Por Geoffrey Gray
The New York Times
De regreso en su hotel, José Tomás salió a cenar con su círculo. Vestía jeans negros, zapatos oscuros y una bufanda. Le preguntaron cómo se sentía.
“¿Qué puede hacer uno?”, respondió y sacudió la cabeza. Se veía hosco y desanimado, como cualquier matador, un mortal tras una tarde difícil, ya no el misterioso dios de los toros que tanta gente había venido a ver.
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(Vía Ricardo Bada)