Enrique de Aguinaga
FELIX GORDÓN ORDÁS
“La guerra se pierde” (1937)
La vida es un enorme poliedro. En el poliedro de los Aguinaga hay una faceta que se llama Gordón, amigo fraternal de mi padre. Ambos eran veterinarios y ambos participaron en las enconadas pugnas profesionales de la época. Gordón encabezaba el sector al que vehementemente optó mi padre. Cuando, en 1916, Gordón decide pasar de la Veterinaria a la plenitud de la Política, escribe "Mi adiós a la clase" que así termina:
Reciban en este momento esos amigos generosos y buenos lo único que yo puedo darles: mi gratitud. Sabiendo que yo no repartía mercedes y que provocaba tempestades, eligieron mi compañía a la de aquellos que disponen del palo y del turrón. Su gesto gallardo es de los que conmueven y ligan para siempre con afecto inquebrantable. Muchas gracias a todos.
Y en la imposibilidad de dárselas uno por uno, recíbalas para los demás, aquel que más castigado fue por el delito de serme leal. Me refiero a José María Aguinaga, corazón navarro por lo fuerte y por lo franco, alma de niño, cerebro de romántico, que por querer pensar y sentir libremente se ha visto encadenado por la maldad de los hombres y por la crueldad del destino.
Después, en el ejercicio de la política, Gordón y Aguinaga siguieron unidos como fraternales amigos y correligionarios en Unión Republicana. En abril de 1936, Gordón es nombrado embajador en Méjico y, en noviembre, alto funcionario en la Dirección General de Ganadería (creada por Gordón), Aguinaga, con el Gobierno, se desplaza a Valencia en compañía de su familia (mi madre y yo). Así, en el verano de 1937, el embajador Gordón viaja a Valencia en visita reglamentaria para informar al Gobierno que presidía Giral; pero prevaleció la amistad y lo que hizo, antes que nada, fue visitar a su entrañable Aguinaga.
Llegó a casa e inmediatamente se encerró en una habitación para charlar a solas con mi padre. Terminada la visita, mis padres y yo, que tenía doce años y, como de costumbre, había recibido un regalito de Gordón, le despedimos cariñosamente en la puerta. Enseguida mi madre preguntó: "¿Que te ha dicho Félix?". La respuesta de mi padre la he tenido presente toda mi vida: "Que la guerra se pierde" (¡con casi dos años de anticipación!)
La sagacidad y la información diplomática de Gordón fomentaban la hipótesis de la derrota, que conjugaba con la propuesta de negociar con el Presidente Cárdenas el asilo de los derrotados en Méjico. Gordón lo explicita en sus memorias ("Mi política fuera de España", tomo I, capitulo "Así obtuve el asilo de los republicanos") y este sería el tema de su despacho con el Presidente Giral. La gran paradoja es que, antes, tuviera la primicia un muchacho de doce años, llamado Enrique. El resultado está en la Historia.