viernes, 29 de abril de 2011

Salvar el tiqui-taca


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Guardiola es un tío de teatro en Cataluña, y los cómicos de su pueblo lo adoran. Los de Madrid, en cambio, no, y hacen mal, porque el tiqui-taca, que es la dramaturgia guardiolesca, procede de un madrileño, Luis Aragonés, más conocido por Zapatones o Sabio de Hortaleza, que posee el don adámico de poner nombres a las cosas. El tiqui-taca consiste en un rondo del portero con sus defensas y el medio centro: a simple vista, parece una metáfora de la posmodernidad, como las escaleras mecánicas del Hotel Bonaventure en Los Ángeles, que no llevan a ninguna parte. El tiqui-taca tampoco lleva a ningún sitio, pero en Cataluña lo toman por seña de identidad cultural, y se sublevan contra quien lo ponga en solfa. Es el caso de Mourinho, que ha tenido que vérselas, primero, con un árbitro admirador de Messi, y luego, con un bufete de abogados encargados de recoger sus declaraciones para llevárselas a Platini, el Tartarín de ese Tarascón que es la Uefa. En el caso de que Mourinho persistiera en su actitud, podrían enviarle un video de Buenafuente con chistes de Víctor Valdés, o un retén de mozos de escuadra para cargarlo de cadenas y devolverlo a Portugal. El tiqui-taca es un latazo basado en la posesión del balón. Para evitar tamaña peste, los del baloncesto, siempre más inteligentes que los del fútbol, reglamentaron el límite de posesión, treinta segundos por ataque, y el espectáculo quedó salvado...

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