Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El ministro Bolaños (hasta aquí llegó España: Bolaños, ministro) ha vuelto de Roma con más fantasías en la cabeza que un niño del Taller Sexual de la Rodríguez (nuestra Teresita de Lisieux) en el colegio:
–El Papa y yo tenemos los mismos valores.
O sea, todos, que es decir ninguno. Porque ¿qué demonios son los valores? Bolaños, segunda napia del sanchismo (la primera es Yoli, esa pirámide de Egipto vista por Rossy de Palma), posa con Bergoglio contemplándose la nariz, expresión peculiar, al parecer, de quienes hablan para que el futuro recoja sus palabras. O sus valores.
De valores acostumbraba hablar Hitler. Y José Antonio, “el Capitán de España” que lloró Haro Tecglen, hizo suyo “el hombre portador de valores eternos” de Max Scheler (gran maestro de la teoría objetiva de los valores) en “la unidad de destino en lo universal” de Nikolái Berdiaev (natural de Kiev, ya ven). Bolaños prefiere los valores de Bergoglio, que caben en la bolsita de azafrán con que obsequió al Pontífice.
Porque a pedir la bendición papal para alguna mendizabalada sanchista fue Bolaños a Roma en “Falcon”, que deja más tiempo libre para el turismo, y con regalos para las monjas (una bolsita de azafrán del arroyo Luche y unas “Cantigas” de parte de Feijóo, que se les hacen bola a los dos desde el primer verso). Parece el arranque de “La gaya ciencia”: “¿No habéis oído hablar de aquel hombre frenético que justo antes de la claridad del mediodía encendió una lámpara, corrió al mercado y no dejaba de gritar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!?” Ocurre, dice el loco, que Dios ha muerto.
La cara de Bergoglio en el selfie con Bolaños todavía refleja el susto de quien, siendo Papa, ha visto en un mismo año ganar al Betis la Copa del Rey, y al Liverpool, llegar a la final de Champions, teniendo en cuenta los casos de Juan Pablo I y de Juan Pablo II.
A Schmitt lo intrigaba el cariño que “los periodistas de cualquier tendencia” mostraban por “los valores”, y él se limitaba a indicar el problema derivado de “la popularidad y promiscuidad inmensas” de esa industria (impulsada en España por Ortega, que se saltó a Nietzsche y se apropió de Scheler):
–Con la invasión de “valores” se provocó, en toda su agudeza, el problema de la disolución de conceptos y métodos jurídicos. Como mote, una frase de Forsthoff: “El ‘valor’ tiene su propia lógica”.
Traducida por Bolaños, laboralista de la Complutense (vamos, que no es Emilio Betti), esta “disolución de conceptos y métodos jurídicos” está contenida en un ucase tremendo: “Tenemos el BOE y haremos lo que haga falta para conseguirlo”.
El portador de los valores eternos en España es el Boletín Oficial del Estado (ni siquiera se han tomado la molestia de disimular cambiando “Estado” por “Nación”, que en teoría es la que legisla). Aquí no hay más Constitución que el BOE: de ahí la indiferencia con que gobierno y oposición, que son lo mismo, acogen los dictámenes del TC sobre la ilegalidad de sus actos. Ahora, los que tengan valores, que voten.
[Viernes, 17 de Junio]