ABC AL PASO
A vueltas con Trotski
SOFÍA CASANOVA, DE POETA EN LA CORTE DE ALFONSO XII A CORRESPONSAL EN EL ANTRO DE LAS FIERAS BOLCHEVIQUES
Ignacio Ruiz Quintano
Sofía Casanova (“Babunitka” para su familia y “Sofitina” para los demás) es una Rosalía pasada, en vez de por la calle de la Ballesta (en el 13 de esa picantona calle madrileña escribe Rosalía “La Flor”), por la Revolución soviética, cuyos crímenes describe como corresponsal de ABC con pluma de madera y tinta Pelikán azul y negra.
–Conozco España –le dice Trotski, a quien entrevista “en el antro de las fieras”–. Tengo
buenos recuerdos, aunque la Policía “comme de raison” me trató mal. Mi
amigo Pablo Iglesias estaba a la sazón en un Sanatorio.
A Trotski, a cuya caricatura cómica juega hoy en el teatrillo español Errejón, lo había entrevistado en el calabozo madrileño el Caballero Audaz, que le ve parecido con Pío Baroja. Está enchiquerado por falsificación de pasaporte.
–La ficha está plagada de errores –se queja el futuro creador del Ejército Rojo–. Pone
que soy cosaco, labrador, vagabundo y cuatrero. Procedo de una familia
israelita ¡y no he montado en mi vida a caballo! Mi pasaporte está
extendido a mi verdadero nombre, León Davidovich Bronstein. León Trotsky es mi seudónimo, como el de usted es Caballero Audaz. No tengo culpa de que la policía ignore esto.
Rubia de ojos verdes, a Sofía la dejarán ciega “en un choque de
bolcheviques” en Petrogrado. Gallega de Almeiras, a los doce años se
establece en Madrid, protegida por Campoamor, que la introduce en la corte poética de Alfonso XII, el rey del Pacto del Pardo (¡la otra Transición!), consenso (entonces, tejemaneje) que Sánchez-Albornoz pone en boca del Pacificador, de 27 años, en su lecho de muerte:
–Cristinita [a María Cristina de Habsburgo, su esposa], no llores, todo puede arreglarse en bien de España. Guarda el c…, y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas.
Se atribuye al parecido de Sofía Casanova con la infanta Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II, el cariño que le toma el Rey, en cuya corte literaria pulula/ulula, un polaco excéntrico, amigo de Platón y del ayuno, venido a España a estudiar el pesimismo de la mano de Campoamor, que es un optimista de paliza: se llama Wincenty Lutosławski y se casa con Sofía “porque le han predicho que el hombre que liberte a Polonia nacerá de madre española”.
Prestigiado por el 98, el pesimismo es la monda del momento, y el mismo Ortega se levanta contra la Real Orden de 1920 que impone la lectura del Quijote
en las escuelas, por el profundo pesimismo que, según él, empapa la
obra clave de la decadencia española: su lectura escolar lastraría a las
promociones llamadas a levantar y modernizar el país, prejuicio que hoy
se desvanece a la vista de cómo tienen el país las promociones que
ignoran incluso el nombre de Cervantes.
En las crónicas de Sofía Casanova, que oye con los ojos (el fenómeno de la audición coloreada, tan caro a Rimbaud, lo descubre Baroja
en 1899 a los lectores de “Revista Nueva”), aún conmueve su distancia
espiritual para asomarse al “infierno bolchevique” echando mano de
“frases chinas”, ese tipo de frases, decía madame de Staël, que contienen más reverencias que palabras.
Sofía Casanova