martes, 5 de abril de 2011

Una gota me resbalaba por la pierna


-Una gota me resbalaba por la pierna, se me metía en la oquedad que el tobillo forma con el zapato y debía hacer mil piruetas para que mis condiscípulos del preuniversitario no se dieran cuenta. Durante meses, mi familia sólo tuvo aquel aceite mineral para cocinar, gracias a un pariente farmacéutico que lo sacaba a escondidas de su trabajo. Recuerdo que al calentarlo hacía una espuma blanca en la cazuela y después la comida quedaba con un tono dorado de fotografía, ideal para revistas gastronómicas. Sólo que nuestros cuerpos no podían absorber aquella grasa destinada a crear lociones, perfumes o cremas. Se nos salía por el último tramo del intestino y goteaba, goteaba, goteaba… Mi poca ropa interior quedaba manchada, aunque al menos así podíamos descansar de la comida sólo hervida y probar otra, un tanto asada...

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