Conde de la Maza en Sevilla. Por fin toros en el Baratillo, después de tanta inmundicia en la vieja plaza tan a menudo profanada. El Conde se trae seis pupilos de diversas trazas, no se puede decir que sea una corrida pareja, pero no se puede negar que es una corrida seria, muy seria.
Lo que a uno le hubiese gustado es que los toros del Conde de la Maza hubiesen venido cortados por el mismo patrón, toros iguales en tipo y en hechuras, pero el hecho es que la corrida no ha sido homogénea en presentación, aunque sí de una gran seriedad y respeto. Ya me hubiese gustado ver a los tres de ayer, al poderoso y a sus coleguis el verónicas y el muñecas ante estas seis prendas que se trajo el Conde a Sevilla.
Bueno, como estas cosas son imposibles, pues nos quedamos con lo que hay, que es Luis Vilches, Iván Fandiño y Oliva Soto, que si esto de los toros tuviese una mínima lógica de espectáculo, hoy se tendrían que haber anunciado esos que se enseñorean de los carteles y de los titulares mercenarios para darse auténtica importancia con los bichos que dan importancia de verdad, que no son los que se dejan hacer, sino los que meten miedo.
Habría que haber visto estos toros bien lidiados, con bregas adecuadas, con picadores dispuestos a hacer las cosas bien, con toreros entregados. A cambio tuvimos las bregas basadas en el recorte y el capotazo sin ton ni son y los lanzazos traicioneros y medrosos. Tauromaquia moderna de la época, según algunos, en que se torea mejor que nunca y en la que, a mi humilde entender, más se olvidan las reglas básicas del toreo.
Luis Vilches es un torero honrado. Trató de poner en marcha su idea frente al primero, el más pequeño del encierro, llamado Limpiocero, número 88. Trató de hacer valer su distancia, que no era la del toro, y ese error de origen le estropeó el pasodoble. El torero no quería la distancia del toro y se iba a la que para él era cómoda, porque el torero está generalmente más a gusto cerquita del toro que viéndole correr hacia él. No fue capaz de entenderse con el bicho y la cosa quedó en nada. Ganó el toro a los puntos porque Vilches jamás le mandó.
Su segundo se paró en el tercio de muerte y eso fue una gran tabla de salvación para el de Utrera, que seguirá donde estaba antes de venir a Sevilla.
Iván Fandiño tuvo también un toro que sí y uno que no. Se amontonó por igual en ambos y su labor no dijo nada; cero grados, ni frío ni calor. ¿Quién le trajo y por qué?
Oliva Soto trajo lo mejor y lo peor de la tarde. Lo mejor en su finura y en su naturalidad no impostada, en la verdad de su toreo con la zurda, en sus necesarios pases de pecho, en sus cites a distancia haciendo galopar al toro, en el brillo y en el mando de una extraordinaria tanda de naturales. Lo peor en su falta de ambición para resolver la faena a su primero con más rabia, con más ganas de llevarse por delante el triunfo en La Maestranza, en entregarse, en irse detrás de la espada. En su segundo estuvo peor. Sin embargo, este torero tiene algo y por lo que a mí respecta mantiene el crédito. El miércoles vuelve.
Hay ganaderías como ésta de hoy que están obligadas a estar siempre bien. Mientras que a otras se les permite todo, hay algunas que no pueden fallar. No cabe duda de que los mercenarios atacarán con saña esta corrida, porque todo lo que huela a casta debe ser eliminado de la circulación cuanto antes en beneficio del odioso pensamiento único; no cabe duda de que unos toros como los de hoy que demandan las cosas bien hechas, que aprenden y que se entregan en quince muletazos y luego están para la muerte no sirven a la moderna tauromaquia circense de toros tío-vivo que van y vienen y no saben por qué lo hacen ni para qué. Es cierto que la corrida podía haber sido mejor, como tantas otras, pero al Conde, con lo grande que es el hombre, lo van a tundir a palos.
Lo que a uno le hubiese gustado es que los toros del Conde de la Maza hubiesen venido cortados por el mismo patrón, toros iguales en tipo y en hechuras, pero el hecho es que la corrida no ha sido homogénea en presentación, aunque sí de una gran seriedad y respeto. Ya me hubiese gustado ver a los tres de ayer, al poderoso y a sus coleguis el verónicas y el muñecas ante estas seis prendas que se trajo el Conde a Sevilla.
Bueno, como estas cosas son imposibles, pues nos quedamos con lo que hay, que es Luis Vilches, Iván Fandiño y Oliva Soto, que si esto de los toros tuviese una mínima lógica de espectáculo, hoy se tendrían que haber anunciado esos que se enseñorean de los carteles y de los titulares mercenarios para darse auténtica importancia con los bichos que dan importancia de verdad, que no son los que se dejan hacer, sino los que meten miedo.
Habría que haber visto estos toros bien lidiados, con bregas adecuadas, con picadores dispuestos a hacer las cosas bien, con toreros entregados. A cambio tuvimos las bregas basadas en el recorte y el capotazo sin ton ni son y los lanzazos traicioneros y medrosos. Tauromaquia moderna de la época, según algunos, en que se torea mejor que nunca y en la que, a mi humilde entender, más se olvidan las reglas básicas del toreo.
Luis Vilches es un torero honrado. Trató de poner en marcha su idea frente al primero, el más pequeño del encierro, llamado Limpiocero, número 88. Trató de hacer valer su distancia, que no era la del toro, y ese error de origen le estropeó el pasodoble. El torero no quería la distancia del toro y se iba a la que para él era cómoda, porque el torero está generalmente más a gusto cerquita del toro que viéndole correr hacia él. No fue capaz de entenderse con el bicho y la cosa quedó en nada. Ganó el toro a los puntos porque Vilches jamás le mandó.
Su segundo se paró en el tercio de muerte y eso fue una gran tabla de salvación para el de Utrera, que seguirá donde estaba antes de venir a Sevilla.
Iván Fandiño tuvo también un toro que sí y uno que no. Se amontonó por igual en ambos y su labor no dijo nada; cero grados, ni frío ni calor. ¿Quién le trajo y por qué?
Oliva Soto trajo lo mejor y lo peor de la tarde. Lo mejor en su finura y en su naturalidad no impostada, en la verdad de su toreo con la zurda, en sus necesarios pases de pecho, en sus cites a distancia haciendo galopar al toro, en el brillo y en el mando de una extraordinaria tanda de naturales. Lo peor en su falta de ambición para resolver la faena a su primero con más rabia, con más ganas de llevarse por delante el triunfo en La Maestranza, en entregarse, en irse detrás de la espada. En su segundo estuvo peor. Sin embargo, este torero tiene algo y por lo que a mí respecta mantiene el crédito. El miércoles vuelve.
Hay ganaderías como ésta de hoy que están obligadas a estar siempre bien. Mientras que a otras se les permite todo, hay algunas que no pueden fallar. No cabe duda de que los mercenarios atacarán con saña esta corrida, porque todo lo que huela a casta debe ser eliminado de la circulación cuanto antes en beneficio del odioso pensamiento único; no cabe duda de que unos toros como los de hoy que demandan las cosas bien hechas, que aprenden y que se entregan en quince muletazos y luego están para la muerte no sirven a la moderna tauromaquia circense de toros tío-vivo que van y vienen y no saben por qué lo hacen ni para qué. Es cierto que la corrida podía haber sido mejor, como tantas otras, pero al Conde, con lo grande que es el hombre, lo van a tundir a palos.