Pepita Samper
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España es un país sin orgullo, que es lo último que se puede perder, con una sociedad “faisaneada”, por decirlo como los chinos (que a la putrefacción le dicen faisanaje), que hace de la traición virtud, y la más finolis.
El Senado español no puede ser el Senado de los Estados Unidos de América, la institución más imponente de la tierra, ni la Cámara de los Lores, asilo de la simpática nobleza que impide, dice Bagehot, el culto del oro, “que es el ídolo familiar de los ingleses”. Nuestro Senado tiene más de almacén de los Estudios Bronston, donde Pío ejerce la crítica taurina, Espinarete aparca la bicicleta y los costaleros peperos cobijan a Rita, el “ninot” indultado de Rajoy, en metáfora de Coto Matamoros.
–Se quedará detrás del visillo –dicen en su partido.
Si la partidocracia, explicada por los juristas alemanes, consiste en la integración de las masas en el Estado, ¿por qué Rita no iba a quedar integrada en el Senado y establecer allí una comisión, horchatería o confesionario?
–Ahora, Pemán, haremos como los predicadores: echamos la cortinilla del Sagrario y ya podemos decir lo que queramos –decía Millán Astray, que creía que los curas echaban la cortinilla del Sacramento para murmurar de la Divinidad; echaba la cortinilla de El Pardo y ya se consideraba con licencia para murmurar del franquismo.
¡Acogerse a sagrado (lo sacro, dice Freud, es, a todas luces, algo que no debe ser tocado) en el Senado! El Senado como zarza lobera, o perdedero, de las liebres que vienen corriendo los galgos.
Por cosas como ésta fue viendo Gecé que Solana era quizá el único vanguardista de España.
–¿Sabe usted? –decía a Gecé un demoliberal catalán en Barcelona–. Los pistoleros no eran de acá la mayoría. Sino levantinos. Sobre todo valencianos.
España, España.
Por renombre y saberes, Rita representa al PP como Pepita Samper, barrocamente elegida por Benlliure, al decir de Gecé, representó a Valencia (España) sabiendo esperanto y llamándose “miss”.
El Senado español no puede ser el Senado de los Estados Unidos de América, la institución más imponente de la tierra, ni la Cámara de los Lores, asilo de la simpática nobleza que impide, dice Bagehot, el culto del oro, “que es el ídolo familiar de los ingleses”. Nuestro Senado tiene más de almacén de los Estudios Bronston, donde Pío ejerce la crítica taurina, Espinarete aparca la bicicleta y los costaleros peperos cobijan a Rita, el “ninot” indultado de Rajoy, en metáfora de Coto Matamoros.
–Se quedará detrás del visillo –dicen en su partido.
Si la partidocracia, explicada por los juristas alemanes, consiste en la integración de las masas en el Estado, ¿por qué Rita no iba a quedar integrada en el Senado y establecer allí una comisión, horchatería o confesionario?
–Ahora, Pemán, haremos como los predicadores: echamos la cortinilla del Sagrario y ya podemos decir lo que queramos –decía Millán Astray, que creía que los curas echaban la cortinilla del Sacramento para murmurar de la Divinidad; echaba la cortinilla de El Pardo y ya se consideraba con licencia para murmurar del franquismo.
¡Acogerse a sagrado (lo sacro, dice Freud, es, a todas luces, algo que no debe ser tocado) en el Senado! El Senado como zarza lobera, o perdedero, de las liebres que vienen corriendo los galgos.
Por cosas como ésta fue viendo Gecé que Solana era quizá el único vanguardista de España.
–¿Sabe usted? –decía a Gecé un demoliberal catalán en Barcelona–. Los pistoleros no eran de acá la mayoría. Sino levantinos. Sobre todo valencianos.
España, España.
Por renombre y saberes, Rita representa al PP como Pepita Samper, barrocamente elegida por Benlliure, al decir de Gecé, representó a Valencia (España) sabiendo esperanto y llamándose “miss”.