lunes, 20 de junio de 2016

Novillada en Madrid. Gatos de Gabriel Rojas por liebres de Castillejo de Huebra, sin otra explicación que el exceso de trapío

El concepto de limpieza de Fernández, el Mochuelo de la Cifu


José Ramón Márquez

Volvemos a Las Ventas, al lugar de los hechos, una vez finalizado el sanisidro. Las Ventas de después son amables, poco pobladas, igual de sucias y dejadas de la mano de Dios; Las Ventas de después es el reencuentro con esos incansables orientales a los que en nuestra ignorancia supina sobre el oriente llamamos chinos y con los tendidos poblados de seguidores de tal o cual torero, ansiosos de ver a su ídolo -muchas veces además de ídolo es pariente- triunfando en la Monumental, con lo que creen que la carrera del ídolo tomará el vuelo tan necesario para estas cosas. Y luego, por la parte de la afición, los de siempre poco más o menos.

Para esta corrida número 41 de la temporada madrileña habían anunciado una de Castillejo de Huebra, ganadería salmantina propiedad de señoras ganaderas, y mira que ha habido buenas ganaderas en la Historia, procedencia Murube/Urquijo, sobre la base de la que fue de Félix Cameno. Hasta ahí todo iba bien, pero como todo aficionado sabe el empresario propone y el veterinario lo descompone... Dada la opacidad absoluta en cuanto al tinglado de los corrales no es posible saber qué mandó a los murubes de Castillejo de vuelta al hogar. Las habladurías dicen que se desechó la corrida por "exceso de trapío", o sea, que los amplios esqueletos murubeños venían bien cubiertos, y cuentan que acaso los cuidadores de los novilleros -en muchos casos es mejor ya hablar de cuidadores que de apoderados- estimaron que el ganado tenía una presencia de demasiado respeto, poco apta para sus pupilos. El hecho es que sin mediar explicación alguna, aunque fuera poco convincente, no se permitió a los Castillejo hollar el arenal de Las Ventas y rápidamente se buscó un sustituto que se adaptase mejor a las exigencias de menos. Así fue como aterrizó Gabriel Rojas en Madrid. 

De Gabriel Rojas me tiene referido mi muy querido Juan Galacho que lidió en Málaga una corrida en la que el extraordinario Presidente don José Luis González Torres obligó a un propio a salir al ruedo portando un cartel en el que se explicaba que el ganado se lidiaba bajo la responsabilidad del ganadero; la corrida la mataba Manzanares (Dolls Abellá) y tras ella el íntegro Presidente mandó analizar las astas, sancionándose al ganadero por evidencia de manipulación fraudulenta de las mismas. Eso queda en el debe de la divisa blanca, grana y verde y, la verdad, no habla lo que se dice bien de ella.

A Madrid mandó don Gabriel desde El Castillo de las Guardas dos lotes de tres toros, tres y tres, con lo que parece que hemos estado en dos corridas distintas. Por delante fueron los tres de la risa, Corneta, Triguerito y Rubialo, números 14, 21 y 18, de encaste entre raspa de sardina y cucaracha, el primero más feo que Joselito Calderón chupando un limón; el segundo, con esa cara de becerrote, era Íñigo Errejón en toro; el tercero, un donnadie sin paliativos. Los tres iban en plan bobo de poca monta, correteando igual que Bambi cuando tenía madre; además, sin aparentar el más mínimo asomo de una mala idea o de un pensamiento impuro. Los tres del segundo lote eran de otra condición, Silbato, Lindero y Trompilla, números 26, 3 y 11, presentaron una  mayor seriedad, esto no quiere decir con más kilos, evidentemente, y eso en seguida se notó por la actitud de los que andaban por el ruedo lo mismo al asunto del capoteo que a lo de las banderillas, se notaba bien que en esta segunda parte la corrida metía más miedo en el cuerpo que la primera. El cuarto, el Silbato, dio el toque de atención cuando se hizo el amo del ruedo, salió entonces a escena la casta (o castita, para los más exigentes) y la corrida tomó otro derrotero bien distinto del que llevaba hasta ahí.
Para no vérselas con los Castillejo de Huebra se anunciaron en los carteles los nombres de Juan Miguel, único "superviviente" de la corrida del domingo anterior, Daniel Crespo, que se venía a Las Ventas con el magro bagaje de tres corridas toreadas en 2015, y el albaceteño Diego Carretero, natural de Hellín y nuevo en esta Plaza.

A Juan Miguel le tocó vérselas con el novillo cubista, el cacho feo de Corneta, deprimente  caricatura del toro de lidia en una Plaza con un mínimo de exigencia; el tal Corneta, brocho, cubeto y bizco era un puro mamarracho que obsequió sus embestidas sin maldad con la innoble finalidad de que Juan Miguel devolviese la oreja que le dieron el domingo anterior. Ante la estética "arte povera" de Corneta, Juan Miguel planteó con plenitud el catecismo del neotoreo, sin llegar a hacer nada digno del más leve aplauso. Como corresponde a estos tiempos le fueron algo jaleados los pases en que el novillo se daba uno detrás del otro en ese movimiento continuo que tanto gusta y excita a los públicos de la hora presente, pero en honor a la verdad debemos decir que los pases se los dio el novillo solo y que el torero rehuyó de manera pertinaz la colocación adecuada y el cite en su sitio. Su segundo era el tal Silbato, que le metió dos soberanas palizas las dos veces que le echó mano, estando en ambas el torero totalmente descubierto y a merced del toro. A resultas de los golpes pasó a la enfermería y no pudo matar a Silbato, tarea que cayó sobre los hombros de Daniel Crespo.

En los de su lote, segundo y sexto, pues se corrió turno tras el quinario de la muerte de Silbato, Daniel Crespo presentó dos caras parecidas, pero algo distintas. A su primero, que iba y venía, lo toreó por las afueras sin pasión, como si le sobrasen los contratos, en su segundo, que era más toro, trató de esbozar una faena armada, no una sucesión de pases sin ton ni son, y por algún momento pareció que podría dar el paso hacia adelante, quedarse en el sitio ofrecer el medio pecho... fue un momento fugaz toreando con la zurda, un natural y se queda bien colocado, en el límite de lo admisible, echa la muleta adelante y el toro se traga el pase... un espejismo, porque en seguid vuelve a las andadas y a partir de ahí ni progresa ni adecuadamente.

Y el nuevo, Diego Carretero, arropado por nutrida parroquia. Es torerito muy pinturero y recogido, le falta concepto y desechar la porquería de ideas que le han metido en la cabeza sobre lo que es torear. En su primero, en el recibo por verónicas puso una vez los pies tan bien plantados en la tierra, la pierna de salida ligeramente adelantada, sin estridencias, que en un segundo -sólo en un segundo- vino como una brisa a Curro Romero. En su segundo, lo mismo, en un pase por bajo al inicio de la faena junto a las rayas, con el torero bien plantado, vertical, clásico. Esos dos fugacísimos apuntes son lo de reseñar, lo otro es no querer ni ver la distancia que le pedía su primero, es un disparate de faena larga que no llega a tomar vuelo, es lo de todos los días a todas horas. En su segundo, por no aburrir, el toro era peor y el torero era el mismo.

Lo mejor de la tarde, sin lugar a dudas, los dos puyazos de Juan Charcos al sexto (originariamente el quinto), dejándose ver, montando estupendamente y con ganas de que el toro se arrancase, recibiendo al toro lanzado a la carrera y agarrando ambos en la yema. 

La brasa de Calderón

 Sol y sombra

 Paseo

Las mulas calderonas de Jose, el único Jose, para quien todos los demás son Joserramón