Julián es, como si dijéramos, el Joseph Beuys del toreo y si el alemán le hablaba sobre su obra a una liebre muerta que tenía entre sus brazos, en su conocida obra de 1965, Julián le atiza unos telonazos y unos trapazos e incluso pierde la muleta en una especie de derrote de su liebre medio viva sin que aquella obra, evidentemente marcada por el signo indeleble del poderío, cobre altura. Por momentos da la impresión de que en la labor de Julián estamos viendo a un antidisturbios a palos con un ciudadano
Beuys
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Para quien no se hubiese dado cuenta de que hoy en Las Ventas se celebraba la corrida de Beneficencia no era fácil percatarse salvo por un par de detalles: el primero era que había unas lianas como las de Tarzán de los monos sobre la bandera que hay encima de las puertas de los toriles y, si te fijabas bien, había más lianas de esas por el perímetro del callejón la Plaza; el segundo, que en el palco real había un Rey. Un Rey Felipe VI en su palco y dos Felipe II a caballo, un Felipe y una Felipa, haciendo el despeje de Plaza. En la tradicional corrida de Beneficencia siempre tengo un recuerdo para el viejo aficionado don J. (qDg) por la ojeriza que le tenía a esta corrida a la que jamás acudía, se anunciase en ella quien se anunciase.
Hasta no hace tanto tiempo la Beneficencia se programaba sobre la base de los triunfadores de la Feria o de alguna sonada ausencia en la misma y, además, se daba siempre en jueves. Ahora se da el día que cuadre y se programa antes de la Feria según el cálculo de las preclaras mentes que urden los tejemanejes de la tauromaquia. Por esa razón es que, en vez de tener una Beneficencia digna el jueves día 9 con Rufo y Téllez mano a mano, que es lo que todo aficionado desearía ver ahora mismo, desde hace meses decidieron que la corrida sería con Morante de la Puebla, Emilio de Justo y Ginés Marín porque sí. Después hubo el percance de Emilio de Justo del Domingo de Ramos y hubo que buscar un remiendo para el cartel, trayendo a Julián López de sustituto. El ganado, los Núñez de los hermanos Lozano, hierro de Alcurrucén, divisa celeste y negra.
Sobre el ganado traeremos a colación el conocido refrán que nos anuncia que los días de mucho son las vísperas de nada. Tras el uppercut que nos dio en la barbilla taurina don Pepe Escolar el día anterior, tras ese día de muchísimo, hoy la nada. Acaso lo más reseñable sea la variedad de capas que salieron de los chiqueros: dos colorados, uno negro, un berrendo en negro, un negro salpicado y un negro chorreado y listón. Cada cual con sus cosas pero en general orientados a las ganas de echar una mano y, como dicen por ahí, a “contribuir al lucimiento de los espadas”. El mejor lote se lo llevó Julián y los otros dos coletas tuvieron al menos un toro de estos de tipo cultural para poder estar a gusto, sin apreturas, miradas, arreones, coladas, derrotes y demás parafernalia que suele presentar el toro que sólo viene del campo y no tiene el grado en Historia del Arte.
Cuando aparece en escena Jaranero, número 157, de cierto aspecto anovillado, y le recibe Morante con unos capotazos hechos de aquella manera, las buenas gentes prorrumpen en loas y hosannas, con lo que ya podemos observar de primera mano que el público hoy viene predispuesto de manera altamente positiva hacia José Antonio, vestido de grana y oro. En el tercio de varas hoy vimos algo por primera vez en nuestra vida de aficionados y es que cuando Aurelio Cruz andaba reliando con el caballo, vuelta va, vuelta viene, se le cayó la vara de la mano, directamente de la mano al suelo mientras el toro miraba estúpidamente, siendo esto lo más reseñable de lo que ocurrió en el primer tercio. Lili se pone a banderillear sin hacer sus famosas rascadas y nos deja con un palmo de narices a los que esperamos ese momento de esparcimiento, que tanto nos hace disfrutar. El toro había cantado de forma harto suficiente su condición de Toro de Guisando, verraco de granito, y el de La Puebla, que lo ha visto claro, sale de principio con la espada verdadera a dar cuatro muletazos como sea antes de echarse al tema de la muerte. Lo peor de Morante son una especie de ladridos guturales, como de caniche gigante, con los que quiere animar al toro a que embista, cosa que no consigue. El toro ha evolucionado un poco hacia buey de carreta, para uncirlo al carricoche ése con el que Morante se baja a los toros o a un simpecado de una hermandad rociera, por lo que la cosa termina con tres pinchazos sin soltar, cada uno donde Dios quiso, un pinchazo hondo y bajo, media estocada desprendida y dos descabellos.
El berrendo que hizo segundo, Pianista, número 90, le correspondía a Julián, del cual ya se ha resaltado en infinidad de ocasiones su condición de “torero poderoso”, que lo dicen todos los periodistas. Recibe al animal con unos trapazos en los que el bicho aprieta hacia adentro y desde ahí Julián se lo va sacando como puede hacia afuera. Salvador Núñez pica al toro a poquitos y tras un segundo tercio sin el menor interés ya tenemos a Julián montando su tauromaquia que hoy comienza con la rodilla flexionada y tal. Cuando Juli se pone de pie ahí comienza el enésimo Día de la Marmota Juliana, basado en el famoso poderío ése, que consiste sobre todo en no colocarse bien ni una maldita vez y en plantear todo desde la base de un descarnado feísmo. Julián es, como si dijéramos, el Joseph Beuys del toreo y si el alemán le hablaba sobre su obra a una liebre muerta que tenía entre sus brazos, en su conocida obra de 1965, Julián le atiza unos telonazos y unos trapazos e incluso pierde la muleta en una especie de derrote de su liebre medio viva sin que aquella obra, evidentemente marcada por el signo indeleble del poderío, cobre altura. Por momentos da la impresión de que en la labor de Julián estamos viendo a un antidisturbios a palos con un ciudadano. Todo es basto y todo es feo y por eso nos ponemos tan contentos cuando vemos al de San Blas que agarra el estoque para cobrar un pinchazo y una estocada baja, y nos despedimos de él hasta dentro de un ratito.
Ginés Marín recibe a Carasucia, número 194, con unas estéticas verónicas de acompañamiento más que de toreo. Nos ahorramos hablar del tercio de varas porque no hubo tal, y de banderillas, lo mismo. Inicia de manera muy firme Ginés su tractatus, saliéndose con el toro muy toreramente y rematando con un cambio de mano, una trinchera y uno del desprecio que cosechan aplausos sinceros. Nadie sabía entonces que esto sería lo único que Ginés Marín legaría a la posteridad de su labor de esta tarde, pero ya nos podíamos poner en lo peor al ver que tras ese ilusionante inicio, teniendo en frente a un toro óptimo para estar con él sin sustos ni sobresaltos y con una decidida voluntad de no crear problemas al torero, lo único que se le ocurre es ponerse al toreo de pajareo al hilo o por las afueras, como un imitador de Julián con un aire más estético, pero sin la verdad que hace que mane el toreo. Muchos pases y ninguno bueno hacen que se vaya desperdiciando el toro, sin que sus condiciones ayudadoras sean estimadas en lo que valen por su matador que, netamente, está por debajo del animal. Estocada trasera y descabello.
Recibe Morante a Pelucón, número 33, con unos trapazos con vueltas verdes torpes y enganchados. En la primera cita con la montaña equina, Barroso agarra un puyazo delantero, el toro se gira hacia los pechos del caballo, le traba una de las manos y, al empujar, le derriba con facilidad. Esto es lo más reseñable en varas de toda la tarde. Inicia su faena con ayudados por alto, rematados con un soberbio natural, pura inspiración, y luego otro y uno de pecho de mucho cuajo. A partir de ahí las gentes se volvieron locas con Morante y ya daba igual lo que hiciese porque todo se jaleaba en términos de obra sublime, a despecho de los defectos de colocación y otros más. Evidentemente Morante imprime un sello personal a su labor, un aire único, pero en su toreo hay más de baile y acompañamiento que de lo que uno entiende por toreo. Algunos muletazos los lleva bastante atrás y desde ahí va ligando la serie y así le sale una por la derecha de muy buena factura, pero la impresión es la de que un prestidigitador está hipnotizando al público deseoso de ver algo grandioso donde lo que hay es una pequeña colección de detalles exquisitos y mucho toreo al hilo engrandecido por la estética de una notable personalidad. Se tira a matar quedándose en la cara y sale trompicado, soltando la muleta y corriendo en dirección al burladero del 10, dejando una estocada baja y tendida y luego dos descabellos. Las gentes aplauden al toro por no ser toro y al de La Puebla le dan una oreja por darle algo, pero el toro ha estado por encima del Morante en su tontiboba calidad de animal bondadoso.
En su segunda venida, Julián se las ve con Antequerano, número 28, otro colorado que no viene a traer líos. De nuevo queda en evidencia la calidad discutible de la cuadrilla que acompaña a este torero de época y cuando agarra la muleta se va a brindarle el toro a Emilio de Justo, a quien también deseamos una pronta y feliz recuperación. Julián no se ve en condiciones de presentar su aclamado poderío y el caso es que opta por montar una especie de TíoVivo con el toro en el que, cansinamente, reitera los argumentos que le sirven para descerrajar todas la Puertas Grandes o del Príncipe del mundo menos la de Madrid. De las tres tardes que ha venido por Las Ventas ésta de hoy ha sido, con diferencia, en la que más desdibujado ha estado. Le cuesta matar y la sensación es que ha estado por debajo del toro. Esta vez el poderío no funcionó, por lo que sea.
Y por fin sale Javito, número 17, un toro cinqueño y muy cuajado de bonita lámina que quiere irse a toriles desde el momento que comienza la faena. Ahí está Ginés dando su lección de tauromaquia juliana adaptada y transmitiendo la sensación de que el que torea es el toro. Cuando el animal se harta de trapazos y de ver por allí a un señor se da una vuelta huyendo hasta el 10 por la parte de la solanera y cuando ve de nuevo a Ginés ante él vuelve a huir hacia chiqueros completando una vuelta completa al ruedo en sentido horario. En ese momento un chusco acaso desde el 6 grita: “¡Enhorabuena ganadero!”, gran resumen de la tarde en lo tocante al ganado. Tras una porfía de cercanías y un circular invertido, y unas bernardinas y no sé cuántas cosas más, Ginés Marín se tira a matar dejando una estocada trasera que tarda mucho, mucho, mucho tiempo en hacer efecto.
Habrá muchos que hoy hayan disfrutado una barbaridad con Morante, a ellos mi enhorabuena.
ANDREW MOORE
La oreja rubia
LO DE MORANTE
LO DE JULIÁN
LO DE GINÉS
FIN