jueves, 2 de junio de 2022

Isco y Bale


 

Hughes

Abc

 
Último o penúltimo textito sobre fútbol, sobre el Madrid, esta temporada. Razones terapéuticas lo explican. Como hombre-sin-tertulia a veces necesito expresar cosas ante la dureza de un entorno no diré que hostil, pero siempre algo incómodo. Poco comprensivo. Primero fue la pipa, los piperos, dirigidos conceptualmente por el club de la pocha, ahora vivimos en la hegemonía del arca de Noé florentinera, sus ‘chosen few’, que siempre se dejan algo por decir.
 

En este caso es algo en relación con Isco y Bale y sus despedidas tristes. Sé cuáles son los reproches sobre ellos. O mejor: los intuyo. Algunos realmente no los sé. Sé que Bale fue sospechoso siempre, desde su protrusión inicial hasta el final, y sé que Isco, que cayó en gracia por español, por tocón, por rococó, fue decayendo en el gusto forofo mourinhizado, en el verticalismo madrileño terrible.


En el caso de Bale se está haciendo justicia. Pero creo que no con el suficiente énfasis, no hasta el punto de apreciar su condición casi de talismán. Con Bale empezó todo, podríamos decir. Mourinho creó unas bases tácticas, humanas, competitivas, ideológicas incluso, pero el salto físico lo dio Bale. O se dio con Bale, pues su zancada fue fundamental. La Copa, la última Copa del Rey que ganó el Madrid la ganó él con esa jugada asombrosa junto a Bartra. Ganó la Copa personalmente. De un modo individual.
 

Pero es que la Décima es muy suya. El empate en Lisboa es de Ramos, pero el 2-1 es suyo, con ese salto tras larga galopada que nunca se ponderó lo suficiente. El héroe del minuto 93 fue Ramos, Cristiano se quitó la camiseta al marcar el penalti final, vimos a Alonso correr por la banda, y la piña final, pero entre medias el gol decisivo lo metió Bale, siempre un poco inadvertido.
 

Diré más. Esa Décima podría también llamarse ‘La Alemana’. El Madrid se metió en la final (si no recuerdo mal, y discúlpenme los lapsus) jugando contra el Schalke, contra el Borussia y contra el Bayern, el Bayern de Pep. Bale marcó contra el Schalke, marcó contra el Borussia y contra el Bayern participó en las contras devastadoras del partido de vuelta, conducciones de área a área con asistencia final. “Los atletas” de los que habló Guardiola. Media Décima fue suya.
 

Pero lo que se olvida, incluso faltaba en el vídeo que le dedicó el Madrid, fue un gol de importancia absoluta en la historia reciente del club. Zidane había cogido el equipo en 2016. Hay una eliminatoria contra el Wolfsburgo en la que el Madrid se va recomponiendo; remonta a la vuelta con tres de Cristiano. Pero el gran escollo está en semifinales contra el City. Es el City de Pellegrini. No tan temible como el de Guardiola, pero un buen equipo contra un Madrid aun cogido con alfileres. Lo que hizo Zidane en esa eliminatoria fue estrenar el ‘unocerismo’. Cero a cero en la idea y un Madrid muy prudente en la vuelta en casa. Anatema entonces. Tanto que fue criticado (yo recuerdo, como cronista que elogió a Zidane, algún reproche de lector). El cerocerismo fue roto por un gol solitario… de Bale. Un gol metiéndose en el área desde su zona derecha y con la derecha. Así abrió Bale las puertas de la final. Hecho siempre decisivo y ya en sí memorable. Recordemos, por ejemplo, el monumental partido de Redondo en Dortmund. O los goles de Rodrygo esta temporada. Digamos que las semifinales ya son territorio legendario.
 

Bale llevó al Madrid a la final de Milán, la Undécima, donde, cómo no, marcó su penalti. En mi recuerdo, la Décima y la Undécima son, en gran parte, de Ramos y Bale. Ramos marca en Lisboa, marca dos goles en Munich, marca el gol en Milán… Y Bale decide una y permite la otra.
 

Bale gana personalmente la Décima, parte de la Undécima y la de Kiev, ‘la trece’, con su chilena y el chut fuerte y lejano que cierra el partido. No sólo gana la final, es que la chilena es uno de los mejores goles de la historia del Madrid, y se queda opacado tras la chilena de Cristiano, que le roba la de Kiev, o la volea de Zidane, que recibió una atención incomparablemente mayor.
 

Bale tuvo siempre una sordina puesta. En parte fue culpa suya, en parte también culpa de su juego discontínuo, ensimismado, como en su Babia particular, pero desde el principio no se le supo, o no supo él mismo, vender la magnitud real de lo que conseguía. Estuvo siempre bajo sospecha y mal traducido.
 

Bale fue el que dio el gran salto de posibilidad, con sus facultades súper heroicas, el dominador de los grandes espacios, el devastador de las contras y el ganador personal de los grandes títulos: Bale ganó de modo personalísimo una Copa, un Mundial de Clubes (con hat trick), y dos champions, abriendo una tercera. El gol contra el City llevó el zidanismo al terreno de las finales, activó su ‘unocerismo’, fue el tallo largo y contragolpeador que haría estallar la flor reventona de Zidane.

Y ese zidanismo, tras haber explotado, mutó en otra cosa dominadora que toca techo quizás en Cardiff y que fue, sobre todo, centrocampismo: el Casemiro-Modric-Kroos. El bloque defensivo, el ‘juntitos’ se hizo dominio de la pelota, juego coral, posición ventajosa e inteligencia total del juego. Y ahí está Isco, el otro gran olvidado.
 

Isco partició en la 10, la 11, la 12 y la 13. Pero no fue una participación testimonial. Su entrada en Lisboa cambia al Madrid. Entran él y Marcelo y el Madrid se adueña del partido. En Milán entra también, pero en Cardiff ya es titular, como en Kiev. En esto hay algo importante. Cuando entra en la 10ª y la 11ª, el Madrid no cambia de esquema. Entra en un 4-3-3 que no cambia, sino que tornea, matiza con su color personal, con su fútbol más adherente, más posesivo. Entra en Lisboa y también en Milán, por Kroos, justo antes de que el sistema pase, si no estoy equivocado, a un 4-4-2 al cambiar a Benzema por Lucas. Es decir, Kroos aun es parte del 4-3-3, una variante exótica ibérica, de arpegio de guitarra española.
 

Pero de ahí pasa a ser el apoyo del Casemiro-Modric-Kroos. Apoyo que quizás olviden los años. El cambio de sistema se hace definitivo en Cardiff, la gran Champions de ese Madrid, su gran dominio. Allí Isco entra ya de titular y esto le permite al Madrid convertir el 4-3-3 en otra cosa, en un 4-3-3 con superioridad en el mediocampo y un jugador-boya que le permitirá dominar la pelota, una sonda posesiva que la media envía a la delantera.
 

En Kiev, Isco es titular, pero el 4-3-3 ya es incluso un 4-3-1-2, una especie de rombo en el que aún hay más sitio para él. Se le ha hecho sitio. Ha llegado a retocar el sistema. Isco estuvo, por tanto, en las cuatro finales, y fue importantísimo en lo profundo del juego, en lo sordo y subterráneo del juego, en lo interior, su arquitectura, en el primer dominio de la Décima, en el gran dominio de la 12ª, y tan importante fue que acabó modificando o retocando el esquema en la de Kiev. Isco llevó el zidanismo a otra cosa. Con él, el Madrid pudo dominar el centro del campo, la pelota, elemento importantísimo que se olvida. Con Isco, el 4-3-3 se fue adensando, cogiendo un vértice de velcro, y luego creciendo hasta el 4-4-2, que es como se están ganando las Copas de Europa, con cuatro en la media: así fue en París con Valverde, el hombre más importante de la primera parte y el gran obrador ofensivo. Las últimas tres se ganan con cuatro centrocampistas. ¡Por eso nunca sobran!

Los problemas y errores de Isco son cosa aparte. Isco ha sido un jugador incomprendido por cierto cerrilismo (absolutamente incorregible) del entorno madridista, que ahí está con Florentino como estaba sin Florentino.Si Bale ganó personalmente la 10, la 11 y la 13, la Copa y una Intercontinental, Isco está en cuatro finales, en una como revulsivo, y es el bastón del 4-3-3 que lleva hasta el 4-4-2, norma de las finales de Champions. Se empiezan con tres en la media, se ganan con cuatro. Y ese cuarto fue Isco.


Entre unas cosas y otras, la importancia deportiva de estos futbolistas se menospreció siempre, y ahora más en su despedida. Parece que tienen que pedir permiso para hacerse una foto con las Copas de Europa. Bale fue el salto atlético y súper heroico, el tímido prodigio de la Nueva Galaxia, supermán mudo, quizás el talismán (tallo de la flor), e Isco fue clave de ese equipo en el equilibrio de fuerzas en la media, en la posesión y su oxígeno. En el balón, en definitiva, con esos giros que, si bien ralentizaban, también daban respiro y reflexión, y cierto júbilo juguetón.


Fue un gusto, un placer, y un privilegio poder escribir de ellos. Seguro que en el futuro serán causa de melancolía.