Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Sánchez, el lenguatón sin escrúpulos que iba a acabar con la corrupción “preveyéndola”, es un Zelig (el personaje de Woody Allen) que ahora va de Zelenski diciendo, como razón de Estado, que no proporciona la identidad de sus invitados al Falcon, un avión que debe de estar más quemado que la cafetera de “El Virginiano” (el James Drury de nuestra infancia), para no poner “en peligro” sus vidas.
¿Vidas en peligro? ¿Pero ese Falcon qué es, el taxi aéreo de un Zelig comprado en los chinos (hoy debe de estar en Davos, haciéndose selfies con Klaus Schwab, que no es fácil, porque tiene la misma badana que un toro de Cuadri y siempre te tapa algo) o el “Lolita-exprés” de Epstein?
–La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido.
Sánchez es el dictador de turno en el Estado de Partidos que con tanto trabajo nos dimos, mezcla de Primo de Rivera (en la seducción) y de Ángel Cristo (con el látigo).
–¡Porque yo me he jugado la vida al dar el golpe de Estado! –le dijo un día el general al fundador de esta Casa, don Torcuato, para pedirle que echara a Cuartero, que lo acribillaba con sus artículos.
–¡Y la mía, sin pedirme permiso! –contestó don Torcuato.
Si el príncipe Andrés de Inglaterra se hubiera subido al Falcon de Sánchez en vez de al “Lolita-exprés” de Epstein, ahora no lo sabríamos, y estos son los pequeños detalles que le cambian a uno la vida.
Como españolejo con mando, Sánchez no protege a los españoles; sólo a sus invitados. De Canalejas se cuenta que acompañó al Rey a Cuatro Vientos. “Voy a salir en ese aeroplano”, anunció, caprichoso, el Rey. “¡Qué bien, Señor! ¡Yo también!”, replicó Canalejas. “¿Cómo, querido Presidente?” “Sí, Majestad. Y que se fastidien los otros veinte millones de españoles”. Así comprendió el Rey sus deberes de Jefe de Estado.
La vida va deprisa (¡en Falcon!). Y lejos ya de la mitad del camino, da más vértigo mirar hacia atrás que miedo mirar hacia adelante (Ruano).
[Miércoles, 25 de Mayo]