martes, 28 de junio de 2022

Una tarde con Curtis Yarvin

 




Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Andalucía es esa España feliz que va de los abazones de hámster de Susana a los carrillos de ardilla de Juanma, despensas del Régimen para el mañana, que es hoy, y todo sin más campaña que un selfi de dos mil euros en Málaga con Obama, a quien Juanma prometió arreglar el “cambio climático”, pues Andalucía, siendo la tierra de Blas Infante, “también es Europa” (“el islam es Alemania”, dijo un día frau Merkel al turco Davutoglu).
    

Europa es hoy como los griegos bajo el imperio: la Academia de Platón seguía funcionando, los romanos ricos mandaban a sus hijos a estudiar allí…, pero todo estaba muerto –le va contando Curtis Yarvin a Hughes en una plaza de Mérida, punto de encuentro entre Lisboa y Madrid, donde se va cociendo al fuego (“¡el calor del fuego y el pronombre inmenso!”) la entrevista a la que, en testimonio de admiración, asisto como oyente.


    Yarvin, otro “muchacho excelente” de Silicon Valley (¡qué tiempos aquéllos, cuando el hermano de Juan Guerra prometía hacer de Andalucía el Silicon Valley europeo!), viene de Portugal, con su hija, en un coche italiano que al regreso lo deja tirado (“¡es italiano!”) en un bar de la carretera (¡el doctrinario de la monarquía futurista tirado en el asfalto como el Marinetti de “España veloz y toro futurista”!), contratiempo que nos trae la felicidad de alargar la charla hasta la madrugada.


    No se parece este Yarvin a su caricatura en Wikipedia (al verla, sus dos hijos lo abordaron con lágrimas en el desayuno: querían saber si su padre era el que pintaban, y acabaron muertos de risa), y cuando habla resulta tan brillante como cuando escribe: lejos, muy lejos, de la agnosia liberalia de nuestros yesaires del 78 y sus gatitos de escayola con la Constitución que nadie cumple y nuestros ko-ko-ro-kos del “Estado de Derecho”, tautología cuyo origen y significado ignoran o pasan por alto.


    La Europa que conocimos está muerta, y la democracia americana, también, razón por la cual los anglosajones que creen que lo suyo es lo de Weimar vuelven sus ojos a Schmitt (Ellen Kennedy, William T. Cavanaugh, Stephen H. Webb), fundador de la ciencia constitucional, y quien más hondo ha penetrado la idea de poder. Se charla de poder. Se charla de lo político, que es el poder, y de la política, que es la pelea por conquistarlo.


    –Los regímenes pasados de moda caen. Lo “fashion” viene de las elites, que ahora, al universalizarse el izquierdismo, dejarán de ser izquierdistas. Los americanos elegirán a alguien que entregue el poder a un verdadero Ceo.
    

Los americanos descubren en Schmitt que todos los conceptos importantes de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados: el Dios omnipotente se convirtió en el legislador omnipotente y toda estructura política está sostenida por una “imagen metafísica” del mundo.


    Y se charla de “Human Smoke”, de Baker. Yarvin lo hace con tanto entusiasmo que, de no ser por su hija, que, atenta, la ve pasar, perdemos la grúa portuguesa que viene a rescatarlos.
 



Con Yarvin y Hughes en el templo de Diana

A Gibbon la redacción de la Declinación y caída del Imperio Romano se le ocurre en Roma, cuando entre las ruinas del Capitolio oye orar a los franciscanos