Libertad Digital
A falta de entretenimiento mejor en que ocupar el ocio de sus diputados durante la Semana Santa, el Congreso de Bolivia se apresta, según parece, a votar una solemne declaración de derechos de la Pachamama. Asunto muy del agrado de cierto Álvaro García, vicepresidente del país y genuino panteísta precolombino tal como delata su apellido. Así, a juicio del inca García "la ley establecerá un nuevo marco de relaciones armonioso y fecundo entre la Tierra y sus habitantes". A su vez, y ya puestos a hacer el indio, el periódico global ha dado en adherirse a la prosopopeya de los chamanes del Altiplano. Siempre, eso sí, que la atribución de personalidad jurídica a bellotas, frijoles, chuzos, guijarros y hojas de coca "no quede en mera declaración de intenciones", como se prevenía ayer en la plana noble, la de los editoriales de El País.
Ante todo, el rigor jurídico, en estos casos compañero inseparable del intelectual. Nada nuevo, por lo demás. Recuérdese al respecto que Hitler diseñó con extremo cuidado el trazado de las autopistas del Reich a fin de someterse al sacro fuero de la Naturaleza. O que el arquitecto que ingenió la Gran Muralla China se quitó la vida, persuadido como estaba de haber seccionado las arterias de la Tierra con su obra. Ahora, difuntas las utopías de la Modernidad, el ecologismo se ha convertido en renovada expresión política de un mito siempre igual a sí mismo, el que alimentara el discurso prometéico de la izquierda a lo largo de las dos últimas centurias, a saber, el del buen salvaje.
Esa leyenda que ansía recrear la memoria atávica de un hombre natural; idílica criatura cuya inocencia primigenia sería luego corrompida por la vida en sociedad y sus aciagos apéndices: el Estado, la división en clases y la propiedad privada. Al cabo, el ecologismo no deja de constituir una actualización de la vieja retórica de la explotación del hombre por el hombre apenas con la salvedad argumental de que al capital le habría dado por hurtar la plusvalía al planeta. Y como todas las creencias asentadas en emociones básicas, igual ha sabido encontrar alojo en esa región de la mente donde el miedo y el sentimiento de culpa engendran un hábitat propicio a la pura irracionalidad. Por algo auguró ZP que la Pachamama es del viento.