profundamente motivados