Doctor en Filología Clásica
La verdad es el fundamento de la democracia y de la libertad política, y sólo a través de la diversidad de opiniones o plurilateralidad, que diría John Stuart Mill, puede abrirse paso la verdad. Para todo demócrata la verdad se ofrece a todos, aún no ha sido ocupada; y mucha parte de ella ha sido dejada a la posteridad. Quienes hemos luchado por la libertad en este país, aun a riesgo de nuestro propio bienestar, como le ocurrió de forma ejemplar a nuestro maestro García-Trevijano, no podemos jamás olvidar –por propia coherencia– aquellas hermosas palabras que un Séneca evocador de Catón recordaba a su joven amigo Lucilio:
“No he luchado por mi libertad, sino por la de mi patria; no he trabajado con tanta constancia para vivir libre como para vivir entre libres” (Carta XXIV).
Es una aberración de índole político que merced a la censura administrativa el intelectual ejerza su oficio con miedo, pues como sigue diciendo Séneca a su joven amigo: “No puede ser honesto lo que no es libre, pues temor es servidumbre” (Carta LXVI). Que se diga o que se escriba lo que se quiera, y que el ejercicio de nuestra propia libertad (v. gr. defender o no hoy la posición de Rusia) sea exaltado o ridiculizado por la libertad de los demás La libertad es el derecho a la “diferencia”; siendo pluralidad, postula la dispersión de lo absoluto, su solventación en un polvo de verdades, igualmente justificadas y provisionales. Si el régimen pilotado hoy en España por el marxismo acaba con la libertad de expresión, y con sus consiguientes corolarios, como la libertad de imprenta, de cátedra o de pensamiento, habrá perdido la única hoja de parra que le queda para cubrir sus vergüenzas definitorias.
Javier Sádaba era otro miembro de las Otras Razones trevijanistas de La Razón de Anson. Sádaba es una persona muy agradable, escucha con atención a los demás, y ello le da una imagen de hombre humilde y extremadamente educado. Por aquella época –finales de los 90– trabajaba la ética biocentrista, mucho más exigente que la antropocéntrica. Entonces aún las éticas medioambientales, que ahora son un tema de moda y omnipresente, estaban en pañales, y Javier Sádaba fue uno de sus pioneros, no sólo en sus magníficos libros, sino también en los periódicos y hasta en las tertulias de televisión, hablando de los derechos de todos los seres vivos, como animales, plantas y ecosistemas. También era un estudioso de la religión desde una perspectiva de la filosofía moral. Le incomodaba un poco que España, habiendo tenido una presencia musulmana de más de setecientos años, no tuviera, sin embargo, en la instancia universitaria buenos profesionales del hecho musulmán y del Islam, y que un español que quisiese enterarse bien de la civilización árabe tuviera que marchar a París. Por estas dos razones, sus investigaciones sobre el biocentrismo inicial y sus estudios del fenómeno religioso, Trevijano lo reclutó para Otras Razones. Javier representaba el progresismo abierto, jamás dogmático, siempre humanista y acogedor. Como Sócrates, bajaba la filosofía a lo cotidiano, a la realidad del hombre ordinario. Esto es, a la vida. No he vuelto a saber nada de él, pero espero se encuentre bien y siga escribiendo.
La obra de Antonio García Trevijano, Frente a la gran mentira, Espasa Calpe, noviembre de 1996, ha sido ya reconocida como una obra maestra absolutamente insoslayable dentro del pensamiento político. Nadie a partir de ahora que quiera analizar o profundizar teóricamente sobre ese sistema político que se llama Democracia lo podrá hacer con fundamento si no ha leído este hito en la filosofía política, en el que se deja claro que “ni la regla de tomar decisiones colectivas por mayorías y minorías, ni el sufragio universal, son inventos de la democracia, ni la distinguen por eso del gobierno de Estado liberal o del Estado de partidos”. En la Historia del pensamiento político esta obra estará al nivel de otras como “Del espíritu de las leyes”, “El Contrato Social”, “La Democracia en América”, “El Segundo Tratado del Gobierno Civil”, “El Manifiesto Comunista”, “La Dictadura”, “Una Constitución para la República de los modernos”, “Historia de la civilización en Europa”, o “Fragmento sobre el gobierno”. La pasión por la libertad es un producto espiritual de la civilización. Porque el hombre no es libre por naturaleza: lo es por civilización. La libertad no es un instinto; es una pasión, producto de la cultura y la civilización.
La imposición de un consenso entre los partidos que detentan el oligopolio de la acción política sobre la verdad oficial o legal ha querido engañar al pueblo con un sistema político al que se le ha puesto un nombre que profana. Pero Trevijano desveló a lo que queda de este pueblo no corrompido –aunque donde perduran los gobiernos corrompidos se puede asegurar que hay ya un pueblo corrompido– que es mentira que esto sea una Democracia, y que como mucho es un régimen político de “isonomía” oligárquica. Llamar Democracia a lo que no lo es no es un engaño nuevo: Franco y Fidel Castro lo hicieron, Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro lo hacen, y hasta el emperador Marco Aurelio también lo hizo, cuando Elio Arístides, en su “Elogio a Roma”, 60, nos dice que con Marco Aurelio “una común democracia de la tierra establecióse, y todos fueron uno”. Pero la libertad política se negará siempre a ser un paraguas bajo el que cualquier perillán político se cobije. La ley de la democracia transforma la libertad de acción que la instituye en garantía de la libertad política que consagra. La democracia no es libertad, sino garantía de libertad, porque el riesgo que la amenaza viene del mismo poder que instituye. La libertad política despeja del campo de batalla a sus enemigos, y la lógica del poder popular no deja hueco a sus conspiraciones. Es así que para Trevijano el poder amigo que una sociedad instala con alegría en el Estado no es, en cuanto poder, diferente del poder enemigo desahuciado. No hay excepciones para la advertencia de lord Acton. En las ataduras y encadenamientos mutuos de los poderes que la sociedad pone en el Estado, en el equilibrio de las disuasiones mutuas entre poderes rivales está la garantía de la libertad política de los ciudadanos.
Si hubiese que rastrear algún antecedente en lo más singular del pensamiento político de Trevijano dentro de nuestras fronteras, no lo encontraríamos en Ortega, ni en Américo Castro, ni en Sánchez Albornoz, ni en Azaña, ni en Marañón, ni en Santayana, ni en Unamuno, ni en Saavedra Fajardo, ni en Quevedo, ni en Antonio Pérez, ni en Sem Tob de Carrión, ni en el Infante Don Juan Manuel. Lo encontraríamos sólo en el humanismo político y en la irrefrenable pasión por la libertad y la justicia de nuestro señor Don Quijote. La acción política que sostiene Don Quijote contra el rico Juan Haldudo, prosopopeya cervantina del poder, en defensa del inerme y dulce Andresillo, personificación del pueblo, en su condición natural de súbdito y sometido, es de la misma naturaleza que la que Trevijano sostenía contra cualquier Estado mafioso de partidos estatales que vampirizan el trabajo y los anhelos de libertad del pueblo, partidos que ya sólo usan la ideología como pretexto, como pura liturgia muerta que justifique su dominio en una parcela del “ager publicus”. La única diferencia estriba en que Don Quijote no enseñó a Andresillo a defenderse contra el poder, y “el caballero” Trevijano nos lo enseñó, asegurándonos un camino de libertad política. Otra cosa es que los Andresillos del mundo tengan el valor de coger las armas de Trevijano.