miércoles, 1 de junio de 2022

Hasta los Urales


 Brzezinski

 

Hughes
   

Abc, 28 de Mayo

En una reciente y brillante conferencia, el diplomático José Antonio Zorrilla resumió las dos formas que tuvo EE.UU de afrontar la cuestión de Ucrania. Una, sugerida por George Kennan, era mantenerla neutral; otra, más agresiva, era expandir la OTAN, idea defendida por Brzezinski, otro genio de la geoestrategia.


Está expresada en ‘El gran tablero mundial”, libro de 1997 que no se refiere al mundo, sino a Eurasia. El tablero es Eurasia. La clave para el mantenimiento de la hegemonía global americana era que no surgiera ningún aspirante al poder en la región.
 

Hay un párrafo exacto: “Si hay que elegir entre un sistema euroatlántico más extenso y una mejor relación con Rusia, lo primero debe situarse en una posición incomparablemente más alta en la escala de prioridades de los EEUU”. Es verdad que muy poco después, Brzezinski añade la necesidad de que esa expansión se acompañe de “nuevas y recíprocas garantías de seguridad a Rusia”.
 

Para el autor, el colapso de la Unión Soviética abría un vacío de poder en la zona que exigía de Rusia una definición fundamental: a dónde va Rusia era lo mismo que preguntar qué es Rusia. Ese país tenía ante sí una “decisión histórica” y tres opciones: la primera era una asociación con EEUU, “un nuevo condominio democrático ruso-americano”; la segunda, recomponer el espacio postsoviético: la integración económica de la CEI, la ‘unión eslava’ defendida por Solzhenitsin, o alguna forma de eurasianismo. La tercera opción era una alianza contrahegemónica con Irán y sobre todo con China. Para Brzezinski, que veía esta última opción como un peligro a evitar, los tres caminos eran imposibles para Rusia. En ello había algo de profecía cumplida, pues “la opción de una restauración imperial no era viable sin la participación de Ucrania”, y Brzezinski consideraba prioritario apoyar su independencia hasta convertir Ucrania en una nación de Europa Central integrada en el bloque Francia-Alemania-Polonia.


¿Qué le quedaba a Rusia? “La alternativa única”: Europa y con Europa la OTAN y comportarse “como un Estado nacional no expansivo y democrático”, abjurando de su pasado imperial como hiciera Yeltsin. Debía surgir dentro de Rusia un liderazgo que la convirtiera en “democrática, nacional, verdaderamente moderna y europea”. Insistía en lo de nacional porque Rusia nunca en su historia se había concebido así, como Estado nacional, “en el sentido de la tradición europeo-occidental, sino como el ejecutor de una misión especial supranacional, la idea rusa”. Rusia debía “modernizarse, acoger el libre mercado y descentralizarse en una laxa confederación (menos proclive a la movilización imperial)”.
 

Brzezinski lo planteaba como el “dilema de la alternativa única”: o ser un proscrito euroasiático o ser parte de “una Europa que no sólo incluyera Ucrania sino que llegara hasta los Urales”. Con Europa, huelga decirlo, la OTAN.