Adolfo, retratado
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Última de Feria, de una Feria de San Isidro a la que fuimos como el que va al cadalso y de la que nos llevamos una faena de las que hieren en el alma, de las de contar a los nietos. Espléndido balance el de esta Feria, pues. El sino del aficionado es idéntico al del buscador de oro: echas la batea en un arroyo de Alaska y siempre salen piedras y barro, pero un día, cuando menos te lo esperas, aparece una pepita. A esta última del serial acudimos a la llamada de Adolfo Martín Andrés, a ver si es capaz de superar el listón que dejó don José Escolar, de Fuenlabrada, en cuanto al toro, lo que se dice el toro. Ya mosquea, cuando te sientas en la confortable piedra y echas una ojeada a la ficha del festejo, que los seis de Adolfo vengan acompañados como sobreros por uno de Garcigrande y por otro de Victoriano del Río, y es que el aficionado que se ha criado a base de palos ya sabe que los urdidores taurinos no dan una sola puntada en su vida sin un hilo grueso y consistente, un hilo de nylon de esos trenzados que se usan para la pesca del marlín. Algo huele a podrido en los corrales a costa de la presencia en el cartel de una “figura”.
Para esta postrera corrida del llamado “ciclo isidril”, que eso solían poner los de los periódicos cuando había periódicos, los de Plaza 1 bajo cero, echaron el resto y contrataron a Rafaelillo, Manuel Escribano y El Reaparecido, antes conocido como Alejandro Talavante. Con Tala y los Garcigrande/Victoriano ya nos vamos oliendo algo más la ecuación. Este cartel al que uno, que se dedica a abonar los importes que se le ponen al cobro, “calla y paga”, no le pone más ni menos pegas que a otro cualquiera, pero choca ligeramente que la suma de los años de alternativa de los tres en liza dé como resultado el número 60. Sesenta años de alternativa suman entre los tres, que se dice pronto, por si alguno quiere meditar sobre el candente tema de la renovación en los coletudos.
Antes de entrar en lo del festejo propiamente dicho conviene enviar un recado al Gerente Abellán sobre la plaga de palomas que atestan la Plaza, que se han hecho sus palomares en el forjado de las andanadas, el techo de las gradas, y ahí están vuela que te vuela espantadas por el público que no las quiere cerca por tantas enfermedades como transmiten y porque a nadie le seduce la posibilidad de que le cague el palomo. Al genérico abandono, a la incuria de Las Ventas hay que sumar la plaga de ratas voladoras que nos rodea cada tarde como otra prueba más de la absoluta inutilidad del hijo del Maletilla de Oro en lo de la cosa de la gestión de sus cometidos.
El primero de Adolfo se llama Mentiroso, número 74, cárdeno claro. En el recibo de capote de Rafaelillo ya se cae por vez primera. De la labor de Juan José Esquivel lo más notorio es la preciosa chaquetilla de oro sobre negro que llevaba, por lo que le perdonamos el tercio de varas que ha dispensado. Ya en banderillas se ve que Lipi no se fía y deja dos en el toro en dos pasadas, en la primera de las cuales el toro le persigue. Pascual Mellinas está hecho un titán al lado de su compañero. El toro trastabillea lo que quiere y da signos evidentes de tener muy poca fuerza y ni una maldita gota de fiereza o de casta más allá de la persecución antes anotada. Ante nuestra estupefacción nos encontramos al afamado “toro de calidá”, que es como si te vas al pasaje del terror en el Parque de Atracciones y lo que hay dentro es una fiesta infantil con globos de color rosa y chuches por todas partes. Este no es el toro que precisa Rafaelillo para sacar los pies del tiesto, porque es el toro idiota y embestidor de todos los días, ante el que el murciano despliega una panoplia de pases que no son los de él. Se pone culifuera y va desgranando sus pases a derecha e izquierda, recibiendo el apoyo del público: él que es un torero de guerra aquí tiene al toro de la paz, que no tiene una mala mirada ni una mala acción. Llegado el momento se perfila en la suerte contraria y le deja una soberbia estocada, por ejecución y por colocación, de efecto fulminante. La estocada vale la oreja y ahí está la foto de Moore para demostrarlo. La estocada de la Feria.
Con una mosca del tamaño de mi puño detrás de la oreja del aficionado medio, emerge desde el chiquero de la derecha Tomatillo, número 33, la edad de Cristo. Feo, sin pescuezo, sin remate, Tomatillo es un cromo. Le agarra una buena vara Juan Francisco Peña y luego pasa a la jurisdicción banderillesca de su propio matador, Manuel Escribano, que no nos enloquece con su tarea pero que al menos nos lleva a tener un recuerdo para el inolvidable Pepe Nelo y sus genuinos pares al quiebro. Mientras Escribano se va hacia el toro, Talavante se echa un pitillo en el callejón, el cigarro en la mano negra. En seguida comienza el sevillano su labor y en seguida se percibe la condición insulsa, tonta y sinsorga del toro. Queríamos una copa de coñac y nos han echado una Fanta de naranja por si cuela. Y no cuela, porque ya nos andamos olisqueando que lo mismo Adolfo Martín-Domecq Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua, que a eso suena todo, lo del primero y lo de este carretón soso y bobo, y así entre arre malo y arre peor se va pasando el rato entre imprecaciones y juramentos en contra de la estafa que estamos sufriendo en nuestras carnes. Acaban nuestros padecimientos con un pinchazo trasero y media estocada.
El tercero es distinto al anterior, gracias a Dios sean dadas. Se llama Aviador I y lleva el número 80. Lleva más alegría en su cuerpo y no presenta un comportamiento de enfermo terminal. Le brega Talavante con pericia y oficio, aunque el toro le apura al ponerle al caballo para la primera vara de Miguel Ángel Muñoz donde el toro acude al paso para ponerse a cabecear y caerse al salir. Una hermosura, como aquél que dice. A la segunda vara va con menos alegría aún y cuando le saca se luce Miguelín Murillo con su eficaz capote. En banderillas le hace sudar a Fini. Se saca Talavante al toro con doblones y ya está con la zurda, la mano negra, con lo de todos los días, con la pésima colocación y dando la pista, a quien quiera verla, de que no manda nada, que se conforma con acompañar la embestida en medios pases o tres cuartos de pase que nada dicen. El toro no es ni mucho menos la mona que habían sido los dos primeros, pero tampoco es un Leviatán, sólo que tiene sus cosas, como nos pasa a todos. Muchos enganchones, subrayan la falta de temple del extremeño y el conjunto de su labor deja a Talavante por debajo del toro en puntos. Su manera de matar es echándose fuera por tres veces hasta que cobra una estocada baja. Talavante, con un bordado de corazones belmontinos en su vestido, en esta tarde está al mismo nivel que en las precedentes, o sea: mal.
Aviador II, número 87, se parece ya bastante más a lo que veníamos a ver. Toro serio de aspecto asaltillado, un carabao al que lidia extraordinariamente Rafaelillo, sacándoselo de manera limpia y mandona hasta los medios. Le pone a distancia para que Collado falle con la vara y para que le veamos acudir con alegría a la segunda toma, en este caso trasera. Este Aviador II presenta un comportamiento más encastado y a la hora de las banderillas elige entre si ir al banderillero o a Escribano o quita de las manos el capote a Lipi. Visto lo visto ya sabe Rafaelillo que aquí tiene su guerra y ahí que se va el hombre dispuesto a darla, aguantando tarascadas, resolviendo los pases con una cuarta parte de los mismos porque el toro no concede más anuencia embestidora que ésa, y certificando que el toro no pasa. Cuando tiene la muleta por la izquierda hace eso de tirar el estoque de mentira, nadie sabe para qué, y ahí se pega un arrimón mostrando la cara consuetudinaria de Rafaelillo, a años luz de lo que hizo en el primero. Esta vez la espada ya no fue tan certera, cobrando un pinchazo echándose fuera y una estocada trasera.
Se va Escribano frente a toriles a recibir de rodillas a Baratero, número 1, y tras el susto, se pone de pie y a la tercera verónica pierde el capote. El toro es otro carabao como el anterior, de neto aire saltillo, que desde el principio da la sensación de que se entera de lo que pasa a su alrededor. Se echa al caballo con alegría a recibir lo suyo de manos de Manuel Cid y, señal de que tonto no es, se va al paso y sin ánimos a la segunda cita a ciegas. El animal demuestra unas trazas extremadamente violentas en el tercio de banderillas y apura lo suyo a Escribano. Cuando llega a la muleta el toro dicta sentencias desfavorables al interés de Escribano a quien desarma en los inicios de la faena. Por el izquierdo no hay más que premonición de la cogida, por la derecha Escribano, a base de arrestos, aguanta las tarascadas de esta galerna. No rehúye la pelea el matador, estando muy avisado de las intenciones de Baratero y en una rebañadura se tiene que guarecer tras de la oreja del toro que le busca con fiereza. Se le echa encima el toro en un desplante, dispuesto a no dar tregua al torero, porque él no quiere pasar, sólo buscar lo que sabe que hay tras de las telas ésas que se menean. Escribano, que lleva su carne fuertemente marcada por toros de este hierro, no elude la pugna en ningún momento y cuando certifica que el toro ya no se mueve, le receta una estocada baja y fulminante, la que el toro se merecía.
Cuando sale Aguador, número 55, blando y con poca vida, de forma unánime comienza la protesta contra él al mismo tiempo que los de la coleta están a ver cómo consiguen que lo echen. Ya nos olemos la tostada del Garcigrande y, como hemos venido a ver la de Adolfo Martín, cuando don García saca el pañuelo verde abandonamos la Plaza antes de que salga el sugestionador de bueyes y amo de los chiqueros, dejando a Talavante con su Garcigrande a lo que sea, que con las figuras de por medio estas cosas pasan.
Mañana, fuera ya de la Feria, la Corrida de la Prensa con Victorino.
Llegado el momento se perfila en la suerte contraria y le deja una soberbia estocada, por ejecución y por colocación, de efecto fulminante. La estocada vale la oreja y ahí está la foto de Moore para demostrarlo. La estocada de la Feria
ANDREW MOORE
LO DE RAFAELILLO
LO DE ESCRIBANO
LO DE TALAVANTE
El bucle melancólico
FIN