sábado, 13 de febrero de 2021

La derrota del sueldo en la clase media


"¡Idiotas, que soy burgués!"
(Azaña, a los hooligans de la lucha de clases)


EL IMPERATIVO CATEGÓRICO DE COMER PARA VIVIR


Por César González-Ruano
Nuevo Mundo, 11 de Septiembre de 1931



Adonde el pan cueste más caro.- A principios de siglo, el problema de la aventura emigratoria era claro. Cuando un hijo estaba dispuesto a salir del lar y le preguntaba al padre a dónde se dirigiría, el padre solía decirle, mientras le daba su bendición:

Hijo mío, dirígete a la ciudad en donde el pan esté más caro.

¡La ciudad en la que el pan esté más caro!... ¡Deslumbramiento de las ciudades montadas para los ricos y para los grandes aventureros!

A principio de siglo -y aun ahora-, en España las plazas más caras eran Bilbao, San Sebastián, Barcelona, Sevilla... Y las ciudades en donde más fácil era vivir, en las que la aventura y el trabajo tenían un camino abierto, eran, en España, Sevilla, Barcelona, San sebastián, Bilbao...

De aquí el consejo de ir a la ciudad en la que el pan estuviera más caro. Porque en la aldea donde era más barato, ¿cómo ganarlo?

En unos años todos estos términos optimistas han ido invirtiéndose, hasta llegar en nuestros días, en el caos actual, en la desorientación política, a la bancarrota del optimismo.

El duro, el duro redondo, grande, plata de poderío, alarde fanfarrón en la mesa de mármol, ambición y tentación continua, el duro con el que hace años pagaba todos los gastos del día una familia de la clase media modesta, económica y feliz, ¿qué vale ahora? Comparando la vivienda de principios de siglo con la nuestra, el duro -y ello se probaría estadísticamente hasta la saciedad- tiene el valor que entonces tenía la peseta. En nuestras horas febriles, de descrédito de la moneda; en nuestras horas infaustas de pánico económico y bancarrota oficial, el duro apenas vale ya la peseta, porque la peseta casi no vale nada.

Sueldos históricos.- Estamos oyendo aún las palabras familiares, tantas veces vertidas en nuestros oídos:

-Entonces, cuando tú naciste -dice nuestra madre- vivíamos en la calle del Barquillo, en una de las mejores casas de Madrid. Pagábamos treinta y cinco duros de alquiler, teníamos abono de coche, íbamos todas las tardes a merendar al Suizo o a Lhardy, por la noche a los teatros, a la Ópera siempre qque había... ¿Cuál era nuestro presupuesto mensual? Pocas veces pasaba de las mil pesetas. Y vivir, tanto como vivir, reduciéndonos, pero viviendo decentemente, podríamos haber vivido perfectamente con ochenta duros, con sesenta...

En el saloncito familiar de mi casa, casa típica de la sociedad burguesa -butaquitas de terciopelo, tíbores filipinos, gran espejo de la época españolísima del pelouche-, se recuerda la vida de familias amigas. Familias de empleados, de militares, de pequeños capitalistas... ¡Cuántas de ellas vivían con sueldos o rentas de cincuenta duros!... Y la miseria jamás rondó sus hogares.

Esos sueldos históricos de los que tantas veces me han hablado, deberían, naturalmente, haber aumentado del mismo modo que han aumentado los precios de materias de primera necesidad, y no digamos nada de las exigencias de la vida moderna. Pero no ha sido así. Hablo con un amigo en la terraza de un café:
 
¿Qué ganas tú en el ministerio?

Ahora, cincuenta duros... Bueno; con el descuento, esto es, con el inri, cuarenta y ocho duros.

¡Esto gana un oficial tercero, que antes ha tenido, como auxiliar, treinta y seis duros al mes, y después de un ascenso a auxiliar primero, cuarenta!

Pero el hombre se consuela:

Mi primer ascenso, dentro de unos años, será a oficial segundo con trescientas pesetas.

¿Y de oficial primero?

Mi amigo hace cálculos:

¡Ah, de oficial primero!... -dice como entregándose a un bello sueño-. De oficial primero..., casi ochenta duros.

Los mercados.- Vida de los mercados. Arteria viva de la ciudad. Imperativo categórico de la existencia.

Antes se veía a las señoras de la clase media modesta ir ellas mismas a la compra con un bolso pequeño para el dinero y una bolsa grande para las mercancías. Ya está empezando la época de inversión de objetos, en que las compras caben en los monederos y en la bolsa grande hay que llevar el mucho dinero que cuesta sólo lo necesario para que malcoma durante el día una familia.

Los precios, por diversas causas, unas en el ámbito de todos y otras sobre las que será preciso insistir, son en estos días los máximos que se han sufrido en el mercado.

Se ve, prácticamente, con una simple lista de precios comparativa de agosto a agosto, en Madrid, y teniendo en cuenta que en agosto de 1930 la carestía pareció algo alarmante, inusitado, suficiente por sí sola para provocar una revolución en todos los hogares domésticos:

Agosto 1930.- Vacuno: Primera clase, 4,40. Segunda, 3,50. Tercera, 1,80. Cordero: Chuletas, 3,50. Pierna, 3,10. Paletilla, 2,90. Falda y pescuezo, 2,50.

Agosto 1931.- Vacuno: Primera clase, 4,80. Segunda, 3,90. Tercera, 2,00. Cordero: Chuletas, 4,20. Pierna, 3,50. Paletilla, 3,20. Falda y pescuezo, 2,80.

¿Y esta progresión existe en todos los precios de venta al público? pregunto.

Y se me responde:

En casi todos. El litro de aceite costaba, en agosto de 1930, a 1,80. Ahora, 2. El arroz, a 1,07, y hoy, a 1,20.

-¿Y la patata? ¿Hasta dónde va a llegar la patata?

Poniendo el oído atento a la voz popular resuena en él, como el ruido del mar en la caracola, ese nombre concreto y hoy tan específico de boca en boca: "La patata".

El alza de la patata no tiene justificación lógica posible. Recurso del rico y consuelo hasta hoy accesible del más humilde, la patata se da con generosidad en toda tierra, en todo lugar, sin que su cultivo requiera esfuerzo ni atención.

Pues bien, hoy la patata ha llegado al precio inverosímil de una peseta los dos kilos. Acontecimiento es éste trágico y sensacional en la vida madrileña. Cinco perras grandes: un solo kilo de patatas.

Y eso sin contar -me dicen- con que este invierno dicen que va a llegar a setenta y cinco el kilo. ¡Cuando estamos cansados de pagarlo a veinticinco y a treinta cuando ya nos parecía cara!...

Ya lo saben ustedes: la patata resultará pronto un delicado obsequio para llevar al teatro y ofrecerla a las señoras, un regalo mucho más suntuario que el marrón glacé.

El tópico.-Continuamente oímos: "¡España es un país muy rico!" Y se habla de la naranja, del trigo, del arroz.. Olvidándonos por un momento de las zonas españolas infinitamente pobres, ovidándonos de los centros de enorme consumo y ninguna producción -Madrid, por ejemplo-, hay que preguntar a los caballeretes del tópico:

¿Es que la economía consiste en la agricultura?

En España el comercio tiene impulsos debilísimos, mucho más débiles hoy, herido el comercio por el desconcierto y el pánico, por el ejemplo de una política económica municipal absurda (sobre todo en Madrid) y el estado lastimoso de la hacienda pública.

Hay puntos que en un plan a estudiar y resolver deben adquirir carácter de máxima urgencia. El aduanero es uno de ellos.

Al finalizar la guerra, una política europea, mejor mundial, eleva las tarifas aduaneras. España se enrola en este régimen aprovechándose provisionalmente de unas ventajas que constituyen, a la larga, un empobrecimiento fatal.

(...)

La comprensión que excluye otra comprensión.- Estamos en momentos de buscar el halago del número, de la cantidad de opinión y no de la calidad opinante.

Esto, en fin de cuentas, no deja de ser un truco. Y la República no debería necesitar de trucos.

Por este truco de la adulación popular se habla del obrero de la ciudad y del obrero del campo. El obrero de la ciudad puede mejorar aún, ¿quién lo duda? Pero es evidente que por haber existido un obrerismo ha logrado el obrero mejoras que jamás podrán ser alcanzadas por las de la clase media.

La comprensión de unas aspiraciones no debe oponerse a la comprensión de otras. Ni debemos caer en el tópico estúpido y cobarde de increpar a la burguesía, a la pobre burguesía española, a esa clase media oprimida y heroica, que todo lo aguanta y que es, de todas las clases sociales, la víctima de todos los regímenes. Tiranizada por la aristocracia, por la monarquía, ¿va a continuar siendo tiranizada por la dictadura de la democracia mal entendida? Un ministro ha querido convencer al capitalista de que era vergonzoso ser tal cosa. Es muy divertida esa dialéctica de trujimán. Luego habla del burgués, como si ser burgués fuera algo también vergonzante. ¿Qué es esto? ¿Por qué esta brutal injusticia contra la clase más contributiva a todo esfuerzo común?

Es preciso tener la dignidad y el orgullo de su clase. Ser burgués en España es mucho. Los burgueses han votado la República en las urnas. Los burgueses y los "señoritos" pueden hacer muchas cosas todavía. Hasta salvar España.

Final.- Bueno, señor alcalde. Bien, señor ministro de Economía. Y qué, ¿se come o no se come?